Oviedo Lluis ,
Recensione: William J. Callahan, The Catholic Church in Spain 18751998,
in
Antonianum, 76/3 (2001) p. 586-589
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Sommario in spagnolo:
La historia de la Iglesia es sin duda un importante locus theologicus, y su estudio debería estar en la base de toda eclesiología realista. La historia de una iglesia particular, como la española, ofrece además una ocasión preciosa para seguir los avatares de un proyecto particular de modernización católica, la ingente búsqueda del nuevo lugar que corresponde a la Iglesia en una sociedad cambiante, y el ensayo de modelos más o menos logrados de encarnación en el mundo.
Callahan nos ofrece una panorámica bastante completa que permite al lector asomarse a las atormentadas circunstancias que ha vivido la iglesia española desde el inicio del siglo XIX hasta nuestros días. El autor ya recorrió en otra obra la etapa histórica inmediatamente anterior (1750-1874), una buena base desde la que proseguir su proyecto.
¿Cuáles son las características de esta elaboración histórica? Aunque el título indica como fecha de partida el 1875, el autor arranca de la emergencia del liberalismo que se propone en el marco político y cultural español a partir del 1808. De hecho la cuestión liberal es el centro de gravedad en torno al cual gira este proyecto historiográfico, un intento de reconstrucción del desafío que ha supuesto para la iglesia española el progresivo cambio de contexto político y social. Se da la circunstancia además de que el nuevo régimen se ha ido abriendo paso con gran fatiga y en medio de avances, radicalizaciones y retrocesos durante los últimos doscientos años. En ese punto el caso español no es muy distinto del que plantean otras naciones europeas de mayoría católica. Sin embargo, existen connotaciones propias que revelan lo exasperado de la relación Iglesia-sociedad en suelo hispano, su prolongada inestabilidad, los rasgos de abierta confrontación que en ocasiones han llegado a expresiones violentas.
El libro presenta dos tipos de discurso: uno más narrativo, que reconstruye en el mejor tono de la tradición histórica anglosajona el desarrollo del catolicismo español en su interrelación con la sociedad civil; y un segundo descriptivo, que analiza en algunos capítulos, como intercalados en el conjunto de la narración, las instituciones y realidades de la vida eclesial en cada gran periodo.
En cuanto a las tesis que enmarcan el recorrido histórico, cabe sintetizarlas en una: la iglesia española ha sido incapaz de adecuarse de forma satisfactoria al desafío de la modernización. Ni siquiera en las circunstancias más favorables (dictadura de Primo de Rivera, franquismo) el catolicismo español ha logrado superar sus seculares atrasos ni gestionar una situación compleja y plural con un balance positivo. A lo largo del libro se repiten las expresiones que explicitan este “fracaso” (failure): los intentos de adaptación al nuevo contexto parecen marcados por la falta de realismo, el retraso ideológico, las exageraciones en la dinámica de confrontación o las limitaciones organizativas y prácticas (117, 148, 273, 411, 440). En suma, el recorrido histórico parece confirmar la conocida “tesis de la secularización”, o la ecuación que hace equivaler modernización y pérdida de niveles religiosos. Sin embargo el tono utilizado remite a menudo a lo que la “nueva sociología de la religión” en Norteamérica denomina “la responsabilidad de la parte de la oferta”, es decir, la secularización no obedece tanto a una dinámica que se asocia de forma inmediata al progreso social, sino que depende de la mala gestión eclesial. Hay algunos puntos que revelan esa convergencia latente, pues Callahan ignora las ideas de los citados sociólogos (R. Stark, R. Finke…). Un ejemplo lo ofrece el principio de que el régimen de monopolio religioso es perjudicial para la buena marcha de las instituciones eclesiales y de su capacidad de adecuación a los desafíos de su tiempo. Este argumento podría explicar el fracaso aludido, pues la situación de la Iglesia en España refleja en parte las tensiones por mantener dicho monopolio.
