Oviedo Lluis ,
Recensione: PETER L. BERGER (ed.), The Desecularization of the World: Resurgent Religion and World Politics,
in
Antonianum, 75/2 (2000) p. 400-402
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Sommario in spagnolo:
Desde hace algunos años asistimos a un persistente proceso de revisión de la clásica “tesis de la secularización”, que había postulado la progresiva pérdida de la dimensión religiosa en las sociedades avanzadas. Una tras otra van cayendo las distintas versiones que ha asumido dicha tesis a lo largo del siglo XX: frente a quienes preveían que la racionalización científica erosionaría la conciencia religiosa, se demuestra la persistencia de la conciencia religiosa y su “difusión” en varias direcciones, desde las más afirmativas a las formas “implícitas”; frente a quienes afirmaron la secularización como perdida de influencia política por parte de las iglesias, se recuerda que los años 80 han sido los del retorno del protagonismo religioso en la arena política; frente a quienes entienden la secularización como una “des-institucionalización” religiosa, se les recuerdan los vaivenes de la “economía religiosa” desde la parte de la “oferta”, que traduce signos de vitalidad por parte de muchas instituciones.
El libro que dirige y presenta el eminente sociólogo de la religión Peter L. Berger es –en su simplicidad– una declaración de cambio de modelo, una invitación a replantear las relaciones entre religión y sociedad moderna desde una clave distinta a la del paradigma de la “secularización”. No deja de sorprender el artículo introductorio de Berger cuando declara que él mismo contribuyó en los años 60 a la divulgación de ese pensamiento; hoy reconoce que ese viejo paradigma puede considerarse superado o “falsificado”, y reivindica incluso la satisfacción de ver “falsificada” su anterior hipótesis, un privilegio reservado a las ciencias sociales (frente a la teología o la filosofía), en grado de verificar y falsificar sus hipótesis con bastante facilidad (3).
Las cosas son un tanto más complejas en el amplio panorama que expone Berger. No es que hayan dejado de manifestarse tendencias secularizantes en varias sociedades occidentales o modernas, sino que éstas conviven con otras tendencias fuertemente “religiosas”. Estos movimientos tienen en común un acento “conservador”, “tradicionalista” o de revival, así como una orientación específicamente “religiosa”, es decir, menos inclinada a las causas sociales o al activismo político.
La descripción del sociólogo nos facilita un interesante balance de las fuerzas en acto y de las tensiones que se perciben. Berger admite que al menos en dos casos la secularización sigue siendo una realidad persistente: en algunas zonas del centro y norte de Europa y en ambientes intelectuales de orientación “progresista”. Sin embargo tiene el mérito de invertir los papeles y las atribuciones: en su análisis no es el caso norteamericano la excepción y la crisis de religión nord-europea la regla, sino al revés: los países europeos que más sufren las tendencias secularizantes son las excepciones, y en todo caso problemáticas, pues como afirma Grace Davie en un artículo posterior (Europe: The exception that proves the rule?) se dan todavía indicadores de creencias y otros que difícilmente permiten concluir que dichas regiones estén secularizadas.
Donde Berger más aporta de su propia cosecha es quizás en la cualificación del segundo escenario de secularización y en su particular lectura de las cosas. En efecto, ciertos ambientes profesionales, intelectuales y progresistas (lo que Bourdieu llamaría ciertos “campos”) asumen casi como un signo de identidad cultural o de su propio “campo de pertenencia”, un comportamiento de desdén hacia lo religioso o de contraste hacia las convicciones de ese mundo. Berger insiste en la tesis de las “guerras culturales” que ya desarrollara en los años 80 para explicar dicho fenómeno, que se extiende además a cuestiones de la vida familiar y de moralidad pública. Postula incluso que la resurgencia religiosa se deba no sólo a la necesidad de certidumbre tras la crisis de toda convicción profunda provocada por el desarrollo moderno, sino también a la reacción de muchos frente a la excesiva influencia de esas “élites”, que a menudo dirigen las grandes agencias culturales: enseñanza, medios de comunicación, asesorías políticas o de la administración civil…, y que han atacado el propio mundo de valores tradicionales (11). Se trata de una tesis audaz y de una toma de partido decidida que el sociólogo no ha disimulado en otras de sus intervenciones públicas: su análisis vuelve patente la crítica al estamento intelectual que asume un papel de tal envergadura con tan poco sentido de la responsabilidad.
Una última contribución de las reflexiones panorámicas de Berger se refiere a los ambientes en los que se detecta el “resurgir” religioso a nivel socio–político: la política internacional, las cuestiones que conciernen la guerra y la paz, el desarrollo económico y las cuestiones en torno a los derechos humanos y a la justicia social. Berger sostiene que en todos esos ámbitos se nota una considerable presencia de los grupos e instituciones religiosas que desmiente la idea de una profunda “diferenciación” o de una total independencia entre política y economía por una parte, y religión por otra.
El resto del libro lo componen seis artículos de tono divulgativo en los que se expone la influencia de la religión en el ámbito público en los siguientes contextos: el catolicismo (G. Weigel), el protestantismo (D. Martin), el judaismo (J. Sacks), la situación europea (G. Davie), la religión en China (Tu Weiming) y el Islam (A.A. An-Na’im). Varios de ellos son reconocidos especialistas en la materia: G. Weigel como biógrafo de Juan Pablo II, David Martin es uno de los más citados sociólogos ingleses de la religión; Grace Davie es la autora de estudios sobre las tendencias de “creer pero no pertenecer” (believing but not belonging) y buena conocedora del debate teórico en torno a la secularización.
En su brevedad la obra colectiva representa un buen recordatorio sobre esa otra tendencia en marcha, que algunos llaman “post-secularización” y que los editores del presente libro prefieren llamar “de-secularización”. Se trata de todas formas de otro testimonio contra la tesis de la progresiva desaparición de las instituciones religiosas en la modernidad tardía, que a menudo ha sido interiorizada de forma derrotista por muchos creyentes e incluso teólogos, y ha provocado desmoralización y crisis de autoestima.
Sin embrago queda aún mucho por hacer, tanto a nivel empírico como teórico, si se quiere entender lo que está ocurriendo actualmente y si se desea tematizar mejor las complejas relaciones entre fe cristiana y modernidad. Uno de los desafíos consiste sin duda en comprender los factores que explican el relativo éxito o fracaso, la expansión o la decadencia, de ciertas formas religiosas en determinados contextos modernos.
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