Oviedo Lluis ,
Recensione: CHARLEY D. HARDWICK, Events of grace. Naturalism, existentialism and theology ,
in
Antonianum, 72/2 (1997) p. 324-327
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Summary in Spanish:
La teología siente como una de sus pruebas más difíciles la hermenéutica de la fe en la era de la razón científica. No es posible esquivar la cuestión que nace del cambio de paradigmas de conocimiento, cuando se abandona un esquema mitológico y metafísico y se impone la forma de representación de la realidad propia de las ciencias físicas. El reto se plantea ya en la Ilustración, aunque se formula de modo más explícito en el positivismo y la teoría de la sociedad, cuando autores como Max Weber ponen en evidencia la extrañeza entre ciencia y religión.
El libro que presentamos del profesor norteamericano C. D. Hardwick propone una lectura posible de la fe cristiana en la era de la ciencia. El autor se inscribe en las filas de la llamada «teología radical», quizás menos conocida en la Europa continental y mediterránea, título que sugiere tomas de postura menos propensas al compromiso y más favorables a aceptar las consecuencias de la visión científica de las cosas. Para ello nadie mejor como punto de partida que R. Bultmann, quien en su intento de «desmitologización» expresaba una voluntad similar de aceptar las consecuencias de la mentalidad científica.
La posición de Hardwick se inscribe en esa misma tradición, aunque va bastante más lejos, hacia lo que él mismo llama «naturalismo» teológico. Se trata de una postura que rechaza por insostenibles las premisas metafísicas sobre las que se fundaba la fe cristiana, que en esta nueva etapa debe apoyarse sólo en la dimensión existencial ( y no en «un conjunto de doctrinas y creencias») (5). La fe entonces debe ser pensada como una experiencia compatible con la concepción naturalista de la realidad, lo que básicamente significa una visión que limita lo que existe al nivel de la naturaleza experimentable y que tematizan las ciencias físicas. «Naturalismo» se opone a «supernaturalismo», es decir, a la visión que admite la presencia de una realidad diversa a la puramente natural, que en última instancia provee las razones necesarias para entender el nivel natural. El naturalismo por tanto asume que la naturaleza - lo que existe a nivel inmanente - es autosuficiente y que las únicas causas posibles en el mundo natural son de carácter natural, no se puede contar con nada más. Aunque la empresa parezca imposible, el autor consagra su obra a demostrar que el teísmo y el carácter salvífico de la fe pueden ser reivindicados en el marco de esta cosmovisión tan limitada, puesto que la postura alternativa, la del «teísmo supernaturalista clásico» es insostenible, tanto a nivel filosófico como religioso» (7). Un ejemplo claro de lo obsoleto de la concepción tradicional son, según el autor, los conceptos escatológicos, como «inmortalidad» y «resurrección», términos que no se sabe a qué se refieren y que en todo caso expresan ideas «poco edificantes» desde el punto de vista religioso, ya que el cristianismo es básicamente contrario al egocentrismo que podría implicar el anhelo de pervivencia(12).
El proceso que sigue Hardwick es complejo y de gran erudición. Parte de la filosofía fisicalista de J. F. Post para mostrar la posibilidad de un naturalismo no reduccionista. El resultado es lo que el autor llama «teísmo valorativo» (yaluational theism), es decir, una idea de Dios como valor que confiere sentido a lo real, impide la absolutización de cualquier forma particular, sin que pueda identificarse con ningún ser. Esta idea funciona de manera diferencial, en el sentido que al afirmar que «Dios existe» se está marcando una diferencia en el modo de entender y valorar el mundo (69), sin que ello implique caer en una «ficción pragmática» (67). De hecho el autor intenta desde el principio desmarcarse de cualquier identificación pragmática de su propuesta (27), aunque admite su carácter «funcional» (21). A pesar de estas distinciones se hace difícil comprender qué sentido tienen afirmaciones como la que el autor transcribe citando a Post: «el lenguaje sobre Dios puede ser verdadero de forma objetiva y sólida incluso en el caso de que "Dios" no se refiera a nada» (69). Su propuesta tampoco se identifica con un monismo panteísta y, por otro lado, la falta de referencia del concepto «Dios» permite liberar al principio divino del estigma del mal del mundo.
