Oviedo Lluis ,
Recensione: DENYS TURNER, Faith, Reason and the Existence of God,
in
Antonianum, 81/3 (2006) p. 568-571
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Sommario in spagnolo:
Los teólogos y filósofos de la religión han estado siempre intrigados sobre el papel que juega la razón en la vida de la fe, en la recepción de una revelación positiva, o bien, en la elaboración de un conocimiento legítimo sobre la divinidad. La cuestión sigue suscitando un fuerte interés, quizás restringido a determinados círculos confesionales o a ciertos ambientes teológicos, en especial ligados a la tradición católica o a diversos escenarios de diálogo entre fe y razón, entre filosofía y teología. Hay que reconocer, por otro lado, que el tema ha dejado de interesar a otros amplios sectores teológicos, que apuestan por una fe exclusiva o claudican a las condiciones de la racionalidad ambiental.
El libro del profesor de Divinity de Cambridge Denys Turner constituye un buen aporte a la conversación en curso sobre la relación entre fe y razón a partir de contextos nuevos y de aportaciones plurales, que incluyen la revisión de propuestas tradicionales. Su estrategia combina fundamentalmente la hermenéutica y el análisis de textos de la gran tradición medieval, en especial de Tomás de Aquino, para responder a las objeciones contemporáneas sobre la posibilidad de la razón de conocer la existencia de Dios. Está en juego no sólo la viabilidad contemporánea de una ‘teología natural’, sino también el alcance de la razón y sus límites.
El punto de partida lo ofrece la afirmación del concilio Vaticano I que sostenía que la existencia de Dios puede ser conocida por la sola razón, una doctrina que se ha vuelto escandalosa en muchos ámbitos teológicos, sobre todo tras la crítica barthiana y las tendencias fideístas y postmodernas de nuestro tiempo. El autor asume dicha declaración como una especie de provocación teológica que reclama un planteamiento serio, si no se prefiere abandonarla en el cajón del olvido. Buena parte del libro de Turner se dedica a aclarar los términos de dicha declaración: qué se entiende por “existencia” y qué tipo de conocimiento puede ofrecer la razón. La obra sigue un proceso lógico de argumentación, por lo que la recensión tratará de reconstruirlo en miniatura.
En primer lugar, el autor expone las objeciones a la doctrina de la capacidad racional de conocer la existencia de Dios: la tradicional kantiana (sólo puede ser postulada por la razón práctica), la barthiana (que niega como idolátrica toda posible teología natural), la que procede de la Nouvelle théologie (que rechaza la idea de una razón natural que pueda conocer independientemente de la gracia). La respuesta se anticipa ya al final del primer capítulo: sólo en la percepción de “un mundo creado de la nada, la razón conoce a Dios”; es la “visión sacramental del mundo la base de nuestro conocimiento racional de Dios” (25).
Los capítulos siguientes recorren los diversos temas que se plantean de forma directa o indirecta en relación con esa pretensión racional. En general se dan dos grandes problemas: uno por defecto, apunta a las distintas formas de teología negativa y a su consecuente abstención de todo acceso racional a la divinidad; un segundo por exceso, se refiere al temor que expresa la denuncia heideggeriana de la ontoteología, y que sería el resultado de una invasión racional del ámbito teológico.
Los argumentos contemporáneos corresponden a autores como J. Milbank y la Radical Orthodoxy, que agita el espantajo de la ontoteología contra Escoto, tratando “ingenuamente” de liberar a Tomás de toda sospecha; y C. Gunton, quien hace recaer la culpa también en Tomás. El autor decide responder a esas objeciones en varios pasos: primero a partir de una profunda revisión de la relación entre teología catafática y apofática, que se sirve de los equilibrios alcanzados por Buenaventura en su cristología y mística, así como de la teología eucarística tomista. Prosigue con una revisión del intelectualismo agustiniano y su recepción en Tomás. El autor ofrece a ese propósito una fina exégesis del término intellectus en el maestro dominico, que distingue de ratio: la razón se trasciende a sí misma en la intelección, que constituye un punto de llegada de ese esfuerzo hacia una iluminación que sólo puede ser divina. El análisis evidencia las semejanzas y diferencias con Escoto.
Turner recorre otros escenarios de la reflexión teológica medieval, en constante diálogo con algunos de sus recientes intérpretes, como Milbank, con quien mantiene un verdadero tour de force. La relación entre teología y retórica y la consideración de la música como un “límite de la razón” son ejemplos de esas digresiones que buscan definir más el tipo de racionalidad y de conocimiento que postula Tomás y es capaz de acceder a la existencia divina. Todo apunta de nuevo a una idea de razón capaz de trascenderse creativamente, pero que se rescata, más allá de toda recaída nihilista, en la posibilidad de abrirse al misterio de Dios, en un gesto que implica un paso más allá de sí misma, una especia de movimiento kenotico.
