Oviedo Lluis ,
Recensione: A. Driessen - A. Suarez (eds.), Mathematical Undecidability, Quantum Nonlocality and the Question of the Existence of God,
in
Antonianum, 74/1 (1999) p. 171-173
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Summary in Spanish:
El diálogo entre las ciencias y la fe religiosa presenta uno de los focos de mayor interés editorial y un ámbito fecundo de interacción y reflexión para ambas partes. El estado actual de la cuestión obliga a proseguir las investigaciones más allá de la simplificación característica del cientifismo y con la voluntad de superar la pereza teológica que prefiere ignorar un desafío arduo y comprometedor. A pesar del cómodo refugio que siguen ofreciendo las distintas versiones del fideísmo, se hace cada vez más difícil ignorar las profundas consecuencias que derivan de la ciencia moderna, y que no siempre van en perjuicio de la fe cristiana.
El libro que presentamos aporta argumentos para una posición más conciliadora entre las partes en relación y se añade a una amplia bibliografía sobre el tema de las implicaciones religiosas de algunas teorías científicas, en este caso la percepción matemática de la “indecidibilidad” y la teoría física de la “no-locación”. Un dato importante a tener en cuenta es que los autores de la obra son científicos profesionales, ajenos a la teología académica, es decir: se trata de opiniones autorizadas desde la perspectiva científica, lo que por desgracia no suele ser usual. De ahí el valor especial de los artículos que lo componen, pues aportan una “observación” de lo religioso desde el lado de la ciencia, y que se centra en la existencia y significado de Dios para los humanos.
El libro recoge una selección de artículos en su mayoría ya publicados en revistas y obras especializadas, o bien conferencias pronunciadas en diversos ámbitos. Uno de los méritos de los editores reside en haber reunido textos de entre los más citados autores en las respectivas especialidades y de conjuntarlos de cara a la finalidad de la obra: mostrar las innegables conexiones entre algunos desarrollos recientes en el campo de las matemáticas y de la física teórica, y las convicciones religiosas más enraizadas en la conciencia humana. La tesis de fondo de quienes han compilado esta edición es que no es posible ignorar las consecuencias "teológicas" de algunos desarrollos en el campo científico, sobre todo cuando éstos atañen a temas como la determinación o indeterminación en la naturaleza, el orden o el caos, la finalidad o la casualidad.
El material presentado se distribuye en tres grandes apartados: el primero se dedica al tema “Matemáticas e indecidibilidad”, el segundo a la “Física y no-locación” y el tercero, más orientado a las consecuencias teológicas, se titula “Ciencia, meta-ciencia y la existencia de Dios”.
La primera parte recoge cinco contribuciones que tratan de desvelar el sentido de algunos de los teoremas más provocativos de la matemática reciente: el gödeliano sobre lo incompleto de todo sistema de axiomas, el de Turing sobre la incapacidad de detener una máquina de computación y el de Church sobre la imposibilidad de decidir cálculos de primer orden. Sintetizando mucho, lo que estas teorías evidencian es una especie de límite insuperable en la elaboración matemática de lo real, sobre todo a causa de las dificultades a que conduce la autorreferencia o la reflexividad dentro de los sistemas axiomáticos, es decir: ningún conjunto de axiomas puede aportar la clave de su propia validez. Una de las consecuencias más sorprendentes de dichos teoremas la expresa en su conclusión J.M. Schins, tras un fecundo diálogo con el también matemático R. Penrose: “Estos resultados matemáticos establecen de manera firme la existencia de algo que es ilimitado y absoluto, plenamente racional e independiente de la mente humana” (55).
La segunda parte recoge seis artículos sobre algunos de los desarrollos más recientes de la física teórica en su relevancia más amplia y filosófica: la complejidad, el indeterminismo y sobre todo el descubrimiento del fenómeno de la “no-locación”, uno de los más desconcertantes en el ámbito de la investigación física cuántica. Los físicos constatan que existen correlaciones basadas en influencias de tipo más rápido que la velocidad de la luz, sin que haya una causalidad anterior. Más desconcertante todavía es el hecho de que tales influjos no pueden ser en absoluto aprovechados por los humanos, en un sentido, digamos, técnico. La percepción de este fenómeno contradice una de las leyes de la relatividad especial de Einstein, plantea un límite a la ciencia física -necesariamente “incompleta”, introduce formas de causalidad “diversas” a las físicas, y obliga a reformular nuestra comprensión del cosmos y de nuestra relación con él, pero sobre todo obliga a admitir formas de organización de lo real que implican necesariamente una finalidad o un orden querido.
