Carbajo Núñez Martín ,
Recensione: Piva P., Il fatto previo. Scritti,
in
Antonianum, 85/3 (2010) p. 501-504
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Sommario in spagnolo:
El libro “Il fatto previo. Scritti”, Venecia 2009, editado por Placido Sgroi, recoge una serie de textos inéditos de Pompeo Piva, fallecido el 6 de febrero de ese mismo año. Con esta publicación, el Instituto ecuménico “S. Bernardino”, de Venecia, quiere honrar la memoria de este profesor que, con su presencia y su pensamiento, jugó un papel importante en el origen y consolidación de aquel centro ecuménico.
Otros libros de Pompeo Piva: Problemai del matrimonio, Assisi 1973; Teologia morale generale o delle categorie morali fondamentali, Roma 1981; Persona umana e norma morale, Vicenza 1986; L’evento della salvezza fondamento dell’etica ecumenica, Padova 1997; Sogno un imprenditore cristiano, Genova 2004. Publicó también numerosos artículos.
En el libro que estamos analizando, se ofrecen diez textos, elaborados por Piva entre los años 2002 y 2007. Los escritos han sido seleccionados privilegiando los más recientes y aquéllos que mejor representan el pensamiento del autor en los diversos campos de su reflexión teológica. La temática es amplia: hermenéutica, eclesiología, espiritualidad, ecumenismo, ética. Predomina la prospectiva de la ética teológica, ciencia que, a la luz de la fe y de la razón, orienta a la persona humana concreta para que pueda ser ella misma, desarrollando las propias potencialidades; es decir para que llegue a ser plenamente lo que ya es. Estudiando detenidamente la naturaleza humana y subrayando su dimensión dialógica y relacional, Piva sienta las bases para poder orientar adecuadamente el comportamiento responsable.
Aunque variados en su temática, los escritos reflejan una línea coherente de pensamiento, bien asentada en su concepción antropológica. Su visión del ser humano está expuesta en el primer texto del libro, que trata sobre la ley moral natural (pp. 21-44), y ulteriormente explicitada en los temas siguientes.
El primer texto fue escrito con ocasión del homónimo documento de la Congregación para la Doctrina de la Fe (año 2004) y del consiguiente invito que el entonces prefecto de la misma, Card. Joseph Ratzinger, dirigió a las facultades teológicas para que promoviesen la reflexión sobre este tema. Piva afirma que para poder hablar de ley natural es necesario aceptar que existe una “naturaleza universalmente humana” (p. 21) y, por tanto, normativa.
Sin embargo, esto no nos puede llevar a considerarla un sistema abstracto, teórico, inmutable, del cual se deduce in modo silogístico el ethos humano.
Según Piva, la naturaleza humana tiene cuatro características esenciales: dialógica, ética, histórica y libre (p. 27-29). Es dialógica porque el ser huma no se desarrolla y toma conciencia de sí mismo en la relación con los otros,“más exactamente, mediante la experiencia de una sorprendente proximidad de los otros a sí mismo” (p. 27). De este modo, Piva contradice a Descartes y a la tradición filosófica subsiguiente. Nuestra autoconciencia no es fruto de la razón, sino de la relación. Antes que “animal racional”, el hombre es un ser dialógico, relacional. El dicho cartesiano “pienso, luego existo”, se cambia en “amo, luego existo” o mejor aún, como afirma Orlando Todisco4, “soy amado, luego existo”. Explicitando ulteriormente la intuición de Piva, en la línea de la tradición franciscana, podemos decir que el hombre existe no porque fuese necesario o precioso, en cuanto “animal racional”, sino porque Dios (Sumo Bien) lo ha amado gratuitamente. Somos fruto del Amor trinitario que, gratuitamente, crea y genera relaciones de comunión y diálogo. El mismo Papa Benedicto XVI, en el Sínodo de los obispos 2008, afirmaba: “Todo es creado para que exista esta historia, el encuentro entre Dios y su criatura.
