Oviedo Lluis ,
Recensione: JENSINE ANDRESEN (ed.), Religion in Mind: Cognitive Perspectives on Religious Belief, Ritual and Experience ,
in
Antonianum, 77/1 (2002) p. 177-180
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Sommario in spagnolo:
Las ciencias cognitivas despuntan desde hace años como uno de los sectores más avanzados de la investigación científica. A ellas consagran las universidades y fundaciones más prestigiosas ingentes recursos – financieros y humanos – así como departamentos específicos. El intento de descifrar los secretos de la mente humana, y en especial de la conciencia, convoca a muchos investigadores, en lo que se ha llamado “la última frontera” a conquistar. No obstante, las cuantiosas inversiones que se dedican a esta empresa no garantizan el éxito de la misma. De hecho se registran bastantes casos de insatisfacción e incluso de abierto escepticismo en torno a las posibilidades reales de alcanzar los objetivos que esas ciencias se han fijado. La desproporción entre recursos empleados y resultados obtenidos podría ser objeto de un buen análisis de sociología y economía del conocimiento.
Es bueno recordar este panorama antes de entrar en el mérito del texto que centra nuestra atención, pues el ambiente en el que se desarrolla este proyecto científico explica en parte su andadura y sus resultados. En definitiva refleja una voluntad de comprensión científica de lo real, que abarca también sus zonas más enigmáticas, como son la conciencia personal y la fe religiosa. Lo cierto es que se ha sedimentado en el curso de los años una disciplina con un método propio, y que se está aplicando con cierto provecho en distintos campos del saber: la psicología, la antropología, las ciencias sociales, y, por supuesto, también los estudios sobre la religión, que quizás puedan beneficiarse del uso de esta nueva axiomática.
La última década ha conocido ya varios intentos de abordaje cognitivo al fenómeno religioso. Se multiplican el número de estudiosos y publicaciones, y todo parece indicar que está surgiendo una escuela u orientación específica en el campo del “estudio científico de la religión”. Se trata de uno de los episodios más interesantes en la interacción entre ciencia y religión, lo que obliga a la teología a prestarle la máxima atención y a participar de forma crítica en el proyecto.
El libro que dirige Andresen es una recopilación de estudios que aprovechan aspectos del método cognitivo aplicados al fenómeno religioso. En él desfilan autores ya consagrados en esta línea de trabajo, junto a otros que siguen en la misma dirección. La obra nos ofrece un buen “estado de la cuestión” y una amplia bibliografía, que nos permite hacernos una idea suficiente de los avances registrados y de los debates en curso.
La “perspectiva cognitiva” sobre la religión es – a grandes rasgos – la que observa el modo cómo la mente humana procesa informaciones que apuntan a un ámbito sobrenatural, o distinto de la realidad que se nos da de forma más inmediata e intuitiva. La aportación de los cognitivistas aprovecha varios filones en continua exploración: los estudios sobre el funcionamiento de nuestra mente o la lógica que preside la actividad cerebral en su gestión de la realidad; las investigaciones en el campo neurofisiológico, atentas a la base física de los procesos mentales en el cerebro y el aparato nervioso; y la psicología cognitiva aplicada al comportamiento religioso.
El plan general de la obra se distribuye en tres partes, tras una amplia introducción de la editora, que nos pone al corriente de la historia anterior y reciente de la nueva sub-disciplina, de los avances realizados y las aportaciones más significativas. Las tres partes se refieren a: la adquisición y difusión de creencias, los mecanismos rituales, y los modelos de religión en la perspectiva cognitiva.
La primera parte es seguramente la más relevante por sus aportaciones al conocimiento del hecho religioso. Leyéndola aprendemos los nombres que más han influido en el estudio cognitivo de la religión: Lawson, Boyer, Sperber, y el mismo Guthrie, que colabora con un propio artículo. También nos familiarizamos con la visión cognitivista y su “novedad”. En general los autores ofrecen un panorama y una primera discusión en torno a la naturaleza de las creencias religiosas, su vínculo con las emociones, la tensión entre su carácter contra-intuitivo e intuitivo, y el sentido de “agencia”, que lleva inevitablemente a antropomorfismos. Los autores intentan desentrañar la lógica que preside las representaciones religiosas, y su expansión, en un sentido que recuerda demasiado la vieja “construcción social de la realidad” de Berger y Luckmann (82), sólo que ahora parece que dicha “construcción” responde en parte a mecanismos cognitivos, seleccionados en la evolución natural, y por tanto innatos, y a otros de carácter social (“epidemiología de las creencias”).
