Oviedo Lluis ,
Recensione: ERNST FEIL, Religio III. Die Geschichte eines neuzeitlichen Grundbegriffs im 17. und 18. Jahrhunderts ,
in
Antonianum, 76/4 (2001) p. 747-749
.
Sommario in spagnolo:
El profesor Feil prosigue incansable la tarea que inició a mediados de la década de los ochenta de reconstruir de forma minuciosa el proceso histórico y filológico que acompaña al término “religión”. Estamos ante la tercera entrega, y el autor nos anuncia una sucesiva que debería aportar la clave de comprensión de la deriva moderna de dicho concepto.
En líneas generales, el presente volumen es una continuación de la obra recopiladora realizada en los tomos anteriores. Ya he reseñado en nuestra revista la orientación fundamental del segundo volumen (Ant 73, 1998, pp. 746-749). La investigación se prolonga esta vez desde inicios del siglo XVII hasta los albores del XVIII. Es la época de la escolástica católica post-tridentina y de la protestante, del pietismo, de los movimientos místicos franceses, del deísmo filosófico y del racionalismo; en suma un periodo bastante agitado y plural en el que cabría esperar una cierta evolución. He contado en el índice hasta 89 autores que son tratados de forma pormenorizada, para rastrear en ellos la presencia y uso del término “religión”, así como de otros términos afines, como “secta” “lex”, “pietas” y “cultus”.
El balance del recorrido realizado refleja pocas sorpresas, aunque sí registra una clara evolución, al atravesar un periodo que muchos consideran crucial en la evolución hacia la modernidad. En principio se confirma la hipótesis que había establecido firmemente en las obras precedentes y que ahora Feil nos recuerda: el uso del vocablo “religión” como un “género” al que pertenecen diversas especies – una especie de “universal” –, es fruto de una intervención moderna que se consuma sobre todo con Goethe y Schleiermacher en la segunda mitad del siglo XVIII. Mientras tanto, la “religión” se aplica en continuidad con el uso clásico, que la asociaba a una virtud moral, en referencia al culto debido a la divinidad (aunque menos que en el periodo precedente), pero empieza a destacarse un uso, que se afirma sobre todo con el pietismo y el ambiente místico, que insiste en los aspectos de interiorización del sentir religioso. También se perfila un uso que denota las afinidades entre expresiones rituales diversas. Sin embargo, durante ese periodo, sólo excepcionalmente algún autor se refirió a una especie de “religión común” con expresiones particulares (J. Selden). Quizás sea más interesante rastrear la evolución que conduce – ya desde principios del XVII con la teología escolástica y la filosofía de aquel momento – a la diferenciación de la idea de “religión natural” e incluso “racional”, como algo distinto de la “religión revelada” o “sobrenatural”, un proceso seguramente cargado de consecuencias.
Desde mi punto de vista, es necesario reconocer y agradecer el inmenso servicio que Feil está prestando no sólo a la historia filológica, sino a toda la reflexión teológica, que hoy tiene que vérselas todavía con la evolución de la idea de religión y sus concreciones modernas. Fue Bonhoeffer uno de los que más insistió en fijar en la agenda teológica la tarea de discernir la relación entre fe cristiana y religión. El mártir protestante adivinaba en ese punto uno de los índices de la crisis cristiana moderna y de su posible superación. No en vano Feil es también un especialista en Bonhoeffer, a quien ha consagrado un valioso estudio.
Una vez más creo que merece la pena profundizar en un diálogo ya abierto desde hace algunos años con el autor, con el fin de retomar en algunas de sus conclusiones e interpretaciones. Estoy convencido de que el análisis que presenta de los autores y sus obras es impecable y resulta difícil contestar su magnífica exposición. El debate se centra más en algunos de los resultados y deducciones que extrae. Señalo en este caso tres cuestiones que merecen al menos una breve mención.
En primer lugar conviene ver las cosas dentro de un cuadro histórico amplio en el que se plantean problemas historiográficos de envergadura. El autor se consagra al estudio en detalle de autores y obras, pero deja aparte la perspectiva macrohistórica o las cuestiones epocales. Feil reconoce que la idea de “religión” y su uso empieza a evolucionar claramente en la segunda mitad del XVII (473), hasta plantear un “cambio de paradigma”. Seguramente esa percepción se corresponde con lo que han señalado algunos análisis historiográficos bastante comunes, y que han subrayado el protagonismo del siglo XVII (sobre todo los últimos decenios) en las grandes transformaciones que conducen a la modernidad. Por hacer algunos nombres: P. Hazard, L. Goldmann y N. Luhmann. Para todos ellos el periodo que se extiende entre la segunda mitad del Seiscientos y los inicios del Setecientos dio origen a la epoché moderna, y facilitó en muchos sentidos las condiciones de posibilidad de esa evolución. Feil señala que todavía no se dan los dos sentidos que son típicos de la idea moderna de “religión”: universalidad e interioridad, pero los indicios que ofrece permiten señalar un proceso – sin solución de continuidad – que apunta claramente a dicho resultado. La cuestión es que la semántica de la “religión” no permanece estática, sino que se va moviendo decididamente en los dos sentidos señalados: universalidad e interioridad. Seguramente habrá que esperar hasta la próxima entrega para tener el cuadro histórico completo y poder contemplar la big picture, en la que se inscribirán mejor los peldaños que llevan hasta la comprensión moderna.
En segundo lugar, tengo la impresión de que la distinción que empieza a operarse entre “religión natural” y “relevada” tiene un alcance mayor del que le reconoce Feil, y está en la base de la ruptura que tanto interesa señalar. La reconstrucción del proceso que lleva a la formulación académica de una “filosofía de la religión” en plena Ilustración se justifica en gran parte a partir de esa distinción, que seguramente tiene un carácter seminal.
Por último una cuestión de detalle. El tratamiento de Blas Pascal – entre otros autores – es completo y eficaz, pero al releer sus Pesées me convenzo más bien de que las cosas pueden ser entendidas de forma ligeramente distinta a como las presenta Feil, hasta el punto de hacer de Pascal un precedente de Scheleiermacher y de su “religión del sentimiento y la intuición”. Además ¿no se puede rastrear ya en el corpus pascaliano una cierta idea de “religion” común a todas las religiones conocidas, un genus, en suma? ¿No sería reflejo de un ambiente, quizás asociado al jansenismo, que preparó el terreno de la evolución posterior?
Son cuestiones abiertas que nos invitan a tomarnos más en serio el esfuerzo de clarificación al que Feil contribuye de forma decisiva.
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