Oviedo Lluis ,
Recensione: K. BORCHARD - H. WALDENFELS (Hg.), Zukunft nach dem Ende des Fortschrittsglaubens: Brauchen wir neue Perspektiven? ,
in
Antonianum, 74/4 (1999) p. 734-737
.
Sommario in spagnolo:
Muchas de las ideas y expectativas de la modernidad han sido sometidas durante los últimos años a una sana revisión. Se trata de un proceso de gran interés en el que no se busca tanto la superación del pensamiento moderno, como pretenden algunos de los abogados de la “postmodernidad”, cuanto una profundización o una corrección en grado de salvar lo más positivo de toda una era cultural. Por otro lado, parece característica de la modernidad precisamente su capacidad de auto-revisión o autocrítica; como diría L. Kolakowski, la modernidad se constituye como un indefinido proceso de juicio crítico sobre sí misma, y esa es quizás más una grandeza que una debilidad: otras épocas históricas no han conocido un despliegue semejante de reflexividad o atención hacia los propios límites.
El concepto de “progreso” es uno de los más genuinos de los tiempos nuevos, y también uno de los que han provocado mayores controversias, bastante antes de la moda postmoderna, cuando -entre otros- K. Loewith y H. Blumenberg discutieron su sentido y genealogía. Ciertamente el debate no está agotado, todo lo contrario, aunque ahora asume otras dimensiones, resultado seguramente de crisis recientes. Una muestra del interés que despierta el tema es la obra que presentamos, fruto de un coloquio organizado en 1997 por el prestigioso Instituto Görres para la Investigación Interdisciplinar. Son muchos los síntomas culturales y filosóficos que reclamaban un estudio de este género, por lo que hay que agradecer a ese Instituto la oportuna elección del tema y a la editorial Alber la publicación de los trabajos y las discusiones.
Como dice en la introducción Klaus Borchard, uno de los editores, las perspectivas de futuro oscilan en los últimos tiempos entre las visiones más utópicas -esta vez no en el sentido sociológico, sino científico-evolutivo- y los temores apocalípticos de todo tipo y expresión. Entre tales extremos no es fácil encontrar una línea que ayude a recuperar el sentido de futuro que se requiere para iniciar el próximo milenio. El tema reclama entonces una justa revisión de la idea moderna de progreso, término que expresa lo más característico de la esperanza secular. Por otro lado una tal revisión exige el concurso de varias ciencias y teorías en un trabajo interdisciplinar, para lo que ha sido necesario reunir las aportaciones de filósofos, científicos, técnicos y teólogos, y promover el diálogo entre ellos.
La obra contiene siete ponencias y una conclusión que recoge el debate general. La primera de ellas la expone el conocido filósofo Hans Michael Baumgartner, con el título: “Visiones de futuro entre utopías y apocalipsis: sobre la ambivalencia de la idea de progreso”. Se trata de una lúcida reconstrucción del proceso conceptual que se desarrolla durante la modernidad en torno a esa idea. El filósofo constata ante todo la crisis de las expectativas más optimistas apoyadas en la ciencia, el fin de lo que G. Böhme llama “la era baconiana”, como se observa en multitud de estudios y publicaciones recientes que exhiben títulos y contenidos de tono apocalíptico. Una sensibilidad parecida se expresa de forma más popular como temor ante un dominio ilimitado de la técnica y sus consecuencias. La cuestión da paso a una revisión de la idea de progreso, una idea eminentemente polisémica que conoce varias expresiones según a qué campo se aplique. Lo cierto es que el siglo XIX se orienta hacia un ideal de “progreso único”, que engloba todo y al que se somete incluso el ser humano. Dicha tendencia se manifiesta en una voluntad crítica hacia el pasado histórico (23) y en la obsesión ideológica de avance y de mejora. Tras la crítica a las perspectivas apocalípticas contemporáneas, que sólo tienen sentido dentro de una representación teológica del tiempo, el autor expone una profunda visión antropológica de la idea de progreso, que no es sino una exigencia de la misma constitución humana, de su “excentricidad” (Plessner) o de la diferencia entre sensibilidad y razón (27): el ser humano necesita sentirse sujeto y objeto de un avance constante en su naturaleza “insaturable” (Spaemann). Sólo desde esa perspectiva, que vincula el progreso a la naturaleza humana y evita el sometimiento de lo humano a la lógica del avance global, tiene sentido la noción moderna de futuro, que al mismo tiempo permite ejercer una crítica saludable.
La segunda ponencia es de Peter Neuner, con el título “El decubrimiento de la historia y las metamorfosis de la esperanza cristiana”. Contiene una exposición sintética y ordenada sobre los efectos de la conciencia y el método históricos en la reflexión teológica a partir de la mitad del siglo pasado, y que se manifiesta de forma especial con Troeltsch. El efecto más obvio fue una relativización doctrinal, pero no sólo, sino también la revisión de nuestra recepción de la persona y el mensaje de Cristo. El autor pasa en un segundo momento a reconstruir el proceso que desde Reimarus hasta Barth conduce a un replanteamiento de la cuestión escatológica. Posteriormente el análisis asume un carácter más histórico, con la revisión de las variaciones que sufren las expectativas cristiansas, desde el mensaje de Jesús hasta casi nuestros días, con sus versiones apocalípticas, políticas, universalistas, individualistas y eclesiales. Las tesis finales de Neuner (62 s.) son de gran interés, pues expresan una especie de interface entre la perspectiva cristiana y la mundana de futuro, en clave de prevención de visiones totalitarias, pues “no podemos conocer la totalidad (das Ganze) ni llevarla a cumplimiento” (63), algo que parece matizar las ideas de Pannenberg sobre el papel de la teología como proveedora de un sentido o visión del final o de la totalidad.
