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Recensione: GREGOR MARIA HOFF, Aporetische Theologie. Skizze eines Stils fundamentaler Theologie

 
 
 
Foto Oviedo Lluis , Recensione: GREGOR MARIA HOFF, Aporetische Theologie. Skizze eines Stils fundamentaler Theologie, in Antonianum, 73/2 (1998) p. 377-380 .
Sommario in spagnolo:

La teología fundamental sigue siendo uno de los tratados teológicos (o tal vez de las orientaciones teológicas) más abiertos a la innovación, al diálogo interdisciplinar y a la búsqueda y aprovechamiento de “loci theologici” diversos de los que provee la tradición. La obra del joven teólogo Gregor Maria Hoff Teología aporética: esbozo de un estilo de teología fundamental, puede considerarse como una contribución original al debate en curso sobre la identidad y posibilidades de esta especialización teológica, un ensayo de carácter experimental que sin duda ensancha los horizontes de la disciplina y ofrece nuevas oportunidades para su expansión tanto en el campo del método como de los contenidos, con una clara relevancia apologética.

A grandes rasgos, Aporetische Theologie trata de insertarse en el panorama científico y cultural contemporáneo, donde su autor identifica la persistencia insuperable de paradojas y aporías a nivel de las bases del conocimiento, de la fundación ética y de orden histórico y existencial, para encuadrar e interpretar el estatuto aporético de algunos principios teológicos, como el conocimiento de Dios y la cristología, que adquieren desde esta nueva perspectiva un sentido propio. Este enfoque abre un cauce de diálogo con el ambiente cultural contemporáneo.

La obra se organiza en cuatro partes. La primera, “Fundamentación”,  pone las bases del proyecto de una “teología fundamental aporética”: su inevitable contextualidad le obliga a hacer las cuentas con las aporías del presente, en un ambiente plural y que ofrece diversas oportunidades y estilos de expresión. La teología se descubre entonces como teoría aporética al tratar de acercarse al misterio de Dios, “aporía absoluta” (16), que puede esclarecer otras aporías vinculadas a nuestro tiempo. Esta primera parte contiene también un aparato conceptual que orienta el uso de los términos centrales del proyecto: aporía, paradoja, antinomia y “skepsis”.

La segunda parte, “Desarrollo filosófico”, ofrece una guía completa de la presencia de las aporías allí donde la reflexión contemporánea intenta trazar un mapa más comprensivo de lo real: en primer lugar se plantea el sentido de la racionalidad, entre el proceso postmoderno, las dificultades de la teoría del conocimiento y el constructivismo. Siguen los insalvables obstáculos con que  tropiezan los intentos de dar un fundamento racional a la ética, tanto a nivel metaético como en los programas de una ética discursiva y en los desarrollos de la razón práctica. La aporía encuentra expresiones más explícitas en la teorización de la diferencia por parte de J. Derrida y en la visión existencialista de A. Camus.

La tercera parte se titula “Transición teológica”. Su objetivo es mostrar la relevancia para la teoría de la fe de los resultados de la encuesta filosófica y de rastrear el motivo central de estudio en la obra de teólogos significativos, como H.R. Schlette, E. Biser y K. Rahner, para insertarlo en el programa de la teología fundamental. A grandes rasgos, el autor sostiene que las aporías en las que se resuelve todo intento de construcción teórica son un reflejo de la situación aporética de nuestro tiempo, al que se debe también la teología en su doble dimensión hermenéutica y dialógica (161). La tarea del teólogo reclama entonces la “correlación” con la propia cultura y sensibilidad. Así pueden entenderse las intervenciones de los teólogos señalados en algunas de sus obras. Esta tercera parte concluye reivindicando el significado del proyecto señalado en el marco de la teología fundamental, como instancia reflexiva y autocrítica inintegrable en un sistema y como perspectiva que consiente una lectura particular de la realidad y de la historia, en clave de “provocación” (184 s.). Todo ello se configura como un “estilo” o modo de entender la tarea teológica.

La cuarta parte, “Esbozo de una teología aporética”, ofrece un primer desarrollo del proyecto, que se concentra en las aporías teológicas y en las cristológicas. El autor recorre distintos episodios de la historia del pensamiento cristiano para evidenciar la irreductible presencia del elemento aporético en su discurso sobre Dios, sea en la forma del Deus absconditus veterotestamentario, de la teología negativa o apofática, que adquiere carta de naturaleza con el Pseudo-Dionisio, y que se proyecta después en toda la tradición mística, en la visión paradójica de un Kierkegaard (extraña la ausencia en este contexto del Cusano), para terminar en una reflexión sobre lo que se denomina la “aporía fundamental”: la “Teo-logía”. Sigue el rico apartado cristológico, que se centra en torno a la definición calcedonense, núcleo de la aporía dogmática en torno al Cristo, hombre y Dios al mismo tiempo, sin confusión y sin separación. El núcleo del mensaje cristiano se enuncia en un lenguaje desconcertante y que obedece a una lógica diversa, paradójica, que impide apropiaciones tranquilas y deviene principio de deconstrucción de toda visión totalitaria. La perspectiva que así se abre ha sido tematizada por varios teólogos; el autor presenta los casos paradigmáticos de K. Barth, H.U. v. Balthasar, K. Rahner, W. Pannenberg, W. Kasper -desde una visión más trinitaria- y P. Schoonenberg, desde una pneumatológica. El resultado es un “resquebrajamiento” (Gebrochenheit) aporético como rasgo esencial de la cristología y de la teología” (295 ss.), es decir, la convicción de que en el campo cristológico nos encontramos ante un “rompecabezas” que no permite ninguna unificación, sino que siempre obliga a asumir una orientación perspectivista. Estas características hacen del discurso cristológico algo inapropiable y que ejerce su fuerza crítica.

