Oviedo Lluis ,
Recensione: HOLMES ROLSTON III, Genes, Genesis and God: Values and their Origins in Natural and Human History ,
in
Antonianum, 76/2 (2001) p. 348-350
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Sommario in spagnolo:
Las investigaciones en el amplio campo de interface entre ciencia y teología comienzan a ser habituales en los últimos años, lo que seguramente cabe interpretar como una superación del aislamiento e incluso de la hostilidad que afectaban a la relación entre esos saberes. La teología está aprendiendo en este tiempo a encontrar inspiración y apoyo en los desarrollos científicos, especialmente de la biología y la cosmología, pero también ha decidido acometer un diálogo crítico con ellas, sobre todo con algunos de sus divulgadores, lo que seguramente es provechoso para ambas partes.
Rolston no es nuevo en este campo; ya participó en un amplio volumen que recogía el estado actual del diálogo interdisciplinar entre ciencia y teología. Ahora nos ofrece una monografía de gran interés con la que interviene en uno de los ambientes teóricos que más está dando que hablar en los tiempos recientes. Se trata de la sociobiología o “psicología evolucionista”, y en especial de sus intentos de derivar una concepción normativa de apreciaciones biológicas y de la constitución genética del ser personal. La necesidad de preservar la raíz natural de los valores morales responde a una apuesta tradicional del cristianismo, que se sentiría gravemente perjudicado en un enfrentamiento entre su visión antropológica-moral y los comportamientos derivados de nuestra constitución biológica. Una especie de “señal de alarma” se encendió tras la publicación y amplia difusión del libro de Richard Dawkins The selfish gene (“El gen egoísta”), cuyas tesis podían ser interpretadas como un vuelco de la base axiológica cristiana y cultural en Occidente. La obra de Rolston va dirigida en buena parte a responder a ese desafío y a recuperar la conexión entre la lógica que preside los procesos naturales y la que debiera orientar las decisiones humanas, su ambiente socio-cultural y sus necesidades religiosas.
Los dos primeros capítulos introducen el tema de forma amplia y erudita, aunque también accesible a los lectores no especializados. El que da inicio al libro expone los conocimientos disponibles sobre el proceso evolutivo y generativo de las especies, para negar una interpretación exclusiva en clave de “progreso”. A continuación se nos introduce en la dinámica de los genes, como unidades de información, y en el concepto biológico de “valor” asociado a la “unidad apropiada de supervivencia” (43), es decir a todo lo que contribuye a la persistencia de un individuo y de su especie, algo que a menudo resulta de formas de colaboración o comunicación y trasciende el ámbito singular.
El segundo capítulo afronta bajo el título “Identidad genética” la compleja cuestión de las interrelaciones del sujeto biológico con sus propios genes, con su “familia”, su especie y su ambiente. La percepción de esas dependencias a varios niveles obliga a replantear la cuestión de la “identidad” y sobre todo a distanciarnos de la idea del “gen egoísta”, debido a las dinámicas de interacción en las que los genes se ven envueltos, mucho más complejas que el simple instinto de “autopreservación”.
El capítulo tercero, “Genes y la génesis de la cultura humana” explora a partir de las recientes investigaciones en campo biológico la clásica distinción entre naturaleza y cultura. El vínculo entre los extremos lo puede constituir un modelo de genoma que favorece la flexibilidad en el aprendizaje y la capacidad de asumir nuevas informaciones. De todos modos, no es fácil establecer determinantes genéticos en la cultura. El autor concluye que amplias áreas de la cultura son autónomas en relación con la lógica que guía la selección natural y la optimación reproductiva. Tampoco la idea wilsoniana de culturgenes logra establecer un anclaje convincente de la cultura en lo genético. Todo parece indicar que la evolución de la cultura se rige por normas muy distintas a la evolución biológica, es decir lo cultural está más vinculado a una historia propia, ajena a los factores biológicos (155).
Los tres últimos capítulos ofrecen aplicaciones concretas a tres grandes temas: la ciencia, la ética y la religión. En todos ellos se aplica un triple análisis: uno que concibe cada una de esas dimensiones desde una perspectiva natural o biológica; otra social, o como “construcción social” y otra, desde un punto de vista evaluativo o valorativo. La intención del autor es clara: al emprender esta revisión se vuelven patentes los límites de las explicaciones biologistas en campos mucho más propios de la cultura; y a pesar de la presunta plausibilidad de algunos de los argumentos o razones que justificarían las ventajas reproductivas o adaptativas de la ciencia, la ética o la religión, muchos de los aspectos de las mismas desmienten una tal reducción. En el centro de la discusión en torno a las dos últimas facetas de la realidad social se encuentra la cuestión del altruismo, o la posibilidad de utilizarlo como clave que combina lo biológico, lo moral y los planteamientos religiosos; sin embargo el autor demuestra la gran dificultad a la hora de aplicar dicho argumento, pues el mismo altruismo sigue siendo parte del problema, y sus motivaciones distan mucho de poder ser “naturalizadas”. Tanto en la ciencia, como en la ética y en la religión hay mucho más que biología, se dan demasiados factores no-integrables dentro del criterio de “ventaja reproductiva” (340).
La religión en concreto supera el test que vincula su verdad a su funcionalidad. La selección en el campo religioso no es biológica, sino “religiosa” en una constante tensión y conflicto con muchos otros factores, donde al final no triunfa tanto la propuesta más funcional, sino la más convincente desde el punto de vista cognitivo (345). La conclusión es que, al igual que en campo científico y ético, no es el particularismo o el interés de un grupo el que acaba triunfando en las religiones que han sobrevivido y se han expandido, como cabría esperar de la aplicación del criterio evolucionista, sino el universalismo, que invita a compartir y predica la salvación pata todos.
Las últimas páginas del libro se dedican a recuperar la idea de “Dios” en el panorama que ofrece la nueva descripción científica de lo real, donde se percibe la exigencia de un “principio de información” en grado de dar forma a la complejidad biológica, la necesidad de generar y acompañar “valores”, y la posibilidad de captar la presencia de lo trascendente cuando se observa en profundidad lo real.
La obra de Rolston se añade a la larga lista de ensayos que en los últimos años intentan responder a los desafíos de las ciencias y, al mismo tiempo, buscan formas de aprovechamiento de las intuiciones de esas otras teorías para una mejor relectura y comprensión actualizada de las propuestas cristianas de siempre. Este libro alcanza de sobra ambos objetivos, y plantea una nueva aproximación a la fe religiosa capaz de evidenciar su peculiaridad insuprimible y su significado en el contexto cognitivo dominado por las ciencias. La reivindicación de una “evolución” que se guía por criterios de verdad religiosa parece muy acertada, así como la orientación al universalismo como el determinante de dicha evolución. El criterio que deriva de esa percepción reviste gran utilidad a la hora de interpretar la sucesión de los acontecimientos dentro de una tradición religiosa, y de forma particular, de la “historia de la salvación”, en la que se revela una lógica o verdad cada vez más patente o cercana a la comprensión humana. El éxito de la fe cristiana asocia entonces al mismo tiempo el aspecto salvífico y el cognitivo o la capacidad de revelar la “verdad de las cosas”.
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