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Recensione: PETER HÜNERMANN, BERND J. HILBERATH, LIEVEN BOEVE (Hg.), DasZweite Vatikanische Konzil und die Zeichen der Zeit heute

 
 
 
Foto Oviedo Lluis , Recensione: PETER HÜNERMANN, BERND J. HILBERATH, LIEVEN BOEVE (Hg.), DasZweite Vatikanische Konzil und die Zeichen der Zeit heute, in Antonianum, 83/2 (2008) p. 353-357 .
Summary in Spanish:

La recepción del concilio Vaticano II ha alcanzado suficiente madurez, lo que permite realizar revisiones y balances más certeros. Para la Iglesia Ca­tólica no cabe duda de que se trató de un evento único que marcó profunda­mente su proceso de modernización, pero también de un hecho de alcance teológico, que todavía inspira la reflexión de muchos estudiosos y marca la agenda de una buena parte de la investigación y la docencia en los centros teológicos.

La obra que comentamos representa un amplio esfuerzo colectivo de análisis y aplicación de una de las propuestas centrales de lo que cabría deno­minar "nueva teología conciliar": los "signos de los tiempos", como clave de comprensión de la revelación y de su recepción en situaciones cambiantes. Los signos de los tiempos constituyen una pauta hermenéutica que orienta la lectura de los textos canónicos y de los acontecimientos y experiencias relevantes para la fe.

La obra se divide en tres grandes partes (o "capítulos"): la primera se consagra de forma más específica a la cuestión teológica de los signos de los tiempos; la segunda repasa la recepción de las grandes constituciones del Va­ticano II y algunas tareas pendientes; la tercera — una especie de conclusión - recoge propuestas para orientar el trabajo teológico y los retos que plantean los nuevos tiempos. Trataré de facilitar una guía de lectura de esta magna obra en la que colaboran unos 35 autores de diversas procedencias culturales y geográficas.

El cardenal Karl Lehmann introduce la obra; en esas páginas ofrece una visión general del Concilio y de su recepción. Considero entre lo más des-tacable la referencia a una metodología de los "signos de los tiempos" que asuma la dimensión empírica (20), lo que aplica hoy en especial al problema de la secularización, una situación que marca de forma decisiva el contexto de la fe en las décadas posteriores al Concilio.

En el primer título de la primera parte se reúnen cuatro ensayos de "fundamento teológico", firmadas por especialistas en el tema y teólogos que conocieron de cerca aquel evento y su inmediata recepción. P. Hünermann compara la situación del final del Concilio con la actual, para señalar algu­nos cambios que revelan nuevos temores y los límites del progreso. Llama la atención su intento de desinflar el alcance de la secularización con la alusión a un nuevo interés religioso (47). Su conclusión alude a la necesidad de una teología abierta a los nuevos retos y capaz de diálogo.

G. Ruggieri se refiere a los signos de los tiempos como una categoría crítico-hermenéutica que asume cómo lugar teológico ante todo la historia (69). Ch. Theobald reflexiona sobre el significado teológico de dicha catego­ría, que aproxima a la apuesta por la "pastoralidad" que impulsó Juan XXIII. De nuevo la verdad se descubre en la tarea hermenéutica y se vincula a las circunstancias históricas; pero introduce además la dimensión de alteridad en una teología que debe tener en cuenta las necesidades de los otros, lo que denomina "relacionalidad pastoral" (83), D. Mieth acentúa más bien la di­mensión ética de la categoría de los signos de los tiempos, y que hoy apunta a los retos de la globalización.

El segundo apartado describe algunos "signos de los tiempos globales"; se les consagran cuatro estudios específicos: el papel de las mujeres, la dimen­sión ecuménica, la conciencia ecológica, y el diálogo interreligioso.