La conclusión del libro se contiene en la cuarta parte y se presenta en una doble forma: como propuesta de determinación del “estilo aporético” esbozado y como exposición de la relevancia teórica y práctica de este estilo. Respecto del primer punto, que Apunta hacia una clara “ruptura de la teología”, el autor utiliza varias figuras para expresar su modelo a nivel de teoría del conocimiento: la contingencia, la analogía, el principio de maior dissimilitudo, la prohibición de imágnes y la “duda como locus theologicus”. En el segundo, se insiste en las ideas que ya han aparecido sobre el sentido y utilidad de la línea propuesta, que configura también una forma de espiritualidad.  Se subraya la imposibilidad de ofrecer un fundamento racional a la fe, que escapa a todo intento de someterla a la voluntad de saber, creando una tensión entre fe y pensamiento, típica de la experiencia cristiana. La relevancia del “estilo” expuesto se destaca también en el campo práctico, como reivindicación de apertura y capacidad crítica, y de un estilo tolerante y respetuoso de la pluralidad, en consonancia con los tiempos postmodernos en los que nos toca vivir.

Haciendo un balance, G.M. Hoff ha desarrollado a lo largo de su libro un análisis brillante de la orientación aporética presente en el dogma y la teología cristianas, en el sentido de irreductibilidad lógica de muchos de sus principios. La motivación del trabajo en el encuentro con tendencias culturales y epistemológicas de valencia similar ha sido bien planteada, así como la exposición de las potencialidades que se ofrecen desde este modo particular de entender la teología fundamental y la perspectiva que abre.

Deseo aprovechar la ocasión y la apertura que muestra el autor para insertar mi propia perspectiva. No es difícil encontrar en las formulaciones del dogma y en la tradición teológica elementos que impiden una reducción lógica y que podemos denominar aporéticos o, en mi caso, prefiero decir “paradójicos”. También quien esto escribe está convencido de la necesidad de una investigación que ayude a comprender mejor el lugar de la paradoja -o la aporía- en la constitución del discurso teológico y en la relación entre fe cristiana y mundo, según el conocido modelo de Richard Niebuhr. Existen diversas vías: una se orienta más hacia la observación de una lógica diversa, específica o que corresponde a otro nivel; otra -propia de Hoff- insiste más en su carácter negativo o irreductible. En mi opinión, es innagable la  rentabilidad de la “teología negativa” en todas sus versiones, como puede constatarse en la producción teológica actual, que explota sus connotaciones espirituales, kerigmáticas e incluso sociales o éticas. El problema reside en los límites de este “estilo”, en la imposibilidad de absolutizarlo o bien, como recuerda el autor, en su carácter siempre “perspectivista”. La verdadera paradoja, y creo que el autor también se refiere a ese problema en p. 297, está en la imposibilidad de reducir el discurso teológico a un sólo “estilo”, a una sóla orientación, especialmente en casa católica. Un resultado por tanto de la investigación debiera ser que la teología negativa adquiere sentido si conexiste con otras de orientación más positiva o catafática. Por otro lado no es claro que a la hora de afrontar las crisis que se asocian a una conciencia quebrada en la modernidad, sea mejor buscar la compañía de una “teología resquebrajada” y no de una reflexión cristiana en grado de ofrecer seguridad y unas expectativas más positivas o afirmativas.

Por último el autor debiera ser más consciente de los peligros y ambigüedades de toda teología negativa o del “estilo aporético”, como ha sido patente desde el Pseudo-Dionisio. El riesgo mayor que amenaza al proyecto es el alejamiento de lo divino hasta su propia negación. Ciertamente el autor insiste en una línea -la aporética- que no coincide exactamente con la teología negativa, pues afirma que la presencia de Dios se conjuga con su ausencia, lo divino de Cristo con lo humano; pero las referencias a Adorno o a Derrida, entre otros, como interlocutores, no debieran hacer olvidar que en la fe y en su reflexión, dichas tensiones y aporías pueden ser observadas desde una resolución positiva de las mismas; de lo contrario se volverían auto-destructivas, y su fuerza crítica se traduciría en lo que los alemanes conocen como Überforderung, y que puede traducirse como una “exigencia desmesurada” a nuestra razón y, por ende, a nuestra capacidad de creer, de dudosa rentabilidad también en el campo de la praxis y del trabajo por la justicia.

Estas dudas expresan una respuesta a la interesante provocación del autor; confío en que tan precioso estudio encuentre continuaciones que nos ayuden a todos a comprender mejor el sentido de la tarea teológica en un mundo plural y difícil para la fe.



 
 
 
 
 
 
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