La segunda parte se ocupa de forma más particular de la ritualidad y de las representaciones que la acompañan. Se estudian los factores que intervienen en la configuración de un ritual, como la memoria y las emociones. El mismo Lawson – uno de los pioneros – interviene para subrayar la importancia de esquemas cognitivos, especialmente referidos a la “agencia” de seres sobrehumanos. Un último estudio se ocupa de los procesos evolutivos, de la infancia a la madurez, que influyen en la representación de la divinidad, y que presuponen un cierto nivel de abstracción que va incrementándose con la edad.
La tercera parte es más genérica y contiene visiones metodológicas y perspectivas amplias sobre cognitivismo y religión. El primer capítulo explora las posibles vías de síntesis entre la tradición fenomenológica y la cognitiva. El segundo es una aportación del conocido biólogo Francisco Varela, quien introduce una idea poco concreta de “trascendencia” de la naturaleza. Su programa consiste en mostrar la fuerte relación entre la visión científica objetivante, y una fenomenología de la “visión interior”, y que concreta en la fórmula de “imperativo mutuo” (mutual constraints); resulta una apuesta en favor de una renovada atención a la parte de la fenomenología, sin la cual difícilmente puede recabarse el sentido de la cognición, y aboga por la superación del viejo dualismo entre vivencia y ciencia. En esa sección hay que reseñar también una contribución de tono más neurofisiológico sobre la función del lóbulo frontal en el experiencia religiosa. La editora concluye el libro insistiendo también en los aspectos neuronales que inciden en el comportamiento religioso, un modo de abordar las cosas que está creando una tradición.
La lectura del libro nos familiariza con el método, las preocupaciones y algunos de los primeros resultados del cognitivismo aplicado al campo religioso. Se trata de una orientación prometedora y que ya puede presentar un primer balance de cierto interés. Se multiplican los artículos y las publicaciones y todo parece indicar que en los próximos años asistiremos a una expansión de esta línea de trabajo, que probablemente puede encontrar aplicaciones en la exégesis, la historia del pensamiento cristiano y en la teología práctica (por ejemplo, en el estudio evolutivo de la conciencia religiosa).
No obstante las cosas dejan que desear, quizás porque aún estamos al principio de un método que debe crecer. Sería bueno que lo reconocieran esos mismos científicos, es decir la falibilidad y lo hipotético de sus investigaciones. En ese sentido, la perspectiva cognitiva debe crecer seguramente en la interacción con otras formas de conocimiento del hecho religioso, también diacrónico o filogenético, aparte de las referencias – sin duda acertadas – que algunos autores hacen a la fenomenología, como visión complementaria de la cognitiva.
El problema principal de todos modos es el reduccionismo – declarado unas veces y latente otras – que se constata en muchas de las intervenciones. La experiencia religiosa se convierte a menudo para los cognitivistas en un mecanismo para formalizar la “agencia” que interviene en eventos no explicables de otro modo; en suma, una forma de racionalizar y mostrar la utilidad de lo que parece misterioso y orientado a la trascendencia. Es una lástima, pues estoy convencido de que el mejor conocimiento de la cognición humana puede reportar beneficios a largo plazo también al método teológico, que representa una “especialización cognitiva”, como dicen ellos, pero para ello deberemos esperar un poco y someter a continuo discernimiento las aportaciones de estos especialistas. Mientras tanto sus “descubrimientos” dan una impresión de trivialidad, de algo ya dicho muchas veces. Desde una perspectiva más compleja, ese estudio nos podría aclarar la estructura cognitiva que preside la dinámica de la Alianza en Israel, o la nueva forma cognitiva que se desarrolla con la fe cristiana, y así sucesivamente
En definitiva, no se entiende por qué motivo explicar la lógica de la cognición religiosa debe equivaler necesariamente a “naturalizarla”. Seguramente se puede profundizar en la misma sin necesidad de reducirla a “otra cosa”, con gran provecho para unos y para otros. Como ha mostrado Rodney Stark, por ejemplo, en una disciplina también sometida secularmente a dicho prejuicio – la sociología – se puede hacer ciencia de la religión sin caer en su naturalización.
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