En la recrudescencia actual de la problemática matrimonial es interesante que un teólogo, especializado en las ciencias bíblicas, nos ponga en contacto con las raíces históricas de la doctrina cristiana sobre este sacramento, institución natural y signo de salvación. Bajo el mismo título general había publicado en 1984, con la misma Editorial, el primer volumen de esta obra. Era la parte más directamente histórica, con las noticias que poseemos sobre las modalidades con que se celebraba el matrimonio entre los antiguos hebreos y en el judaismo, y después en el ambiente greco-romano, en el que se desarrollaron las primeras comunidades cristianas; así pudo precisar las prácticas matrimoniales que los cristianos tomaron de ambas culturas, y analizó los formularios de las iglesias tanto orientales como occidentales para la bendición nupcial; y examinó los textos bíblicos referentes al matrimonio.
Ahora, como lo indica el subtítulo de este 2° volumen, centra su atención en los principios que distinguen el matrimonio cristiano: la inseparabilidad y la monogamia. Es un estudio muy serio, con una documentación abundantísima de las fuentes más antiguas, tanto bíblicas como patrísticas, litúrgicas e históricas: material interesante que estudia con agudeza y expone con claridad y precisión. Partiendo de la visión específicamente cristiana del matrimonio y de las exigencias prácticas que en consecuencia implica, y en contraste con las prácticas existentes en el mundo antiguos tanto judío como greco-romano, profundiza en el sentido de estos dos principios de nuestra moral matrimonial según la interpretación que han tenido en la Iglesia sobre todo durante los primeros siglos.
El autor defiende con fuerza y reiteradamente la posición de los orientales contra el reproche que en el occidente se les hace, de aceptar para algunos casos el divorcio entre cristianos. La iglesia oriental ha resaltado aun más que la occidental la monogamia, extendiéndola incluso más allá de la muerte en el sentido de que no aprueba sino solamente tolera, y con limitaciones, un segundo matrimonio de los viudos. Pero en cambio ha aceptado pastoralmente la «oikonomia», como comportamiento eclesial de comprensión humana para la solución de determinadas situaciones graves: la infidelidad conyugal de uno de los consortes permite al otro la separación definitiva, pero de suyo no un nuevo matrimonio; éste es gravemente ilícito; si de hecho se contrae, excluye de la comunión; pero después de algunos años (de 7 a 16, según los casos) los contrayentes pueden ser readmitidos a los sacramentos aun conviviendo en el segundo matrimonio (aunque no haya muerto el primer consorte) sobre todo si así se ha constituido una familia real, con hijos (cf. p.ej. pp. 306-316).
El autor sostiene que esta procedura fue común en la iglesia antigua, aun en su parte occidental; solo relativamente tarde, en la Edad Media, la iglesia romana acentuó el sentido jurídico de la «indisolubilidad» absoluta del matrimonio rato y consumado, mientras que en cambio, para las dificultades prácticas, amplió la aplicación de los llamados «privilegios paulino y petrino» y las declaraciones de nulidad (cf. pp. 358-362). Y concluye (pp. 369-374) que ahora sería interesante recuperar el sentido válido de la «oikonomia» que siguen aplicando las iglesias orientales, sin encerrar el misterio cristiano del matrimonio en principios jurídicos demasiado estrechos (cita expresamente el c. 1141 del actual Código de Derecho Canónico), que pueden ser como callejones sin salida.
En todo caso, para asegurar la fidelidad al misterio cristiano del matrimonio, además de las virtudes teologales y los demás auxilios sobrenaturales en el que el autor justamente insiste, se debe requerir también una maduración integral de la persona, sobre todo en su dimensión sexual y afectiva; es lo que muchas veces falla también en los esposos creyentes, comprometiendo así la posibilidad humana de vivir con coherencia el ideal tanto natural como sobrenatural del matrimonio.