En este sentido, la historia de la salvación, la alianza, precede a la creación”5. En efecto, “Dios invisible habla a los hombres como amigos, movido por su gran amor y mora con ellos, para invitarlos a la comunicación consigo y recibirlos en su compañía”6. La realidad no gira alrededor del yo pensante, pues, como dice Ruiz de la Peña, la dignidad personal del otro no depende de mí. Antes de cualquier contacto con sus semejantes el ser humano es ya un sujeto; Dios le ha otorgado ese estatuto de persona que hará posible el auténtico encuentro igualitario con los demás7.
En segundo lugar, Piva afirma que la naturaleza humana es ética porque se constituye a través de la mediación práctica, en las decisiones libres y responsables. El hombre no es un ser solipsista, una mónada autosuficiente, invariable, sino un ser ético cuya autoconciencia está en relación dinámica con su actuar.
El ser humano es también un ser histórico, pues toma conciencia de sí mismo cuando pone en acto la propia identidad en su concreto devenir, en el drama existencial de cada uno de sus momentos. Por tanto, al hablar de la relación existente entre conciencia y verdad no se puede soslayar la importancia de la mediación cultural e histórica.
Las tres características ya indicadas implican la posibilidad y la necesidad de poder disponer libremente de sí mismo para alcanzar plenamente la propia identidad. Tomando nota de estas afirmaciones de Piva, podemos añadir que la tradición franciscana defiende la libertad como paradigma interpretativo de todo lo que existe. Se pone así en neto contrasto con las filosofías que interpretan la realidad como algo necesario e inevitable, porque lógico. Dios no es un “motor inmóvil”, sujeto a la lógica de la necesidad, sino un ser absolutamente libre y creativo, “un amante con toda la pasión de un verdadero amor”8. En el principio no fue la lógica ni la necesidad, sino la voluntad libre y gratuita de Dios. El hombre, imago Dei, es persona porque es libre y será más él mismo cuanto más crezca en su libertad, que es donación de sí mismo por amor.
Esta concepción antropológica, que hemos puesto en relación con la tradición franciscana, es el aporte más significativo de este libro. A partir de ella se comprende el modo de afrontar cada uno de los temas. La perspectiva ética del autor está siempre en estrecha y recíproca relación con el diálogo.
No usa un método deductivo, a partir de verdades seguras e incontestables, sino que trata de escuchar atentamente las voces de nuestro mundo y las aportaciones de las ciencias humanas. El centro de su atención es siempre la persona en su situación concreta, irrepetible. Habiéndose puesto en actitud de escucha y de diálogo, prefiere también dejar el campo abierto para sucesivas reflexiones, sin condicionar al lector con respuestas ya confeccionadas, unívocas e inamovibles. Aunque evita poner el sujeto pensante en el centro de la realidad como hacía Descartes (“pienso, luego existo”), sin embargo acoge el moderno giro hacia el yo (“the turn to the self “, que diría Charles Taylor) como dato fenomenológico. Por tanto, prefiere hablar de conciencia como “designación sintética de la presencia del sujeto a sí mismo” (p. 26) y da prioridad al punto de vista de la conciencia a la hora de construir su sistema de pensamiento.
En esta perspectiva, no es extraño que nuestro autor considere el diálogo ecuménico como una dimensión intrínseca y constitutiva de la ética teológica. Entrar en diálogo con las otras confesiones cristianas significa escuchar, relativizar posiciones intransigentes o poco fundadas, tratar juntos de regresar al núcleo del mensaje cristiano. Cuando se mete en el campo de la hermenéutica (texto 3) lo hace relevando las implicaciones metodológicas y epistemológicas que eso ofrece para el diálogo ecuménico. Asimismo, el tema cuarto, sobre la Iglesia y las religiones rezuma esa concepción antropológica de la pluralidad que hemos analizado.
El lector encontrará en este libro muchas intuiciones para entrar en diálogo con el mundo actual sin perder de vista la especificidad de la teología moral cristiana.
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