Los capítulos siguientes (3 y 4) delimitan mejor la postura del naturalismo teológico en un diálogo crítico y profundo con las tesis de Bultmann, (así como de su comentarista S. M. Ogden), tesis que el autor considera incompletas, pues su teología experimenta una recaída en la metafísica al aceptar las posiciones clásicas de la teología luterana como respuesta a las exigencias en el nivel existencial del individuo. Una postura más coherente debería llevar hasta las últimas consecuencias el programa de la desmitologizacíón. Esa coherencia, que el autor echa de menos en Bultmann, la encuentra en los escritos de H. N. Wieman, otro de los referentes teóricos de Hardwick. De Wieman procede la identificación entre Dios y el «bien creativo», que provee de manera funcional la capacidad de autocomprensión y la fuerza de transformación que necesita la persona para ir más allá de sí misma (144). Es precisamente la percepción de una fuerza transformativa que se descubre más allá de sí mismo lo que identifica la presencia de Dios, en la forma de un «acontecimiento de gracia» (event ofgrace) (151).
El capítulo 5 profundiza la dimensión cognoscitiva de la fe según el modelo del «ver como» (seeing-as), caraceterística de una de las tendencias de la filosofía de la religión analítica (R. M. Haré, J. Wisdom). El autor trata de evitar el escollo del relativismo que podría derivar de dicha posición aludiendo a criterios existenciales de adecuación de la fe religiosa en su capacidad de dar sentido y transformar la existencia individual (205).
La tercera parte del libro se dedica al estudio de dos temas teológicos desde la perspectiva del naturalismo: la cristología y la escatología, mostrando la fecundidad del nuevo paradigma expuesto tanto para entender la figura de Cristo como para reinterpretar la existencia presente desde la perspectiva de la promesa. Las páginas dedicadas a la relación entre Dios y el universo natural ofrecen una relectura de los principios naturalistas - que Dios es la idea que expresa el sentido último del universo - sin caer en el panteísmo espinozista y evitando el síndrome de absurdidad que deriva de una visión demasiado inmanentista. De forma coherente con sus principios, Hardwick niega la idea de una resurrección de carácter sobrenatural y existencializa la promesa de resucitar convirtiéndola en posibilidad de superar un modo de vida inauténtico y egoísta.
La obra que comentamos ofrece una buena ocasión para profundizar un debate necesario sobre la interpretación más justa de la fe en el mundo de hoy. La coherencia mantenida a lo largo de la exposición, el rigor de los argumentos y la erudición filosófica y teológica demostradas hacen del libro de Hardwick una estupenda base para profundizar temas de gran alcance. El autor ha querido mostrar que una interpretación en clave naturalista de la fe cristiana puede seguir ofreciendo un cauce salvífico para todos, evitando conflictos a nivel cognoscitivo con la ciencia, la principal forma de representación del mundo en que vivimos.