La segunda parte se consagra al segundo problema enunciado: el riesgo de la ontoteología, que vincula más bien a la obra de Escoto y al problema de la univocidad. La cuestión se plantea como una especie de dilema: si se acepta una racionalidad en grado de conocer a Dios, entonces se cae necesariamente en una forma de teología natural que exige, para que sea significativa el postulado de la univocidad de atribución del concepto de “existencia”; o bien se evita tal riesgo, pero entonces la razón no puede conocer en un sentido cognitivo a Dios. La exégesis pormenorizada de los pasajes correspondientes de Escoto sirve para replantear el problema, al que, según Turner, Tomás habría respondido de forma más eficiente, anticipando algunas de las objeciones contra el maestro franciscano. Por supuesto, la solución proviene de una rehabilitación del concepto de analogía, que se sirve de disquisiciones lógicas en el mejor estilo de la filosofía analítica. Todo apunta a una versión de la misma en clave de “proporcionalidad”.
Un asunto distinto, casi intercalado, se propone en un capítulo posterior, el derridiano de la diferencia y de la tiranía de la gramática: en los términos de la deconstrucción parece que estamos ante un nuevo dilema: entre una ‘diferencia’ total respecto de Dios que vuelve imposible la teología, y una diferencia regulada – gramaticalmente – que cae en la idolatría ontoteológica. De nuevo el recurso a los autores antiguos y medievales sirve para organizar la respuesta a las objeciones post-modernas: el Pseudo-Dionisio y el Maestro Eckhart; aunque la respuesta a la cuestión no puede obviamente venir sólo de esas posiciones místicas. Es de nuevo Tomás quien ofrece una vía para ir más allá de esos dilemas y plantear el acceso racional a la existencia de Dios sin tener que pagar un precio excesivo en términos de fe o de razón. La exégesis detallada del término esse abre el espacio común de existencia no ontoteológico.
La tercera parte, sobre “Inferencia y la existencia de Dios” propone en primer lugar una versión de la analogía en vistas al acceso racional a Dios que contrasta claramente con el que ofrece Milbank. Como ya se ha mencionado esa versión es proporcional, lo que consiente un tipo de inferencia legítimo de las criaturas a Dios. En último término es el modelo cristológico calcedonense el que salva la situación, en el sentido de que, del mismo modo que en Cristo no hay ni confusión ni separación de las dos naturalezas, así también la teología combina el momento catafático y apofatico; y lo mismo puede ser dicho de la relación y diferencia entre la creación y Dios; pues Cristo constituye un principio normativo para la teología y su método.
Los capítulos finales se concentran en el valor de la prueba que de alguna forma sintetiza as demás, y que se expresa en la cuestión “porqué hay algo en lugar de nada”. Son de gran interés las reflexiones sobre el ateísmo clásico, parásito de la fe, y su distinción con el ateísmo de indiferencia, que considera absolutamente irrelevante el problema. Turner considera que parte de la culpa de esa situación de “ateísmo de baja calidad” la tienen los teólogos contemporáneos, que han rechazado argumentar la existencia de Dios, o han mostrado con su actitud que la pregunta racional en torno a Dios no tiene sentido (230). Turner aboga una vez más por su versión de una “razón kenótica”, en grado de acompañar la reflexión hasta su límite, para después saber renunciar a sus pretensiones de conocer la realidad de Dios. Tras varios intentos de rechazar las contestaciones contra la relevancia de la cuestión fundamental citada, como las típicas de Russell, el libro concluye con la reivindicación de la validez de la cuestión, del acceso racional a Dios, aunque con las matizaciones profusamente expresadas, y de la capacidad de la razón de auto-trascenderse, de su grandeza y valor, contra las visiones más negativas de la misma. Para el autor todo está vinculado: negar relevancia a la cuestión de porqué hay mundo en lugar de nada, es negar en último término no sólo la existencia de Dios como creador, sino la capacidad del intelecto de descubrir la verdad (259), lo que suena en contrapunto con las ideas postmoderna más de moda.
La obra de Turner es un buen ejemplo de cómo se puede hacer teología contemporánea sin renunciar a las aportaciones de los clásicos. La línea de su discurso muestra la actualidad de los maestros de la Gran Tradición teológica, que son leídos a partir de claves hermenéuticas y de preocupaciones nuevas. Por otro lado considero saludable la continua reivindicación de un papel más decidido de la razón en la arena donde se decide la validez de nuestra fe en el continuo diálogo con interlocutores menos convencidos.
Estoy seguro de que este libro re-actualiza una especie de “vía tomista”, que sigue teniendo vigencia, pero a partir de una exégesis mucho más académica y seria de lo que hacen otros autores que han asumido a Tomás como estandarte de sus reivindicaciones teológicas. Ni qué decir tiene que la aceptación de esa validez se da a condición de mantener abiertas otras posibilidades y proyectos de razonar la existencia de Dios y de reportar la fe a la razón.
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