Vazquez Janeiro Isaac ,
Recensione: ORELLA Y UNZÚE, J. L. DE, Respuestas católicas a las Centurias de Magdeburgo (1559-1588) ,
in
Antonianum, 56/1 (1981) p. 252-255
.
Sommario in spagnolo: A partir de 1559 fueron apareciendo en Basilea, uno tras otro, los trece libros de la Ecclesiastica Historia, preparados por el protestante Flacio Ilírico y otros colaboradores. Por el lugar donde el equipo trabajaba, Magdeburgo, y por el método de periodizar la historia — cien años por volumen —, esta Historia pasó a la historia bajo el nombre de Centuriae Magdeburgenses.
El tema de la Iglesia — que constituye, más que el de la justificación, la verdadera piedra de toque de las opuestas posiciones de católicos y protestantes, en opinión de H. Jedin — descendió desde entonces del plano dogmático al terreno histórico. La tesis de fondo de los Centu-riadores es ésta: la Iglesia Romana o papista se fue corrompiendo a través de los siglos de tal manera que en el momento actual no tiene nada en común con la Iglesia primitiva que recibió íntegra la doctrina de Cristo y de los Apóstoles; pero esta doctrina no desapareció, sino que fue custodiada por unos pocos — los « testes veritatis », cuyo católogo nos da Flacio en otra obra suya — hasta que Lutero y los suyos la redescubrieron y la predicaron.
La respuesta histórica definitiva de la Iglesia vendrá sólo a partir de 1588, cuando comenzarán a publicarse los Ármales ecclesiastici de Cesare Baronio. Pero ¿ qué hizo la Iglesia en los 30 años anteriores, sobre todo desde que las primeras Centurias comenzaron a llegar a los Padres de las últimas sesiones de Trento? Responder a esta pregunta constituye la finalidad de esta obra que reseñamos. Cierto, los católicos del primer trentenio de la Contrarreforma no se quedaron parados ante el reto que les venía del equipo de Magdeburgo. Pero también es cierto, que la historiografía posterior, tal vez un poco deslumbrada por los resplandores de 'a obra de Baronio, no prestó especial atención a los esfuerzos realizadcj durante ese período inicial. Hay que reconocer, pues, que la monografía de Orella viene a colmar un vacío historiográfico.
En seis densos capítulos el A. estudia la polémica en torno a las Centurias (c. 1), las primeras reacciones en el seno mismo del concilio de Trento y en los países católicos hasta 1566 (c. 2), la organización romana antimagdebúrgica bajo Pío V (c. 3) y bajo Gregorio XIII (c. 4), la reacción de las cortes católicas (c. 5), y los últimos intentos periféricos y privados de refutación de las Centurias (c. 6); en unas concluciones generales el A. ofrece una valoración de las respuestas antimagdebúrgicas. A continuación, detallada lista de fuentes manuscritas e impresas y de la bibliografía; varios apéndices con listas cronológicas de congregaciones cardenalicias; una buena colección documental, publicada integralmente o en regesto; y, finalmente, índices de personas y general.
Esta monografía llena con creces el vacío historiográfico a que nos hemos referido arriba; los treinta años de historia eclesiástica que en ella se estudian aparecen ahora como un amplio escenario, por el que desfilan, iluminados por los reflectores de una amplia información documental y bibliográfica, unos cincuenta escritores que dieron o intentaron dar, en diversa medida, una «respuesta» a las Centurias. Pero esta monografía, lejos de ser un simple « nomenclátor», es también, y sobre todo, una valiosa historia de los años en que nace y se organiza la Contrarreforma. El A. considera las figuras como hilos de ese abigarrado cañamazo que es la Europa cultural, diplomática, política y religiosa de mediados del siglos XVI; y reconstruye un conjunto lleno de viveza, unidad e interés. Demuestra en todo ello capacidad de penetración y de síntesis, agilidad de exposición, así como también una cierta dosis de fantasía («un poco llevados por la imaginación», confiesa él mismo, p. 270); ¿ y quién ha dicho que no se requiere también fantasía para entender la historia?
El esfuerzo del A. por dar interés y hasta cierta dramaticidad a las fuerzas católicas en su reacción al reto de los magdeburgenses puede que tal vez engendre en el lector distraído una primera impresión de que la Iglesia Católica no se daba sosiego ni de día ni de noche hasta que lograse refutar o hacer refutar convenientemente las Centurias. Pero esa impresión no correspondería a la realidad de los hechos ni se recaba tampoco de una lectura atenta de la documentación aireada en esta obra. En efecto, una lectura reposada lleva a la convicción de que Roma trató el problema magdebúrgico de la misma manera que tantos otros problemas engorrosos, que, por una parte, no se puede menos de tomar en consideración, y que, por otra parte, no se sabe cómo resolver; y recurre entonces a la fórmula clásica: « dilata ».
En un escenario tan amplio como es el que estudia Orella, es obvio que los reflectores no alcancen a iluminar algún que otro personaje o algún que otro ángulo. El A. confiesa que no logró enfocar, no obstante sus « muchas investigaciones » (p. 268) al misterioso « fra Luigi de Ara-celi », franciscano observante « español », del cual publica un interesante memorial. Es verdaderamente sorprendente que en los ficheros de las principales bibliotecas romanas — frecuentadas por el A. — y en los repertorios bibliográficos franciscanos — de consulta obligada —, el A. no haya tropezado, bajo la voz « Ludovicus » o Ludovico, con fray Luis de San Francisco (como él mismo se donomina en el memorial), lisboeta de nacimiento, pero de profesión hijo de la provincia española de Santiago, autor, entre otras obras, del Globus canonum et arcanorum linguae sanctae (Romae 1586). A falta de datos, el A. recurre a la imaginación — « un poco llevados de la imaginación », dice a este propósito — para hacer actuar a fray Luis en Roma desde mediados de 1568, deduciendo de aquí, entre otras cosas, que es un hecho « probado » que el memorial fue presentado a Pío V (f 1572) y que el « compagno » a que alude fray Luis, no era otro (« con probabilidad ») que fray Miguel de Medina (f 1578). Pero toda esta construcción, indudablemente brillante, se viene a tierra ante un simple hecho cronológico: Fray Luis no llegó a Roma sino en 1581! Escribe en el prólogo de su obra (1586) al card. F. de Mediéis: «Posteaquam in hanc sacrosanctam Romanam Ecclesiam... et in almam Urbem... meorum assensu superiorum et impulsu, abhinc annos quinqué verá ».
Fray Miguel de Medina fue el teólogo católico que recibió el primer encargo oficial, nada menos que del concilio de Trento, para refutar las Centurias; encargo confirmado luego por cuatro papas y por Felipe II. El A. lo trata con relativa amplitud, pero con menos precisión y originalidad. Los encargos hechos individualmente a Medina y a fray Luis, me parece que no dan pie para hablar de una « encomienda a la Orden franciscana » (148, 149).
Una pequeña observación metodológica: en la publicación de los documentos del apéndice se indica sólo la fuente manuscrita; pero muchos documentos (tal vez la mayor parte) habían sido ya publicados antes ¿ no convendría indicarlo también?
Todos los reparos anteriores no merman el grande mérito historio-gráfico de esta monografía que publica la Fundación Universitaria Española.
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