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Informazione sulla pubblicazione:
Recensione: FRIEDRICH WILHELM GRAF, Die Wiederkehr der Götter: Religion in der modernen Kultur

 
 
 
Foto Oviedo Lluis , Recensione: FRIEDRICH WILHELM GRAF, Die Wiederkehr der Götter: Religion in der modernen Kultur, in Antonianum, 80/1 (2005) p. 170-174 .
Sommario in spagnolo:

Da la impresión de que ya está todo dicho sobre el fenómeno de la secularización, y que las dinámicas propias de la religión en la modernidad ya han sido demasiado estudiadas; resulta difícil añadir algo nuevo o de interés. No obstante, alegra comprobar que aún se publican ensayos innovadores y capaces de aportar otros datos, otras perspectivas, al debate en curso.

El libro de Graf que presentamos es uno de esos estudios que merecen una atención especial, porque propone nuevas de líneas de investigación sobre la religión, facilita métodos más adecuados para su observación histórica y contemporánea, al tiempo que descubre y organiza niveles de complejidad hasta ahora descuidados. Hay que dar pues la bienvenida al libro, que se propone como un instrumento imprescindible de análisis de lo religioso en la modernidad.

El ensayo de Graf lamenta repetidamente las limitaciones del estudio de lo religioso en las últimas décadas: se han ignorado demasiados factores; no se han tenido en cuenta las recientes investigaciones y métodos; la perspectiva histórica ha sido muy pobre. Uno de sus intentos más conscientes es reconstruir los escenarios de la religión europea desde el siglo XVIII, de forma que se palien esas deficiencias, y emerja una visión mucho más rica del papel del cristianismo y el judaísmo en el contexto occidental. Esta perspectiva, fundamentalmente histórica, nos debería ayudar a comprender mejor las tendencias religiosas en el momento presente, con la ayuda interdisciplinar de las orientaciones teóricas que han madurado en los últimos treinta años, y que facilitan un ángulo mejor de observación.

El libro propone al inicio que se tengan en cuenta algunos filones metodológicos relativamente nuevos: el de la economía religiosa, el de la historia compartida, y el del campo religioso. Estas propuestas merecen un breve comentario: la visión económica ha mostrado su fecundidad en el ambiente americano e invita a observar los procesos religiosos como transacciones de bienes entre la oferta y la demanda, guiados por un interés racional; la historia compartida se refiere a los fenómenos de “isomorfismo” o de mimetismo que caracterizan a todas las instituciones, y que explican el repetirse de tendencias similares en distintos escenarios confesionales, a pesar de su voluntad de distinguirse; el tema del campo, que popularizó Bourdieu, hace pensar en lo religioso como un ambiente caracterizado por una lógica u orden propio de transacciones materiales y simbólicas, en busca de la afirmación y el dominio, y que configuran hábitos. Ahora bien, el autor no cesa de exigir que el estudio de la religión esté presidido por el criterio de caridad, que se exige (a la Davidson) para la buena comprensión de cualquier texto o experiencia (32). No obstante, el lector atento adivina en su lenguaje y análisis la presencia de la axiomática sistémica de Luhmann, de la antropología y la crítica cultural, además de los típicos instrumentos de lectura postmodernos y cognitivistas. El equipamiento metodológico de Graf resulta francamente impresionante, en especial si se tiene en cuenta que se trata de un teólogo sistemático.

Revisten importancia en estas páginas sus análisis sobre la nueva semántica teológica que se va gestando en la modernidad; las nuevas distinciones o códigos que se establecen para caracterizar desarrollos teológicos innovadores (48); el tono inflacionista del concepto “religión” en las últimas décadas (58); y, sobre todo, la continua crítica al reduccionismo que ha supuesto observar la religión moderna en clave de decadencia y pérdida.

