Oviedo ,
Recensione: NOREEN L. HERZFELD, In Our Image: Artificial Intelligence and the Human Spirit ,
in
Antonianum, 77/4 (2002) p. 754-757
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Sommario in spagnolo:
La antropología cristiana se ha servido del tópico bíblico de la imago Dei para caracterizar la identidad particular del ser humano en su relación con Dios, un tópico que expresa claramente la excelencia de la persona por encima del resto de la creación, pero que – por otro lado – resulta demasiado amplio y plural como para facilitarnos una información precisa sobre sus contenidos.
La discusión antropológica se ha enriquecido en estos últimos años con la incorporación de un nuevo “lugar teológico”; me refiero a las aportaciones de diversas ciencias que se ocupan del fenómeno humano y descubren nuevos datos y no pocas cuestiones inquietantes. Estamos ante un reto que no podemos ignorar: las ciencias aportan informaciones que nos permiten revalidar algunos de nuestros principios teológicos, pero al mismo tiempo son causa de grandes crisis, por los fuertes contrastes que en ocasiones presentan respecto de la tradición cristiana.
El libro de Herzfeld ofrece una breve y concisa reflexión a partir de la correlación entre nuestra comprensión del ser humano como “imagen de Dios” y la proyección de nuestra imagen en “máquinas pensantes” capaces de reproducir rasgos personales, lo que se ha dado en llamar “inteligencia artificial” (AI). Conviene recordar que la obra se inscribe en la colección “Theology and Sciences” que publica desde hace algunos años la editorial americana Fortress Press, una colección que cuenta entre sus títulos algunas de las obras más importantes y citadas en el campo del diálogo entre las ciencias y la teología. Este esfuerzo editorial debe ser reconocido pues nos ayuda a todos a acceder al estado de la cuestión y anima la conversación necesaria entre ambas disciplinas.
La autora presenta su caso de una manera muy concreta: la identidad teológica de la persona humana puede ser iluminada a partir de la revisión de nuestros esfuerzos por construir una “inteligencia artificial”, y viceversa: la teología de la imago Dei contribuye a entender el sentido y los límites del esfuerzo por construir esas máquinas. De hecho en la base de dicho afán se vislumbra una comprensión diferenciada de los aspectos personales que más nos interesa proyectar en nuestras creaciones, una vez disponemos de la tecnología suficiente.
Tras el planteamiento de la cuestión, Herzfeld reconstruye en el segundo capítulo las interpretaciones más comunes que se han desarrollado en el último siglo en torno al tópico de la imago Dei; se trata fundamentalmente de tres líneas de interpretación, que asocia a tres autores: la sustantiva a Reinhold Niebuhr, la funcional a Von Rad, y la relacional a Karl Barth. La primera destaca – sirviéndose de una larga tradición – las características personales que nos asemejan a la divinidad, sobre todo la razón. La segunda aprovecha una vena exegética para enfatizar la función vicaria del ser humano en el cuidado de la creación. La tercera se sirve de una orientación contemporánea que acentúa más bien la capacidad humana de relación y amor, que a su vez se funda en una teología de la Trinidad más consciente de sus dinámicas internas.
Una vez asumido este triple esquema, la autora lo aplica con éxito al análisis de la inteligencia artificial, donde no es difícil detectar la presencia de motivos parecidos a los teológicos a la hora de proyectar y desarrollar ordenadores y robots. El primer motivo es también sustancial, y apunta a la construcción de máquinas capaces de procesar información hasta simular la inteligencia humana. El segundo motivo es más funcional y algo minimalista: se conforma con construir máquinas que puedan reemplazar a las personas en buena parte de sus trabajos y fatigas, lo que se llama “programa débil de la AI”. El tercer motivo es relacional, y encuentra su expresión en el conocido “test de Turing”: que el ordenador sea en grado de interactuar con una persona de forma que ésta no pueda distinguirlo de otra persona, un sueño aún no realizado pero que nutre las esperanzas de muchos. La autora muestra cómo en este campo, al igual que otros en la ciencia contemporánea, nos encontramos muy a menudo con expectativas exageradas, previsiones de éxito precipitadas y la confusión entre el deseo y la realidad.
Esta última percepción se vuelve más clara cuando se revisan algunas propuestas de AI en la filmografía de los últimos cincuenta años, donde se repiten esperanzas y temores, ansias ante la posibilidad de crear seres inteligentes, pero que puedan escapar de nuestro control.
El capítulo quinto plantea una crítica cristiana a los proyectos e ideales en curso, sirviéndose de nuevo del triple esquema. Desde el punto de vista sustantivo, se revisan los ideales de inmortalidad que algunos autores como Kurzweil y Crevier (en la lista podía incluir también a Barrow y a Tipler) prevén en un futuro no muy lejano, una visión que subvierte algunas dimensiones de la antropología cristiana, como la corporeidad. Desde el punto de vista funcional, se revisa la idea de “dominio” que puede estar en su base y los riesgos de que sirva no para incrementar la igualdad, sino las diferencias sociales. La perspectiva relacional y su deseo de proyectarnos en una alteridad construida por nosotros puede desviar la atención de la única alteridad que salva y plenifica a los humanos: la divina.
La autora añade unas breves consideraciones éticas sobre la relación entre humanos y ordenadores, algo que puede sonar a ciencia ficción, aunque en realidad los problemas ya están emergiendo, especialmente en el campo del Internet. Herzfeld analiza cómo afectan esas expectativas a las relaciones entre humanos, de humanos con el resto del mundo natural, y con nuestras creaciones. Cuando el criterio es nuestra relación con Dios, todos esos problemas encuentran una respuesta adecuada.
El libro aunque breve es un ejemplo admirable de cómo puede ser aprovechada la interacción entre teología y ciencias o tecnología con beneficio para todas las partes. De ahí pueden aprender tanto los teólogos, que tenemos que vérnoslas con las formas ya disponibles de AI de innegable utilidad, como los científicos y técnicos, que a menudo no son conscientes de las consecuencias teológicas de sus proyectos. El diálogo es sereno y constructivo, evitando el maximalismo que emerge en ocasiones en los últimos años a la hora de plantear el difícil problema de las relaciones entre la fe y la sociedad científica y técnica, toda una lección a aprender. Ojalá la autora nos regale con otras reflexiones de este tipo que nos ayuden a aclarar un poco más un panorama un tanto confuso.
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