Oviedo lluis ,
Recensione: A.G. Padgett, Science and the Study of God: A Mutuality Model for Theology and Science,
in
Antonianum, 79/4 (2004) p. 751-753
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Sommario in spagnolo:
Los estudios sobre ciencia y teología ocupan ya un espacio reconocido en la academia y en los elencos bibliográficos. Aunque se trate más de una “especialización anglo-americana”, es evidente que su desarrollo ofrece una de las vías más interesantes de “progreso teológico”, o en otras palabras, su contribución nos está ayudando a salir del estancamiento teológico que algunos percibimos en la última década. Ciertamente, se discute hasta qué punto las elaboraciones de los “teólogos-científicos” sean “buena teología”, o cuáles sean los límites del uso de la ciencia como locus theologicus; pero es precisamente a través de la producción que nos va llegando, tanto de libros como de artículos y congresos internacionales, como se van perfilando los contornos de esta especialización, y se va abriendo camino en el ambiente de la tradición teológica, añadiendo un nuevo paradigma a la larga lista que conocemos, al menos desde que los modelos de referencia fundamentales fueron el platonismo y el aristotelismo.
El libro de Padgett constituye un ladrillo más en la construcción del edificio. El autor ofrece una colección de ocho artículos anteriormente publicados, o bien objeto de conferencias, una conclusión y un apéndice sobre un caso epistemológico concreto: el problema de la inducción o del razonamiento informal. Todos esos trabajos han sido reunidos bajo un denominador común: la propuesta de un modelo de relaciones mutuas entre ciencia y teología, un modelo que denomina también de “colegialidad”, donde la persecución del ideal común de verdad sólo puede lograse en la medida que colaboran varias disciplinas y desde diversos ángulos.
Algunos de los primeros capítulos nos ayudan a aclarar mejor el modelo propuesto. En principio, el autor distingue entre ciencia y “visión del mundo”, como un primer paso para obviar el aparente conflicto entre ciencia y fe religiosa. Pero conviene también distinguir entre las formas de explicación científica y teológica, para comprender en qué consiste la aportación propia de cada una de ellas: así, la ciencia aporta conocimientos sobre la realidad concreta que tienen consecuencias teológicas, mientras la teología ofrece una visión de Dios y de su obra, la creación, que garantiza su carácter bueno y razonable, así como la capacidad humana de comprender el mundo natural, algo que se propone claramente contra visiones minimalistas de la realidad y de su conocimiento.
El autor refina todavía más su posición epistemológica en ulteriores capítulos. En el segundo, defiende una forma de realismo que llama “dialéctico”, y que se acerca al ideal del realismo crítico, pero incorpora al mismo tiempo las dimensiones históricas y “comunes” o asociadas a una herencia común de pensamiento. Aplicando dicho modelo a la teología, Padgett critica las tendencias a la subjetivización de lo religioso, típicas de algunos estudios y filosofías de la religión, y aboga por un retorno de la teología a su objeto central: Dios. Su punto de llegada converge con el de las teologías ortodoxas orientales enraizadas en la tradición apofática.
El cuarto capítulo se dedica también a las cuestiones epistemológicas, para entrar en el debate sobre la vinculación entre ciencia y cosmovisiones. El autor acepta, en principio, la presencia de determinados intereses y valores que guían la investigación. En parte son convenientes e incluso necesarios, como, por ejemplo, la honestidad, el rigor, el compromiso con la verdad. Conviene por tanto ser conscientes de ellos y establecer una relación positiva entre valores y ciencia, sin dominio de una parte sobre la otra (68). Esta premisa da pie a una crítica contra el cientifismo que representan algunos filósofos de la ciencia, y que vuelven a ésta autosuficiente y auto-fundada. Una apuesta por la unidad de lo real conduce a una especie de “distribución del trabajo” epistemológica entre distintas “tradiciones de investigación” (85): a las ciencias corresponde el estudio de las causas segundas, y a la teología, las primeras, pero se impone al mismo tiempo la colaboración interdisciplinar entre ambas.
Los demás capítulos son más bien aplicaciones concretas de los principios señalados. El tercero y el octavo tienen un tono cristológico: la crítica a la idea de un “Jesús puramente histórico”, y la relación entre encarnación y la ciencia histórica. El quinto intenta establecer un diálogo con la teología del proceso, para reivindicar, una vez más, la objetividad del conocimiento de Dios y el valor de la tradición. El sexto ofrece una reivindicación de la “teología como adoración”, como respuesta a los desafíos de la “universidad postmoderna”, frente a las derivas de los “estudios religiosos”. El séptimo capítulo es un ensayo más concreto de interacción entre la física y la teología, y que lleva por título “Teología, tiempo y termodinámica”, donde se asumen las consecuencias teológico-cosmológicas de la más reciente visión física de la temporalidad.
El libro de Padgett es una invitación a establecer relaciones pacíficas y de colaboración entre la ciencia y la teología. Es deseable que las cosas vayan como él dice. Lo malo es que sus apelaciones no creo que logren acallar los conflictos en curso, que promueven sobre todos algunos cientifistas en los campos de la evolución y de las neurociencias. De hecho, el autor reivindica en varios pasajes del libro una línea teológica muy confesional, lejos de las veleidades de la “teología del proceso”, típicas de muchos de los autores que trabajan en este campo, y más en sintonía con la comunidad de fe y de celebración. Quizás haya que mantener un régimen de “doble estándar” en las relaciones entre ciencia y teología: uno de colaboración, donde sea posible, y otro de carácter más apologético, perdiéndole el miedo a la ciencia, allí donde sea necesaria una respuesta de la fe, una actitud que, por desgracia, no es muy frecuente en las filas de los practicantes de la sub-disciplina de moda.
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