Oviedo Lluis ,
Recensione: RICHARD KEARNEY, The God Who May Be: A Hermeneutics of Religion,
in
Antonianum, 78/3 (2003) p. 588-589
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Sommario in spagnolo:
La filosofía de la religión, al igual que la teología, tiene como una de sus tareas centrales “pensar” la realidad de Dios, o al menos el sentido de su propuesta, las implicaciones de su existencia. Los tiempos modernos han registrado muchas fluctuaciones en dicho intento, a veces hacia formas más escépticas, negativas o apofáticas; en otras ocasiones se han explorado territorios más afirmativos, para poder localizar mejor la huella de Dios en la historia, o al menos para tratar de comprender la diferencia que se da al invocar su nombre o al tenerlo presente.
El asalto de buena parte de la filosofía del siglo XX a la “onto-teología”, tras la denuncia heideggeriana, a la que se apuntaron también biblistas y teólogos, ha liberado el espacio para otras percepciones de la divinidad que dejan de estar lastradas por esta especie de “defecto metafísico” que habría arruinado el verdadero sentido del Dios revelado en la tradición judeo-cristiana, y habría introducido una especie de “hipoteca estructural” en el pensamiento occidental.
Richard Kearney nos ofrece en este ensayo un intento de pensar la divinidad que evite los defectos señalados, sin por ello caer en formas excesivamente negativas, como se han dado en algunos pensadores que orbitan en el área de la postmodernidad.
El método seguido es claro y constructivo: parte de un comentario fenomenológico sobre el ser “persona”, para – a continuación – servirse de algunos pasajes centrales de las Escrituras cristianas para entablar un diálogo con diversos filósofos “continentales”, sobre todo en el área de la fenomenología y de la hermenéutica. Los textos y motivos escogidos son: la revelación del nombre de Dios en la zarza ardiente (Ex 3,14); La transfiguración de Jesús; algunos pasajes del Cantar de los cantares referidos al deseo; y el logia de Mc 10,27, que afirma que “para Dios todo es posible”. Los textos sirven para iniciar una reflexión, siempre de tono fenomenológico, sobre la realidad de Dios y la forma de concebirlo más allá de la presencia. El segundo paso consiste siempre en entablar un diálogo crítico con autores como Husserl, Heidegger, Bloch, Ricoeur, Levinas, Derrida y Marion. Al final de cada capítulo se van sacando las conclusiones de ese trabajo hermenéutico y dialéctico.
La tesis del autor puede ser expresada de forma sucinta: si se quieren evitar los escollos de la onto-teología y de la negatividad apofática e inexpresiva, la vía a seguir es la del “Dios posible”, deseado y que va produciendo solidaridad y posibilitando la superación del sufrimiento humano. Frente a la metafísica de la totalidad y de la presencia dominante; pero también ante la anti-metafísica de la escasez o de la negación, la “vía media” parece abrirse camino como posibilidad, expectativa de futuro, y proceso de reconstrucción de identidades siempre amenazadas, siempre en camino a través del deseo. El mismo concepto de persona se enriquece con estas características, para evitar reificaciones excesivas o ambigüedades que impidan su cuidado y atención.
Al final de su recorrido, Kearney insiste en una “noción escatológica de lo posible” (99), como condición que nos permita concretar más el sentido de la percepción judeo-cristiana de la divinidad. La clave reside en acentuar la dimensión de promesa y de posibilidad escatológica de lo divino, para impedir su reducción metafísica al “ser”, lo que al mismo tiempo empobrece la realidad personal y las formas relacionales que se le asocian. Dios es concebido entonces como la persona que “posibilita” o que hace posible un futuro deseado y necesario a partir de las fracturas actuales. El autor alude también a una dimensión lúdica en la que se ponen en juego tanto los humanos como la divinidad y van actualizando la dinámica de la promesa a través de la propia aceptación de la misma, algo que reclama la libertad personal.
Kearney ha intentado liberar su filosofía del posse de las ambigüedades que pudieran incluso oponerlo al esse cuando se habla de Dios, como si su Persona pudiera verse afectada o recortada por una “reducción sustancial”; más bien el intento es el opuesto: el de resaltar la dimensión personal de la divinidad, reclamando sus posibilidades y su dimensión de alteridad y de futuro.
La operación filosófica-teológica que promueve este libro da que pensar, y no debe ser minimizada como una ocurrencia típica de estos tiempos. Es interesante cómo un filósofo americano se ha tomado en serio el pensamiento continental, para sondear sus inquietudes y reclamos, y para cotejarlos con la visión bíblica de Dios, que en el fondo es cómo decir, con el principio de la fe cristiana. No creo que esta especie de “negociación” entre la concepción cristiana y las líneas más afirmadas del pensamiento europeo haya llevado a una “devaluación” de la propuesta creyente, sino seguramente a una mejor valorización de la misma. Creo que estamos ante un buen ejemplo de cómo la teología filosófica puede emprender un diálogo sereno con pensadores de gran talla, para replantear en profundidad el sentido de lo divino, sin venir a menos en la fidelidad a las raíces de esa fe. Lo que ciertamente replantea este libro son otras propuestas teológicas, tradicionales o actuales, que no llegan a dar la pauta del Dios cristiano, entre los extremos del esencialismo y de la negatividad, o que no han llegado a extraer las consecuencias de la confesión en un Dios que es ante todo un ser personal.
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