Oviedo Lluis ,
Recensione: CHRISTOPHER C. KNIGHT, Wrestling with the Divine: Religion, Science and Revelation,
in
Antonianum, 77/3 (2002) p. 595-598
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Sommario in spagnolo:
La interacción entre ciencia y teología sigue aportando frutos de interés y muestra su fecundidad en campos hasta ahora poco explorados, y donde quizás era menos previsible la influencia de esta nueva metodología. Las cuestiones tradicionalmente reservadas a la teología fundamental, como el tema de la revelación, la verdad de las aserciones cristianas o su nivel de realismo, son susceptibles ciertamente de una lectura que se enriquece con la recepción de las recientes epistemologías científicas y de los debates que allí se están dando.
El libro que comentamos del profesor de Cambridge Knight es una buena muestra del esfuerzo en acto y de las muchas posibilidades que puede ofrecer la relación abierta y sin complejos con las ciencias, de cara a renovar de manera efectiva el lenguaje de la fe y sobre todo la reflexión teológica.
El libro defiende al mismo tiempo varias tesis, que se integran entre sí de forma armónica, en vistas a resolver algunos de los problemas más urgentes que tiene la teología, sobre todo a causa del inevitable impacto de la mentalidad científica y de los conflictos derivados de la relación con otras religiones o con otros “esquemas de revelación”.
El punto de partida es la posibilidad de pensar las experiencias reveladoras o de gran intensidad religiosa en términos que sean respetuosos al mismo tiempo de su referencia trascendente y de la exigencia de explicarlos en términos psicológicos, o inmanentes a la situación y vivencias del individuo. El autor quiere evitar tanto el divorcio con la razón científica, que puede ofrecer sus propias explicaciones de las mismas experiencias, como el reductivismo cientifista, incapaz de observar más allá de sus propias representaciones racionales.
Para afrontar la cuestión, el autor se remonta a un problema previo, el de las relaciones entre ciencia y teología, o la posibilidad de tender puentes entre esas dos lógicas o visiones distintas de lo real. Su reconstrucción del debate lo conduce a asumir una epistemología que concibe la ciencia como una actividad tendente a la “resolución de enigmas” (puzzle-solving), es decir, un discurso en grado de dar respuesta a las cuestiones que van surgiendo a lo largo del tiempo en la continua confrontación con las diversas áreas de lo real. La teología también se beneficia de esa misma comprensión, para convertirse en una relectura de los núcleos cristianos ante los distintos desafíos del momento, y que exigen respuestas renovadas. Los “puzzles” surgen, por ejemplo, cuando las ciencias nos describen el universo de forma distinta a como se había concebido tradicionalmente, y debemos seguir manteniendo la validez de los núcleos del mensaje cristiano. Es interesante el postulado de “conservadurismo” que señala el autor como criterio que debe presidir dicha actividad (78, 86), en el sentido de que mientras valen las explicaciones tradicionales, no se deben aventurar otras nuevas, algo que también es normativo en el campo científico. Knight aplica su teoría al campo de la percepción teológica de la naturaleza, que ha conocido en los últimos años un desarrollo importante, en especial a la hora de concebir la relación entre la acción divina natural y los actos de revelación especial.
Otra cuestión conectada con la anterior es la del realismo en las ciencias o en su forma de entender y representar la realidad. Sabemos que es una de las cuestiones más discutidas en los últimos años, y que se percibe una clara remonta de los realistas, aunque el nuevo realismo no coincide con el tradicional aristotélico. El autor apuesta por una concepción de tipo “estructural” (Harré, Hesse), donde las teorías científicas describen más bien propiedades, relaciones y exponen una red causal que ayuda a comprender como están las cosas, aunque no como “son exactamente”.
Esta última visión permite al autor reapropiarse el discurso teológico de forma analógica, es decir como una elaboración que no refleja la sustancia de las cosas, sino su estructura, las relaciones entre Dios y las personas…, un modelo de teología que se acerca a sus versiones más apofáticas (99 ss.).
Retomando el hilo inicial del discurso, el autor reúne sus conclusiones para aplicarlas a la comprensión de la revelación. Su tesis puede ser calificada de “dual”, en el sentido de postular dos dimensiones implícitas en la misma, una “referencial”, es decir, que mantiene el contenido de fe que dicha experiencia indica; y otra “psicológica”, que insiste en las condiciones personales y del contexto sociocultural en el cual se da dicha experiencia de revelación. Sin embargo la referencia de la revelación debe ser entendida desde el realismo estructural apenas señalado, es decir de una forma minimalista (de hecho se inclina por una lectura menos realista de la resurrección corporal de Cristo, 108). De este modo puede obviarse un ulterior problema, es decir, el de la relación entre los distintos esquemas de revelación de las religiones, que pueden reducirse, como ya hizo Hick, a algunos elementos comunes, y a una pluralidad de manifestaciones ligadas a su “nicho psico-cultural”.
El ensayo de Knigth es muy ambicioso y sugerente, pero seguramente requiere una ulterior maduración y discusión. Son muchos los temas tratados, demasiado complejos, y que el autor ha sabido simplificar de forma didáctica, aunque no siempre reflejando la pluralidad de ideas que se dan cita en ellos. No cabe la menor duda de que la teología contemporánea tiene ante sí como uno de sus desafíos más importantes su adecuación al horizonte cognitivo que fijan las ciencias, se entienda como se quiera dicha “adecuación”. No es responsable ignorar dicho reto y seguir haciendo teología como si no nos afectasen los resultados maduros de las ciencias naturales, humanas y sociales. Sin embargo hay diversos caminos abiertos y no está claro que el precio a pagar por dicha adecuación tenga que ser una rebaja del perfil veritativo de la fe cristiana o una reducción de su contenido referencial a mínimos que puedan coexistir tranquilamente con las percepciones científicas. También en este caso, como en otros muchos se impone la “negociación” o las transacciones en el campo cognitivo, las distinciones de nivel y el postulado de complejidad.
Knight nos provee un nuevo modelo de integración entre ciencia y teología que aprovecha algunos desarrollos recientes en ambos campos; un proyecto que debe ser añadido a otros, como el que postuló Newman sobre la “capacidad teológica de asimilación” de otras teorías, y que después recoge Marshall, entre otros muchos. La forma de asimilación que propicia Knight es más audaz e implica una revisión bastante profunda de algunos postulados teológicos “fundamentales”. Seguramente es en ese campo donde hay que situar la discusión, y donde la contribución de su ensayo se vuelve más interesante: la cuestión del realismo en teología, las cuestiones epistemológicas en general y las relaciones siempre difíciles con los “lugares teológicos” externos, pero que cobran cada vez mayor importancia.
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