La tercera ponencia la presenta Ludger Honnenfelder: “Genética humana y ética: ambivalencias y límites del progreso”. Se refiere por tanto a una de las expresiones más espectaculares del progreso científico en los últimos años y al debate que suscitan sus posibles aplicaciones. El autor destaca algo de suma importancia y que a menudo pasa desapercibido en las divulgaciones populares: la ciencia genética no sólo muestra un avance considerable en sus descubrimientos, sino que también pone en evidencia límites todavía mayores o una complejidad irreductible en la constitución del ser vivo (74 s.), lo que nos previene contra una visión demasiado ingenua y linear del progreso científico, y nos advierte sobre los límites en la aplicación técnica de los nuevos descubrimientos. Quizás lo más desconcertante de todo sea el hecho de que la nueva genética convierte al ser humano en “artefacto” de la propia acción (80), una reflexividad técnica, por así decir, que obliga a una consciente auto-limitación a la que puede ayudar la nueva comprensión de la naturaleza.
Thomas Cremer se refiere también a las “Perspectivas de futuro de la genética humana”. Se trata de una exposición en tono divulgativo sobre la constitución genética del ser humano y sobre el proceso de transmisión de la información biológica. Una vez más se señalan las “limitaciones de nuestro conocimiento sobre los genes humanos y la complejidad del genoma humano” (86), lo que impide una representación demasiado mecánica en grado de vincular habilidades y defectos a una determinada secuencia del mapa genético, como en ocasiones se ha divulgado, pues los procesos en ese campo no son lineares sino en red. Todo ello supone consecuencias metodológicas y éticas, en el sentido de un freno al reduccionismo científico y advertencias sobe el uso eugénico de los nuevos descubrimientos.
Willi Jäger habla de “Comunicación e información: futuro tecnológico y perspectivas”. Se trata de un repaso de las últimas innovaciones técnicas en el campo de las comunicaciones y sus consecuencias, que exigen un replanteamiento del sentido de la información, de las relaciones persona-máquina y de las “nuevas comunidades” virtuales.
Klaus Borchard se refiere a las “Perspectivas de futuro en la construcción de ciudades y en las formas de habitar”. La urbanística está implicada también en el tema del progreso y sus dificultades. Es quizás en ese ámbito donde se observan algunos de los límites más obvios del progreso humano, en el sentido de factores regresivos que afectan profundamente a la calidad de vida. El autor expone una historia de las diversas concepciones urbanísticas que se suceden desde 1945, así como sus efectos o resultados. La necesidad de nuevos modelos que tengan en cuenta la multitud de elementos que convergen en la proyección urbana requiere la intervención de otros discursos que trascienden el marco de la arquitectura y la urbanística.
El conocido teólogo Hans Waldenfels cierra el ciclo con su intervención titulada”"¿Y el futuro de Dios... Reflexiones teológicas”. El autor centra su ponencia en la cuestión sobre cómo se puede hablar de Dios en nuestro tiempo, para lo que reivindica una actitud “infantil”, la necesidad de hacer las cuentas con el dolor, el papel de la experiencia y la apertura a los otros y a los extraños. El teólogo insiste en la necesidad de asumir una perspectiva más vivencial y en reivindicar la historicidad del Dios cristiano, como condiciones de una fecunda interacción entre la fe cristiana y el progreso humano.
Es también Waldenfels quien presenta un resumen del debate general al final de la obra, en el que se recogen las aportaciones de los distintos ponentes a la discusión y una reformulación ulterior del tema de las jornadas.
Hay que agradecer el cúmulo de información que ofrece la obra, así como el ejercicio de interdisciplinariedad realizado, al cruzar distintos ámbitos de la reflexión y de la praxis contemporánea en ámbitos en ocasiones bastante distantes entre ellos. Quizás hubiera sido de esperar una contribución más ad hoc de la teología, en grado de recibir las aportaciones de otras disciplinas y de afrontar de forma más directa el problema del progreso en la interacción con perspectivas más seculares y secularizantes. Ese es quizás el problema de fondo para la teología, que Waldenfels apunta pero no profundiza: en qué medida las expectativas modernas de progreso suponen una secularización -o una imposibilidad de “hablar de Dios”- y en qué medida la teología -no sólo la praxis- puede asumir el desafío que de ahí procede, para lo que sin duda es indispensable escuchar a las ciencias y a otros discursos, si la respuesta debe ser convenientemente “contextualizada” y convincente. Este libro no obstante sigue manteniendo viva dicha cuestión, y contribuye a fomentar el interés sobre un tema que muchos consideran menos problemático; en sí la obra constituye una invitación a realizar estudios más detallados y clarificadores.
|