Cabría leer también como una verificación de la tesis citada los esfuerzos de la iglesia española por reorganizar ciertos sectores sociales laicos y ofrecer respuestas más eficaces en tiempos de crisis o en los que se percibía más la concurrencia de las ideas y prácticas “liberales”: a mayor competencia, mayor dinamicidad. Por otro lado, Callahan deja claro que en las épocas de mayor bonanza y apoyo gubernamental, el catolicismo español no obtuvo los resultados que se podrían esperar del clima favorable, sobre todo en lo que respecta a las clases obreras, y las ganancias fueron sólo aparentes, a juzgar por las profundas crisis que siguieron a dichos periodos. Es esclarecedora a ese respecto la idea – que también confirma una tesis de la nueva escuela sociológica – de que en los siglos XIX y XX el catolicismo español ha atravesado vaivenes y momentos muy diversos, pero no puede trazarse una línea de evolución negativa que iría de más a menos a lo largo del tiempo. Quizás la teoría de los revivals sería más útil para describir dicho proceso. Llama la atención asimismo que amplias zonas rurales, especialmente en el sur de España, ostentan durante largo tiempo bajísimos niveles en los indicadores religiosos, junto a las periferias urbanas, un signo más de que la inhibición religiosa es un fenómeno mucho más complejo, y que no depende sólo de la modernización (241 ss.).
El libro de Callahan descubre muchos ángulos del catolicismo español en su esfuerzo por adaptarse a los nuevos tiempos, incluso a quienes conocemos una buena parte de esa historia. Sin embargo algunos puntos resultan cuanto menos discutibles. Da a menudo la impresión a lo largo del libro – de lectura muy amena, dicho sea de paso – de que la otra parte del secular conflicto que afrontaba la Iglesia sea un tanto más “neutral”, o se disimulan más sus culpas y límites. El llamado liberalismo español, como el mismo autor reconoce, lo era sólo de nombre y en contraste con los movimientos más conservadores, pero no lo era en un sentido semejante al de la tradición anglosajona. De ese defecto sustancial nacen muchos de los problemas que ha afrontado la Iglesia, que no tenía un interlocutor fácil. El autor señala en sus fuentes – abundantísimas – las agresiones desde la parte eclesial, pero menos las que debía encajar el catolicismo por parte de los medios anticlericales.
Por otro lado llama la atención la falta de un método más comparativo, que situara los acontecimientos del catolicismo español en el más amplio contexto de las dificultades que atravesaba durante el mismo periodo el catolicismo europeo. Esa falta de perspectiva llega a veces a ofrecer imágenes un tanto desenfocadas, como cuando se describen los esfuerzos en los inicios del régimen franquista, apoyado en algunos militantes católicos, por moralizar la vida pública, y se ignoran las escenas de puritanismo obligado en otras sociedades “avanzadas” en el mismo periodo (488).
Otro límite es el descuido en el tratamiento de algunas facetas importantes en la renovación del catolicismo español, y en general en lo que podríamos llamar su “microhistoria”, que pierde relieve frente al protagonismo del los aspectos políticos o de las tensiones con el gobierno español. El papel jugado por los nuevos movimientos católicos en los últimos 30 años no encuentra, a ese respecto, la atención que a mi parecer merece.
Por último considero que algunas ciencias auxiliares, como la antropología, la psicología de masas y la sociología, habrían contribuido a esclarecer dinámicas más complejas de la historia reciente de la iglesia española, y que quedan un poco en la sombra. Pero cuando todo esto se ha dicho, es necesario reconocer la contribución de Callahan y el ingente e innegable mérito de haber devuelto esa cuestión historiográfica al centro del debate académico. Seguramente el material reunido obliga a replantear una serie de cuestiones, desde las más reflexivas y que afectan a la concepción de la Iglesia en las sociedades modernas, hasta las más prácticas, o de estrategia, organización y modelos pastorales. Los ensayos del pasado deberían guiar las decisiones del presente
Por último, aunque no menos importante, la obra de Callahan nos obliga en muchas de sus páginas a reconocer los límites y errores de una iglesia que en bastantes ocasiones ha defraudado las expectativas evangélicas. Más allá de ciertos prejuicios, la historia bien documentada nos ayuda a situar los niveles de falibilidad de la Iglesia en el cumplimiento de su misión. Se trata de un tema todavía fresco tras las celebraciones jubilares y el tono penitencial que han asumido muchas declaraciones papales. El conocimiento histórico no sólo ayuda a identificar los errores sino que nos advierte sobre los riesgos y nos anima a corregir y mejorar.
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