La bibliografía en torno a la cuestión de la fe cristiana y la ciencia es tan grande y los debates en torno a dicho problema y a la desmitologización son tan complejos, que de entrada sorprende la simplicidad con que Hardwick plantea su opción previa en favor del naturalismo y en contra del «supernaturalismo». Baste como ejemplo el reciente estudio de F. J. Tipler, The Physics of Immortality, quien demuestra por medio de deducciones físicas la posibilidad de una vida después de la muerte, contradiciendo desde el punto de vista científico una de las tesis de Hardwick. Por mi parte propongo una respuesta crítica desde la teoría funcional de la sociedad y el pensamiento pragmático. El probema básico puede ser abordado efectivamente, poniéndonos en el campo del autor, a partir de una consideración «funcional» de lo religioso. Para empezar es discutible el presupuesto que Hardwick asume desde el inicio del libro sobre el privilegio cognitivo de las ciencias, sin prestar demasiada atención al tema de sus límites y de su relación con otros sistemas sociales. Según la teoría de N. Luhmann, ningún sistema social tiene una preeminencia sobre los otros, ni ostenta el privilegio de «supersistema» que regula a los demás, sino que en una situación compleja, todos los sistemas sociales interac-túan con otros sin un dominio de ninguno. La «ciencia» ciertamente ostenta el privilegio a nivel cognitivo, pero no económico, ni afectivo, ni religioso; estos otros sistemas desarrollan sus propias formas cognitivas (o mejor «medios de comunicación») a partir de distinciones que no son la propia de la ciencia física; la fe religiosa «conoce» la verdad según un esquema propio (revelación) que distingue entre salvación y no-salvación, del mismo modo que en las relaciones afectivas la verdad del amor no se deduce de análisis científicos (sobre los flujos hormonales, por ejemplo). La cuestión se plantea entonces en términos pragmáticos: cuál es la forma de conocimiento y vivencia de la «realidad religiosa» que permite a la persona hacer una experiencia de «salvación» o a la comunidad vivir la reconciliación. La ciencia no puede observar lo que «no puede observar», y sólo es tal ciencia si reconoce dicho límite (de lo contrario sería una ideología, el «cientifismo»); ese reconocimiento abre espacios cognitivos muy amplios que pueden ser transitados sin contradecir los resultados de la ciencia para satisfacer exigencias de la vida personal y social. El naturalismo sólo es más «científico» dentro de los límites y exigencias funcionales del sistema «ciencia» o de una forma de conocimiento que se autoim-pone de manera funcional el axioma del «ateísmo metodológico», pero esa misma ciencia no está capacitada, sin caer en las paradojas de la autofundación o en un bucle gódeliano, para determinar si se puede conocer de otra forma o si es legítimo el «supernaturalismo» en otras esferas personales y sociales.
Sin embargo la cuestión central en el libro que comentamos sigue siendo la funcional. El autor apuesta por su fórmula como la mejor para ayudar a una recomposición moderna de la fe cristiana, convencido de que el naturalismo sea más eficaz a la hora de comprender y vivir el Evangelio. Ahora bien, nada nos garantiza, desde el punto de vista científico, la «adecuación» de la hipótesis sugerida a la realidad de lo religioso tal como es vivido hoy. La cuestión planteada - sobre qué es más funcional en el campo religioso - sólo puede ser respondida de forma pragmática, es decir a partir de los resultados obtenidos en la aplicación práctica de las propuestas: la forma de la fe que consiga adecuarse - en el sentido de sobrevivir mejor - a las condiciones socio-culturales contemporáneas será reconocida como la más «razonable» o la que mejor conviva con la ciencia y la técnica. No es seguro, ni mucho menos, que la comprensión naturalista de la fe que sugiere Hardwick pueda «funcionar» en sentido existencial si se suprime la dimensión de la trascendencia (lo que por otro lado no puede ser una decisión simplemente voluntaria ni obedecer a un cálculo racional, pues de lo que estamos hablando es de «fe» en sentido teologal). Más bien casi todos los indicios apuntan a la imposibilidad de suprimir la dimensión sobrenatural del cristianismo cuando se busca su «funcionalidad». Por otra parte la invasión de la ciencia en el momento presente no parece haber ahogado el sentido de la trascendencia, sino que lo ha incrementado, y se constata que el cristianismo más vivo es precisamente el que más afirma posiciones que Hard-wick tildaría de «supernaturalistas» o tradicionales, mientras que intentos como el suyo conducen a la secularización y pérdida de la fe cristiana (ya lo denunció Pan-nenberg en relación a la teología de la desmitologización, Christentum in einer sa-kularisierten Welt, 61-69), sobre todo en su dimensión eclesial, que es uno de sus aspectos centrales e imprescindibles. Hardwick ha sido poco «científico» y quizás demasiado «idealista» (en el sentido hegeliano) al construir una representación del credo cristiano que, a pesar de su coherencia, no parece tener en cuenta los factores más empíricos que deberían guiar una investigación sobre la relevancia y la hermenéutica de la fe religiosa en el mundo actual.
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