Oviedo Lluis ,
Recensione: Y. Schwartz - V. Krech, Religious Apologetics - Philosophical Argumentation ,
in
Antonianum, 79/4 (2004) p. 747-749
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Sommario in spagnolo:
Para quienes estamos convencidos de la importancia y actualidad de la dimensión apologética de la fe cristiana, un nuevo título que comprenda ese término, y más publicado por una prestigiosa editorial, siempre despierta expectativas sobre la orientación que dicha actividad o “género teológico” puede asumir en nuestro tiempo. Es claro además que la dimensión filosófica no puede estar ausente de cualquier intento serio de reactivar el esfuerzo apologético, desgraciadamente un tanto descuidado en nuestro tiempo. Las esperanzas se desvanecen cuando se comprueba que el texto en cuestión ofrece una amplia gama de contribuciones casi exclusivamente centrada en modelos de argumentación filosófica a los que se ha recurrido en la historia remota y reciente de las tres grandes religiones monoteístas.
La obra está compuesta por una introducción y 25 artículos, reunidos en 7 partes. La primera se dedica a las reflexiones metodológicas y sistemáticas en torno al concepto de apologética. Introduce uno de los editores, con breves alusiones a la apologética judía del siglo XX, como Cohen y Rosenzweig, y la completa un análisis sobre la cuestión de la esencia en Baeck y Harnack. En medio se presenta el único estudio sistemático que sitúa la problemática de la apologética en nuestro tiempo, un fragmento precioso e imprescindible en el debate actual sobre la forma que debe asumir ese género teológico. Lo firma el teólogo americano R. Neville y lo presenta como la cuestión de la teología en un ambiente público. El autor está convencido de que el programa de la teología sistemática consiste en recurrir al argumento filosófico para “promover la articulación y defensa de la fe singular concreta dentro de los ambientes internos y externos religiosos y culturales” (11). Se proponen tres vías: la de la “Escuela de Yale” (Lindbeck), que reporta la teología a la comunidad de fe, mas que a la razón filosófica; la que trata de minimizar los niveles de arbitrariedad, y la que plantea la teología como una actividad “vulnerable a la corrección” (12). La posición del autor es más bien pragmática: la teología se esfuerza en hacer que los símbolos de la fe sigan teniendo capacidad de comprometer a las personas (engage). Neville propone también – en apretada síntesis – cuatro vías que expresan la “intencionalidad teológica”, y su agenda para que la teología sea un discurso vulnerable a la corrección, y por consiguiente capaz de dar razón de sus propuestas, un programa que debe hacerse “lo más público posible” y lo más articulado sistemáticamente (es decir, lo menos difuminado o borroso), para que pueda ser objeto de escrutinio crítico. Ese amplio público debe incluir también a las ciencias e incluso a las artes. Además, el objetivo de claridad sistemática se alcanza con el recurso a cuatro formas: un argumento expuesto con un sumario claro; una ilustración que ofrezca evidencias; tomar en consideración las alternativas históricas a la propia teoría; y un summary truth assessment, que cabe traducir como una evaluación autocrítica. El autor reconoce al final que su programa pragmático pude resultar desconcertante para muchos, sobre todo porque presenta la tarea teológica como constantemente abierta e inacabada, pero sostiene que se trata de un modelo que permite avanzar en la verdad, en la media que se deja corregir; en sus propias palabras: “ser corregidos cuando se comete una equivocación es la mayor bendición que puede acaecer a la teología” (24).
La contribución de Neville es la que mejor responde a las expectativas de lo que debe ser un programa apologético para la teología de hoy, algo que debe asumir inevitablemente las premisas pragmáticas de la disponibilidad a la corrección o de la capacidad de resolver sus aspiraciones veritativas en la interacción dialéctica con sus propios contextos.
La segunda parte presenta la dimensión personal o biográfica de la apologética, lo que cabría encuadrar en el clásico apartado del testimonio. Recoge casos tan dispares como los de San Agustín, Toland, Salomón Maimon, y algunos deístas y trascendentalistas americanos.
Sigue otro apartado sobre la escritura de la historia como apologética, que reúne estudios sobre la recepción moderna de la Kabala, y autores como I. Goldziher y Leo Strauss.
La sección siguiente se ocupa de la tarea filosófica en un contexto interreligioso. Destacan las relaciones entre maniqueos y origenistas en el siglo VI; las polémicas islamistas contra cristianos y judíos; un escenario de diálogo interreligioso en el Toledo musulmán del s. XII; las polémicas interreligiosas promovidas por teólogos cristianos en el siglo XIII; y las relaciones entre Maimonides, Tomás de Aquino, Eckhart y Nicolás de Lyra.
El uso de textos revelados y normativos ha estado siempre en el centro del argumento apologético; a ese tema se decida otro apartado con ensayos sobre Filón de Alejandría, lecturas de pasajes de los Evangelios, del Corán y de la Torá.
La obra ofrece otro apartado sobre la aplicación de formas apologéticas tradicionales en la modernidad: la “doble apologética de Haskala”; aplicaciones en ámbito del judaísmo del siglo XVIII; la dimensión apologética de la cristología en Anselmo y Kierkegaard y un ecléctico estudio sobre el movimiento “sólo Jesús” y el documento vaticano “Dominus Iesus”..
Cierran la obra dos aportaciones sobre el “fundamento apologético del filosofar moderno”, en los casos de Cohen, Weizsäcker y Rosenzweig.
El mensaje que transmite la extensa obra parece ser: primero, que tanto el cristianismo, como el Islam y el judaísmo han recurrido en algún momento de su historia a la argumentación filosófica, un proceso común que va desde la antigüedad hasta los tiempos modernos; y segundo, que, de todos modos, se trata de una estrategia que pertenece al pasado, y que quizás resulte un tanto anacrónica. Parece, al menos se deduce del registro de los autores centrales, que han sido más los judíos los que han mantenido el tono apologético, al menos hasta la mitad del siglo XX, y que, después, el destino de esa modalidad teológica, propia de las religiones monoteístas, ha caído en desuso. Aparte del magistral fragmento de Neville, que debiera ser objeto de profundo estudio, quizás falte una reflexión sobre el destino de la apologética en los últimos cincuenta años, sobre todo en el contexto cristiano, las razones de su disolución como género teológico y las posibilidades de su recuperación. Se echa de menos alguna referencia a las distintas formas de apologética católica desde finales del siglo XIX, y, desde luego, alguna alusión al uso de la filosofía trascendental en autores como Rahner y Schaeffler, como estrategia apologética moderna.
No obstante, la lectura de Neville insinúa una idea que debe ser considerada: que todo intento de teología sistemática debe tener una dimensión apologética, en cuanto discurso público y sometido al escrutinio de la razón. En ese sentido, la apologética no se habría perdido, sino que habría sido absorbida en la teología sistemática, que la asume como una de sus dimensiones fundamentales. De todos modos, el programa pragmático, que profundiza algunas tendencias presentes tanto en la filosofía de la ciencia, como en algunos teólogos americanos – en especial en Lindbeck – se ha vinculado a un modelo teológico menos inclinado al diálogo con la “razón externa”. Un desafío que surge de la propuesta de Neville es vincular el aspecto pragmático y el apologético, para lo que una “teología empírica” también puede prestar buenos servicios. Esperemos que dichas sugerencias puedan encontrar una vía de desarrollo y aplicación, más allá de los derroteros de las teologías idealistas que han dominado el panorama en las últimas décadas.
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