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Recensione: J.M. Mardones, El discurso religioso de la modernidad: Habermas y la religión

 
 
 
Foto Oviedo Lluis , Recensione: J.M. Mardones, El discurso religioso de la modernidad: Habermas y la religión , in Antonianum, 74/1 (1999) p. 174-176 .

La recepción teológica de la obra de J. Habermas ha sido fecunda y ofrece uno de los mejores ejemplos de diálogo interdisciplinar entre teólogos y exponentes de las ciencias humanas. A pesar de lo mucho publicado se echaba en falta una presentación orgánica, completa y sólidamente crítica de la concepción habermasiana de la religión. La nueva obra de Mardones cubre dicho hueco con creces y nos permite profundizar en un diálogo de gran interés.

El libro se divide en tres grandes apartados. En el primero el autor hace una presentación de las ideas de Habermas en torno a la religión, desde sus primeros escritos hasta las aportaciones más recientes, con especial énfasis en la obra central Teoría de la acción comunicativa. Mardones muestra cómo la posición de Habermas es bastante estable y converge con los ideales neoilustrados que caracterizan el programa del filósofo alemán: la religión ha cumplido un papel importante a lo largo de la historia, pero después de la Ilustración y de la universalización de su proyecto de entendimiento no dominante, ha sido desplazada o asumida dentro de las prácticas que tienden a construir una comunidad humana basada en la comunicación y el consenso racional. El autor extiende sus análisis a algunos aspectos de la religión que son objeto de la consideración de Habermas, como la prestación de consuelo y esperanza, y que no pueden ser subsumidos por el esquema de la acción comunicativa. No obstante la franqueza de ese reconocimiento, Habermas deja intacta su posición original, que insiste en una superación de la religión o en su sustitución por una “trascendencia desde dentro”. Tales incoherencias dan pie a una primera ronda crítica con la que se cierra la primera parte.

El segundo apartado consta de tres parágrafos. El primero prolonga un diálogo ya existente entre la teoría habermasiana y otras versiones de la ética ante las crisis del presente. Están en juego cuestiones previas al tratamiento de lo propiamente religioso y que atañen a las bases mismas del planteamiento de Habermas: la cuestión del sujeto moral, el sentido de la solidaridad, de la relación intersubjetiva y la redención de las víctimas, Los interlocutores son J.B. Metz, H. Peukert, E. Levinas y E. Dusel. Para el autor, Habermas no ha asumido en realidad la herencia judeo-cristiana, sino sólo la parte que le interesa, pues su discurso es incapaz de hacer las cuentas con las situaciones concretas de sufrimiento y exclusión que exigen redención, y su discurso apunta a una “trascendencia débil”, síntoma de limitaciones poco asumidas.

Otro gran parágrafo dentro de la segunda parte se consagra al diálogo entre razón comunicativa y religión. Tras pasar revista a los principios básicos de la teoría de la acción comunicativa y a sus pretensiones de una razón formal, débil, “pero no derrotista”, el autor se compromete en un análisis profundo de los restos de “trascendencia” que todavía emergen en el discurso habermasiano, para distinguirlos claramente de la trscendencia religiosa; en realidad se trata de impulsos superadores “desde dentro” de la realidad humana e histórica. La confrontación está servida con autores como  Buber, Levinas, Metz, Ricoeur, y Tracy, entre otros muchos, que reprochan la marginación de la visión dialógica, de la razón anamnética y de la fuerza que deriva de los símbolos.

El último parágrafo de la segunda parte presenta un diálogo entre la teoría de la sociedad de Habermas y la visión teológica de la misma. Ante la doble descripción que ofrece el filósofo alemán de las sociedades modernas como sistema y como mundo de la vida, Mardones reprocha al filósofo social la persistencia de una filosofía de la historia en clave evolutiva y un tratamiento inadecuado de las patologías sociales, que explica la sospechosa ausencia de la religión, cuyos potenciales salvíficos son marginados.

