Oviedo Lluis ,
Recensione: CHRISTOPHER CLARK WOLFRAM KAISER (eds.), Culture Wars: Secular-Catholic Conflict in Nineteenth-Century Europe,
in
Antonianum, 80/1 (2005) p. 174-176
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Summary in Spanish:
Las relaciones entre la fe cristiana y la cultura moderna han sido, en general, bastante tensas; más en concreto, la Iglesia católica ha sufrido choques de cierta intensidad con la mayoría de los estados europeos a o largo de los siglos XIX y XX. Un repaso histórico y un balance de tales fricciones es ciertamente útil desde el punto de vista documental y del análisis actualizado. La cosa adquiere un cariz aún de mayor interés cuando se comprueba que los escenarios de la crisis católica de aquellos años conservan todavía cierta vigencia, y que pueden producirse reediciones inquietantes de aquellos conflictos.
El libro ofrece una colección de estudios referidos al ambiente general europeo y a diez países en los que se ha vivido de forma especial la tensión entre catolicismo y Estado nacional; los firman historiadores especializados en cada región.
La Introducción y los dos primeros estudios plantean de forma general el problema, e insisten en el carácter común o transnacional del fenómeno observado: el rechazo anticatólico y el anticlericalismo decimonónico, una especie de proceso de “isomorfismo” que recorrió ampliamente la Europa liberal, y que estuvo en la base de la formación de identidades nacionales y de la conciencia política popular, aunque también de formas de intolerancia y radicalización violenta. Los autores destacan también la “novedad” del catolicismo del momento, resultado de su adaptación a las nuevas condiciones post-revolucionarias, a su talante más afirmativo y expansivo, y a las exigencias de movilización y respuesta ante las agresiones sufridas.
La exposición de Clark en el primer capítulo muestra el prestigio que asume Roma en el ambiente católico; el ascenso del movimiento ultramontano; el papel de la prensa y la comunicación de masas; los procesos de “inflación retórica” que condujeron a una verdadera escalada de descalificaciones; la polarización de culturas internas nacionales, que dio origen a las “dos Francias”, las “dos Españas”… Es importante la conclusión del editor: conviene revisar la historiografía que ha dictado el patrón de análisis de estas guerras culturales, calificándolas de fenómenos involutivos, de escenas de reacción católica contra los procesos de modernización. Una visión más matizada invita a reconsiderar dicho modelo y a tener en cuenta la propia modernización católica, que incluye dinámicas de centralización, movilización de masas, educación y comunicación. Todo ello contribuyó a la concienciación de amplias esferas populares y al debate sobre los modelos sociales y culturales, ampliando el arco de participación popular. Por otro lado, la situación propició la emancipación de un espectro plural del laicado católico, y de su propia afirmación dentro de la Iglesia y de la sociedad civil (45). Clark denuncia además la pretensión de una de las partes de monopolizar los ideales modernos, una idea que ciertamente no resiste el examen crítico en muchos aspectos. Como concluye el autor: “Las grandes ideologías del siglo XIX – incluido el nuevo catolicismo – no estaban animadas por una celebración inequívoca de todo lo que es moderno, sino por un deseo de controlar y contener los desafíos derivados de un cambio rápido, para aprovechar las oportunidades y evitar los peligros” (46).
El estudio sobre el anticlericalismo, que firma Kaiser, ayuda a comprender un fenómeno en el centro de aquellas guerras: las formas de propaganda – prensa y teatro sobre todo – que sirvieron para su difusión; su internacionalización; la obsesión contra los jesuitas; y su carácter de “representación cultural dominante”, que en ocasiones se radicalizó y asumió expresiones violentas. Todo ello fue consecuencia de una reducción cognitiva que polarizó la oposición entre progreso y reacción, que la ideología dominante identificaba con el clero: la luz contra las tinieblas; las fuerzas de la emancipación contra las del dominio y la manipulación, que se cebaban sobre todo con las mujeres.
Los diez capítulos siguientes repasan los distintos ambientes nacionales combinando la crónica histórica, un caso de estudio y el análisis en perspectiva. En general se repite un mismo patrón: el de la identificación del catolicismo, y sobre todo de las órdenes religiosas, como enemigos de las sociedades liberales y nacionales; su descalificación, a la que siguen formas de intolerancia y exclusión a menudo violenta; y las reacciones católicas a la defensiva.
Este patrón hace pensar en algo que los autores recuerdan a menudo: la paradoja del liberalismo europeo, que para defender su ideología adoptaba estrategias decididamente antiliberales, una situación que ya provocó sus crisis en la conciencia liberal de muchos países, y que se vuelve más patente cuando se compara con lo que es el estándar liberal maduro.
La lectura del libro nos da que pensar, sobre todo a la luz de algunos desarrollos recientes y del debate sobre liberalismo político y catolicismo. De todos es sabida la desconfianza del catolicismo decimonónico respecto del liberalismo, que desembocó en su condena en el Syllabus (1864). Sin embargo, da la impresión de que la Iglesia habría ganado mucho más en aquel ambiente con una alianza al menos táctica con las corrientes liberales, aunque seguramente es mucho pedir a las dos partes. Hay que tener en cuenta que aquel liberalismo no es el que se define después, a mediados del siglo XX con Popper y Hayek, y que tampoco las sociedades más liberales del momento – la inglesa y la norteamericana – se libraron de escenas de violencia anticatólica, como bien se recuerda en los boicots a los católicos en muchas ciudades inglesas en aquel siglo o en los disturbios registrados en varias ciudades americanas (Ch. Smith, The Secular Revolution, 69)
De todos modos, del libro se deducen varias lecciones, que se deberían tener en cuenta sea desde el punto de vista histórico como desde el análisis de las atormentadas relaciones entre fe cristiana y sociedad moderna, sobre todo en vistas a evitar que se vuelvan a repetir los escenarios de guerra cultural vividos, precisamente a causa de una carencia de respeto a las libertades públicas o de los sucios juegos de medios de comunicación en busca de chivos expiatorios.
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