La segunda parte del libro analiza desde un punto de vista histórico, con una forma de observación más refinada, la “religión moderna”, para desmontar la narrativa del declive y sustituirla por otra mucho más respetuosa de la complejidad del proceso. Revisa los típicos “diagnósticos sobre la crisis religiosa” que se ofrecen desde inicios del siglo XIX, los distintos escenarios de “guerra cultural” que se van sucediendo, y que se repiten como tensiones en la descripción de lo religioso. Sostiene que un buen análisis de lo religioso en ese tiempo deba tener en cuenta al menos los siguiente factores: el “descubrimiento” de la individualidad; la escenificación de la familia; la relajación en las formas de eclesialización; la economía del tiempo; las culturas confesionales; el “descubrimiento” de una nueva comunidad; y los conceptos de devoción (86-96). De sumo interés en este contexto es la evidencia de la intensa relación entre las tendencias nacionalistas en Europa y las formas de revitalización cristiana. El elemento religioso deviene en muchos casos un catalizador del sentimiento nacional, una dimensión imprescindible de la “cultura nacional”. La religión debe ser comprendida entonces como un “código” que permite entender muchos desarrollos típicos de la modernidad.

La religión juega un papel esencial en el ambiente político y cultural a caballo entre los siglos XIX y XX; se pone en escena a través de un inusitado interés académico; vuelve al centro de muchos debates políticos y científicos; se encienden las tensiones confesionales; se acentúa su relevancia política entre modernización y tradición; y se renueva constantemente la semántica religiosa. Al mismo tiempo cambian las percepciones sobre la sociedad y el individuo, en un contexto de “aceleración” y de fuertes crisis de identidad, que exigen nuevos modelos de referencia de lo humano, lo que conduce a un creciente pluralismo religioso. El autor muestra repetidamente el fuerte protagonismo del elemento religioso en todas esas transformaciones, una evolución en la que dicho elemento dista de ser una dimensión estable y está sometido a constantes convulsiones.

Otro capítulo se detiene en el papel de la religión en la evolución económica moderna; retorna la tesis de Weber sobre el influjo de la ética protestante, que es revisada en sus varios matices, mostrando la presencia de versiones anteriores o de una sensibilidad precedente en esa misma línea. Aprovecha el autor la ocasión para entrar en el debate sobre religión y globalización; aporta una visión más realista e informada, que reclama una participación consciente en el proceso, desde una fe activa, y no una actitud reactiva y de rechazo (199 ss.). En todo caso, la “aceleración temporal” de la economía a la que asistimos exige de las instancias religiosas una adecuación capaz de abrirse a la lógica del mercado, si quiere conservar su fuerza simbólica.

Un nuevo capítulo se dedica al estudio de las propuestas modernas de considerar lo religioso como “último horizonte” y fuente de sentido para el individuo y de orientación e integración social, un tópico repetido en toda la modernidad y que plantea algunas ambigüedades. La discusión sobre la universalidad de los derechos humanos plantea un caso de estudio al respecto. La religión sigue siendo a menudo un medio de “significación del mundo”, con potencialidades ambivalentes, pero, en contraste con las tesis del “choque de civilizaciones” de Huntington, sostiene que se deben evitar análisis unilaterales de lo religioso – en todas las grandes religiones, no solo en algunas – al tiempo que se reclama una vocación a la universalidad (224 s.).

La tercera parte del libro se consagra a la reflexión sobre “lo propio de lo normativo” en un “tiempo postsecular”. De nuevo el repaso histórico sirve para mostrar la reedición de debates y discusiones que ya se produjeron a los inicios de la modernidad, en torno al papel que juega la religión y la teología en las sociedades que aspiran al progreso. Una afirmación crítica en esas páginas da que pensar: “La historia de los significados religiosos en el ambiente académico desde 1800 se puede escribir como historia de las fantasías de poder de los intelectuales, para liberar a los oprimidos, estilizar la propia nación como pueblo elegido por Dios, y reformar la sociedad o salvarla” (230). Los vaivenes del estudio de la religión desembocan en los confusos derroteros postmodernos y en el programa de descentramiento que les caracteriza. El autor reivindica que “necesitamos conceptos generales para estructurar el campo religioso y limitarlo respecto de otros campos” (237). Aprovecha la ocasión para evidenciar el uso particularista que algunos grupos o identidades minoritarias hacen de lo religioso, en un sentido que recuerda la apropiación particular en clave confesional y nacionalista típica del siglo XIX. La historia vuelve a ser maestra en sus denuncias de los abusos contemporáneos en lo que hoy se denomina el “campo religioso”, donde las teorías que lo describen forman también parte de sus intereses y tensiones.