La tercera parte es de gran interés, pues plantea el diálogo entre Habermas y la teología cristiana. No es fácil organizar el extenso debate que tiene lugar desde hace veinte años. El autor propone en primer lugar el contexto de la teología fundamental, en la que H. Peukert ha tenido un papel de primer orden. Las cuestiones de la fundamentación de la esperanza, la asunción de las virtualidades críticas de la teoría de la acción comunicativa, así como sus consecuencias respecto de la solidaridad están en el centro de la recepción teológica, que no elude un ejercicio crítico. Por otro lado la eclesiología también se beneficia de este diálogo. Teólogos como H. Zirker, H.J. Höhn y P. Lakeland han aprovechado las categorías habermasianas de la comunidad ideal de comunicación, así como la distinción entre sistema y mundo de la vida para repensar el ser de la Iglesia, del papel de la autoridad en ella y la mejor resolución de sus conflictos. Cuestiones candentes como el “policentrismo” de la Iglesia universal y el pluralismo y diálogo interreligioso también pueden beneficiarse del modelo propuesto. No obstante parece que a juicio del autor, una de las mejores aportaciones del pensamiento hebermasiano reside en proveer un teoría de la sociedad y de la modernidad que consiente a los teólogos un conocimiento más crítico del contexto en el que se mueven y un ejercicio de la dimensión “práxica” que corresponde a la teología.

El capítulo conclusivo se titula “Para una teoría comunicativa de la religión”. Se trata de una síntesis y repaso de los motivos principales del diálogo: la necesidad de superar la visión estrechamente funcionalista de la religión; las limitaciones del concepto de trascendencia en una “época postmetafísica”; la insuficiente valoración de la tradición bíblica en la base de nuestra cultura; el reduccionismo del modelo de racionalidad; y la inconsecuencia ante la percepción de los límites de la ética comunicativa. Mardones reclama al final de su confrontación un respeto de la identidad de la religión como oferta gratuita de sentido y de humanización, además de una lectura en clave más positiva de la presencia del Misterio divino en la negatividad de la historia y en los anhelos por ir más allá de las experiencias de sufrimiento.

El balance no puede ser más positivo: Mardones ha logrado exponer de forma orgánica, como ningún otro autor hasta ahora, los grandes temas de la teoría de la acción comunicativa relevantes para la fe cristiana, al tiempo que los principales motivos de crítica o de discusión con Habermas. El autor se sitúa en línea con otros muchos teólogos que desde hace dos décadas tratan de rentabilizar las aportaciones del filósofo y teórico de la sociedad. Es innegable que la interacción y el diálogo han sido muy fructuosos, y que constituyen un modelo de recepción, o mejor de “acción comunicativa” entre teología y teoría de la sociedad.

Ciertamente la crítica ejercida se realiza desde la profunda simpatía que el autor no disimula hacia el sujeto de su estudio. En el fondo, el mismo hecho de tomarse tan en serio a Habermas en un contexto de teología o de filosofía de la religión denota posiciones no indiferentes hacia él. Otro hubiera sido seguramente el tono del discurso si el diálogo hubiera sido emprendido por personas más “ajenas” al ámbito de la teoría crítica o a una voluntad de reconstrucción del proyecto emancipador moderno. Sin duda alguna el cristianismo puede asumir lo positivo de esa teoría, como en otros tiempos acogió los principios de filósofos tan poco cristianos como Platón o Aristóteles. El problema de fondo sigue siendo hasta qué punto la solución de los problemas de la teología como discurso que aspira a presentar patentes de razonabilidad se resuelve mejor con el recurso a la teoría habermasiana, y si las profundas crisis de nuestro tiempo pueden ser abordadas con mayor éxito desde la perspectiva que facilita el filósofo. Es importante recordar en este contexto que la visión de Habermas no es sólo incompleta, en el sentido de que una filosofía cristiana de la religión podría subsanar algunos de sus déficits, sino que no es exclusiva, en el sentido de que existen otros modelos a la hora de pensar la sociedad, la Iglesia y el papel de la fe, que compiten por hacer luz en un ambiente teóricamente incierto.



 
 
 
 
 
 
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