La tercera parte recoge cuatro contribuciones dedicadas a hacer más explícitas las consecuencias teológicas que a menudo quedaban latentes en el recorrido anterior. J. Laeuffer plantea la necesaria superación del cientifismo en aras a una comprensión más justa de la relación entre ciencia y realidad, que no excluye la hipótesis religiosa. El célebre físico y divulgador P. Davies presenta una síntesis de sus conocidas ideas sobre el orden del universo y el papel del Creador, que debe ser repensado -no excluido- a partir de los nuevos conceptos físicos, para situarlo menos en el big bang y más en conexión con las leyes físicas que gobiernan el mundo y le confieren una organización y un fin. A. Driessen emprende un diálogo con S. Hawking y su Breve historia del tiempo, para concluir que el modelo de Hawking es demasiado hipotético y especulativo y que en realidad no resuelve el problema de la necesidad de Dios como origen de lo real. Por último los editores Driessen y Suarez destacan en un breve capítulo conclusivo los límites del conocimiento humano y sus implicaciones respecto de la existencia de Dios: tras haber reunido en una especie de “puzzle” las distintas aportaciones de las ciencias debemos renunciar a una visión totalitaria de las mismas que aspira a un saber absoluto. El reconocimiento de la imposibilidad fáctica de suprimir dichos límites y de nuestra consecuente ignorancia plantea de nuevo la cuestión de Dios como explicación de lo inexplicable, a pesar del peligro de una vuelta al “Dios tapa-agujeros” ( God-of-the-gaps) (217). Es interesante reseñar otro resultado: los autores constatan que la ciencia ha avanzado más y ha ofrecido mejores prestaciones cuando más ha reconocido sus límites y no ha caído en vanas ilusiones.
Como puede apreciarse la obra ofrece material para un fecundo diálogo con la teología y con la visión cristiana de la divinidad, así como de su relación con el mundo natural y humano. Intentaré una primera aproximación a algunas de las cuestiones suscitadas. Uno de los temas estelares que vuelve una y otra vez en el libro es el de los límites de la ciencia, un tópico bastante repetido en los últimos años en obras de filosofía de la ciencia e incluso en libros de tono más divulgativo. Hay que saludar la nueva modestia que exhiben los científicos como algo positivo para todos: no hay que olvidar que en una sociedad compleja no es bueno que ninguno de sus subsistemas funcione demasiado bien o tenga pretensiones de absoluto (lo que sólo se puede reivindicar desde la debilidad y el misterio). Pero sobre todo hay que dar la bienvenida a las aportaciones de científicos que ofrecen nuevos argumentos en favor del teísmo, en un contexto en el que muchos de sus colegas muestran posiciones bastante escépticas. Desde ese punto de vista las ciencias entran de pleno en la categoría de los loci theologici.
No obstante surgen dos cuestiones que están latentes en todo el argumento desarrollado y que en ocasiones se hacen explícitas en los autores más conscientes: la primera se refiere a la identidad del Dios al que accede la nueva ciencia de los límites, y la segunda, más difícil, ha sido planteada por los mismos Editores: la relación entre límite humano y necesidad de Dios, o bien el “Dios tapa-agujeros”.
En torno a la primera cuestión es necesario reconocer que la ciencia tiene derecho a ofrecer su propia visión de la divinidad, es decir, su propia “teología” (como por lo demás lo tiene la economía, la política o las artes). Uno de los errores más graves del cientifismo fue la renuncia explícita a una “teología”, aunque a menudo incurría en formas pseudo-teológicas o abiertamente “religiosas” (el caso de Comte es el más significativo). El problema reside en conjugar dicha visión con la que procede de la revelación cristiana. Algunas veces, como es el caso de P. Davies, el científico se expone un tanto más allá de lo que debieran ser los límites de su discurso, al proponer conclusiones prácticas de sus postulados “teológicos”. En general el problema remite a las tensiones entre “especialistas”; la ciencia debería reconocer también en este caso sus límites y pasar la palabra a los teólogos a la hora de dar una mayor concreción a las imágenes propuestas en orden a corregirlas y mejorarlas.
El segundo punto es más peliagudo. Ya fue planteado con cierta radicalidad por Bonhoeffer, aunque arrastra un problema que se remonta por lo menos a los intentos protomodernos de llegar a una “religión de la fe pura”, donde Dios no fuera buscado por ningún otro motivo más que el interés por amarlo. En Bonhoeffer el problema es distinto: se trata de salvar la fe de su dependencia parasitaria de los límites de lo humano, para así volverla más afirmativa. La versión más reciente del problema se expresa en el debate sobre el acceso “funcional” a la religión. Quizás nos encontramos ante una nueva edición de la disputa entre los puristas y los realistas, entre quienes prefieren que la ciencia calle ante el misterio y ante sus límites, y los que preferimos que hable, aunque sólo sea para ofrecer la imagen de un Dios pobre y al servicio de nuestras carencias cognitivas. Los cristianos hemos aprendido entre otras cosas que Dios ha venido al mundo para servir a los humanos, también a los científicos.
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