De Guerenu Gregorio P. ,
Recensione: José Fernàndez Lago, La «montana» en las Homilìas de Origene ,
in
Antonianum, 68/1 (1993) p. 130-132
.
Summary in Spanish:
Enfrentarse con la doctrina de Origenes, cualquiera sea la temàtica que se toque, siempre Ueva consigo una buena dosis de «osadia» intelectual. Con la obra de J.F.L. nos hallamos frente a un trabajo que denota paciencia, acuciosidad, sen-tido del detalle en la investigación exegética, orden y graduación en la exposición asi corno denodado esfuerzo por traducir a la vida cristiana el contenido del men-saje. Si la investigación referente a «La montana» en la obra de Origenes ha sido reducida a las Homilias -lo cual implica ya un trabajo mas que respetable-, sin embargo el autor ha tenido en cuenta buena parte del resto de la obra del gran alejandrino. Por otro lado, comò era de esperarse, la investigación se ha hecho extensiva a autores precedentes asi corno contemporàneos de Origenes. Pero incluso — y esto no tenia que esperarse, sin mas — ha abarcado autores posterio-res, lo cual enriquece el trabajo y facilita el camino a quien deseara tratar esos autores con mayor detenimiento. Asi,pues, han pasado por la fina criba de J.F.L. las obras de Filón de Alejandria asi comò el Targum del Pentateuco y el Talmud de Babilonia, y autores comò Clemente alejandrino, Ireneo de Lión, Didimo el Ciego, san Ambrosio, san Jerónimo y san Agustin,entre otros.
La obra està dividida en diez capitulos que, a su vez, son trabajados en dos grandes partes, comprendiendo cuatro capitulos la primera y seis la segunda. Precede una introducción (19-30) en que delimita con precisión los diversos niveles que abarca el termino «monte», identifica bien las fuentes y presenta la metodologia a seguir. En la primera parte (31-111) aclara, ante todo, el sentido literal de
los montes para pasar luego a los detalles interminables de la alegoría, y relacionando con el «monte» a los grandes personajes de la historia de la salvación, cuyo centro es Cristo. El «es la montaña». María se dirigió a la montaña, «puesto que le correspondía vivir en lo alto»; mientras que los apóstoles reciben el Espíritu Santo «en el piso superior o en la terraza» (95). Algunos montes, como el Sinaí, el Tabor y el Sión merecen tratamiento especial: en ellos la alegoría alcanza su mayor significación y fuerza. La segunda parte (112-196) está presentada como un camino ascensional que va desde lo profundo del mar hasta las últimas moradas celestiales. J.F.L. selecciona cinco párrafos (textos-tipo) de otras tantas homilías de Orígenes y los estudia en igual número de capítulos. Es el trabajo exegetico y de análisis detallado. Las perícopas tratan el tema del monte y de las actitudes diferentes que en relación con la subida al mismo toman diversos tipos de personas: desde los paganos, judíos y gnósticos hasta los cristianos incipientes, proficientes y perfectos. Es la parte más densa y expuesta con suma claridad. La conclusión (197-214) explícita algunos puntos más o menos dispersos a lo largo de la obra, pero sobre todo pone al descubierto el método seguido por Orígenes y la combinación del material empleado, procedimientos literarios, hermenéuticos, etc., finalizando por resaltar el genio de Orígenes como exegeta, teólogo, hombre de espíritu y maestro. Los índices: bíblico, de obras de Orígenes y de autores antiguos y modernos constituyen una valiosa ayuda para el lector. Podría decirse que la edición de la obra es impecable.
Por lo general, cualquier estudio sobre Orígenes suscita de inmediato algunas reservas o pone sobre el tapete problemas nunca plenamente resueltos, o, en todo caso, provoca interpretaciones diferentes dando lugar así a valorizaciones más o menos positivas o negativas con sus determinadas consecuencias para el propio momento histórico. J.F.L. ha dejado entrever algo de esto, pero no ha entrado en problemas, dedicándose exclusivamente a su cometido más directo. Por nuestra parte, quisiéramos hacer sólo dos observaciones respecto de dos puntos que el mismo autor ha insinuado. El primero de ellos se refiere a la relación entre cosmología y espiritualidad en la exégesis origeniana (p. 92) y el segundo a la relación entre antropología y espiritualidad en la misma exégesis (p. 214).
Es verdad que el primer punto lo trata Orígenes, de modo especial, en el libro «De principiis» y no tanto en las «homilías». En la concepción origeniana los hombres son una parte del mundo espiritual-intelectivo caído en el mundo corpó-reo-sensible; o, como dice el autor, «hombres esenciales... exiliados al mundo sensible, como almas insertas en cuerpos materiales» (92) y que ahora son llamados a «subir», a alcanzar el estado original. Pero entre los hombres «sensibles», entre los caídos,también existe una diferencia gradual. Y si bien todos pueden llegar hasta el «monte santo», un poco como que, «a priori», a unos les espera un lugar inferior que a otros. Hubiera tocado el autor el problema de los «simples», los «inferiores», las «turbas», el «vulgo», los «imperfectos» (términos que emplea muchas veces: pp. 95, 103, 110, 134, 137, 153, 155-157, 160, 163, 164..), según Orígenes, y de su acceso a la salvación o subida y llegada al monte. Los «simples», el «pueblo», los «imperfectos», ¿serán simplemente «enfermos e incapaces de misterios más profundos»? ¿La letra será su único alimento?
Por lo que respecta al tema de la relación entre antropología y espiritualidad, es verdad que J.F.L. señala claramente que «la antropología de Orígenes es de tipo platónico» (214) y en varias oportunidades la contrapone a la de Ireneo.
Sin reticencias afirma: «No se podría hablar en el Alejandrino de "salus carnis"; sino más bien de "salus animae"». Y un poco rápida y sorprendentemente concluye: «Pero, al fin y al cabo, "salus", gracias a Jesús...». (214). Ahora bien, siguiendo esta argumentación; es decir, sin explicaciones previas, cabría aceptar la posición del gnóstico al decir que él no defiende ni la "salus carnis", ni la "salus animae" sino más bien la "salus spiritus",pero que, al fin y al cabo, es "salus", y gracias a Jesús. El deslizamiento y la asimilación serían, por decir lo menos, peligrosos. Se hubiera requerido una mayor matización.
Si la selva y el mercado de alegorías de Orígenes se prestan para altos vuelos místicos, también parece cierto que a quienes residen en el piso superior y observan desde la terraza acechara el peligro constante de no ver en su real dimensión a los que caminan a ras de tierra. Hemos de agradecer a J.F.L. el que, con su abnegado y fructífero trabajo, nos haya brindado la oportunidad de remitirnos al gran maestro alejandrino a través de una nueva veta doctrinal.
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