Un interés particular registra el último capítulo del libro, que lleva el enfático título “Wozu noch Theologie”, o bien “¿para qué seguir aún con la teología?” Son tres las dimensiones que reivindica la teología protestante desde el siglo XIX para justificar su sentido y función: una primera de carácter universitario, orientada a explicar la pluralidad de lo religioso; la segunda, la concibe como “ciencia de la cultura del cristianismo”; y la tercera, en su dimensión política y de discernimiento ético en relación con las grandes cuestiones sociales y personales. Llama la atención en ese repaso de las formas de legitimación de la tarea teológica la dura autocrítica que dirige a los excesos de incursión teológica y eclesial en diversos campos sociales, económicos y políticos, lo que somete al discurso teológico a un proceso de inflación y desgaste que lo condenan a la irrelevancia (257 ss.). Son páginas en las que se evidencian los vicios de una generación teológica y de una praxis pastoral que cabe calificar como “arcaico-progresista”, que ha mezclado el discurso de la fe con casi todo, resultando una gran confusión y un lamentable retroceso religioso. Para Graf es importante mantener la capacidad comunicativa de la teología en el ambiente universitario, evitando clausuras intraeclesiales, pero al mismo tiempo apunta a que el sentido de la teología se percibe más bien en su “función de contención”, precisamente en tratar de evitar que el lenguaje de la fe sea utilizado con fines torpemente legitimadores. Resulta más elocuente transcribir las últimas palabras que cierran el libro: “¿Para qué seguir aún con una teología científica? […] para reforzar el valor de la saludable diferencia entre Dios y lo humano en las arenas de la ciencia, la sociedad civil, la iglesia y la política” (278).

El libro de Graf constituye uno de los análisis más lúcidos, profundos y eruditos de los procesos sufridos por la religión en la Europa moderna hasta nuestros días, desde una mirada rica de bagaje interdisciplinar, pero presidida siempre por un interés teológico. Sus límites son también claros: se refiere ante todo al caso alemán, y más en concreto al ámbito protestante, que a menudo es considerado protagonista de la evolución cultural de ese tiempo, aunque pocas veces se reconoce su protagonismo también en los varios momentos de involución vividos por dicha sociedad. El otro límite corresponde a la ignorancia de los datos empíricos, sin los cuales parece desacertado cualquier intento de descripción del ambiente religioso occidental; así, el autor opta por considerar nuestro tiempo como “postsecular” (227), algo que quizás pueda aplicarse a Norteamérica, pero ciertamente no a las sociedades del centro y norte de Europa, al menos si atendemos a las estadísticas disponibles. Da la impresión en ocasiones de que el libro ofrece una construcción o narración alternativa del destino de la religión – cristianismo y judaísmo – en Occidente, una empresa hoy relativamente fácil de realizar, pero que adolece de “falta de contacto con la realidad”.

Por otro lado cabía esperar en ese deslumbrante ejercicio crítico algunas indicaciones más sobre los errores de la teología y la praxis eclesial en el ambiente protestante (y católico) en Alemania, y su implicación en lo que los sociólogos denominan “procesos de secularización interna”, algo que salta a la vista a cualquiera que conozca bien ese ambiente, y que Graf limita a los usos inflacionistas del lenguaje religioso y a las desafortunadas intervenciones en muchos ámbitos de opinión. Seguramente el problema va mucho más allá. El mismo dilema del lugar ideal de la teología, que debe escoger entre universidad e iglesia, plantea un problema no resuelto sobre el precio a pagar entre una u otra opción: lo que se gana en significación pública puede perderse como consecuencia de la secularización academicista del propio discurso teológico.

No obstante estas críticas, el libro de Graf se presenta como un caso ejemplar de análisis histórico y de la actualidad religiosa, un modelo que debiera inspirar las futuras intervenciones es ese tema, con el fin de evitar simplificaciones y reducciones.



 
 
 
 
 
 
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