El tercer apartado de esta primera parte describe las visiones que apor­ta cada uno de los continentes; cinco secciones se dedican respectivamente a Latinoamérica, Norteamérica, India, África y Europa. Fijándonos en la realidad de Europa, el análisis que provee M. Kirschner se centra en signos políticos, económicos y culturales, ignorando el desolador panorama religio­so y con una breve alusión al grave problema demográfico del descenso de natalidad y de la creciente inestabilidad familiar.

La segunda parte se inicia con un apartado dedicado al estudio de la recepción de las grandes Constituciones. Destacan dos estudios sobre la Gaudium et spes, uno sobre la Sacrosantum Concilium, otro sobre la Lumen gentium, y otro sobre la Dei Verbum.

El siguiente apartado lo componen cuatro estudios sobre los aspectos canónicos o jurídicos de esa recepción. El tercer apartado de este bloque, en torno al movimiento ecuménico, plantea cuatro ensayos que proponen las perspectivas del Consejo Ecuménico de las Iglesias, de los Ortodoxos, de los Evangélicos, y concluye con una revisión desde la situación actual a partir de la Unitatis redintegratio. El cuarto apartado lo forman tres estudios sobre el diálogo interreligioso, a partir de la Gaudium et spes y de la Dignitatis húma­me. El último título de esta segunda parte propone visiones de recepción y proyectos de futuro desde cinco grandes "espacios culturales": Brasil, Cana­dá, India, África y los países ex-comunistas.

La tercera y última parte formula una especie de programa por parte del editor principal, el veterano teólogo de Tubinga Hünermann, así como un repaso de los viejos y nuevos retos ante los signos cambiantes de los tiempos, por parte del segundo editor, Hilberath. Respecto del primero de los textos, destaca la reivindicación de que el Concilio se convierta en el "software de la Iglesia hoy" (569). Reconoce la pluralidad de interpretaciones que sugiere ese motivo y la dificultad de lograr un acuerdo. Su reflexión sistemática se apoya en la propuesta de una "pragmática lingüística teológica", es decir, de una elaboración teológica que tenga en cuenta la praxis eclesial y se oriente a ella, buscando "confirmación y plausibilidad en el interior de las personas" (573). Dicha orientación parece patente en las declaraciones conciliares. Queda abierta la aplicación de dicha pragmática a la situación eclesial al inicio del nuevo milenio. El tema invita a una asunción de la historia y de su carácter abierto a la libertad y a la dimensión ética. Los signos de los tiempos destacan en ese trasfondo como categorías teológicas que exigen interpretación, como signos de la actuación divina a través de la práctica humana, lo que convoca al Magisterio eclesial, la reflexión teológica y los grupos del Pueblo de Dios. Hünermann aprovecha la ocasión para invitar a una resolución de las tensio­nes que se han vivido entre esas instancias (590).

Hilberath describe los nuevos retos ante unos signos de los tiempos cam­biantes. Con un tono más bien crítico se refiere a algunos límites detectados y a la pluralidad de ámbitos territoriales con sus propios desafíos. Señala en particular: la renovación de la liturgia con los correspondientes procesos de inculturación; el movimiento bíblico y ecuménico; y la relación entre ecle-siología de comunión y estructura de comunión. Este último punto se refiere al proyecto de una Iglesia más comunitaria, menos jerárquica, más colegial y participativa, algo que el autor parece echar de menos. Se reiteran alusio­nes positivas a las teologías prácticas y a las nuevas experiencias eclesiales en Latinoamérica (no sólo en este capítulo, sino a lo largo del libro). También se señalan los puntos fuertes de la recepción ecuménica y de las aperturas ad extra, al tiempo que se indican retos pendientes, o bien nuevas situaciones y cuestiones que no pudo tomar en consideración la GS. La agenda que pres­cribe se refiere a la prioridad de un testimonio vivo, de la profecía extranjera y de la actuación ecuménica.

La lectura de buena parte del material que recoge esta amplia obra su­giere una paráfrasis de un famoso título de Dickens: "un cuento de dos Con­cilios", o bien de "dos recepciones", de "dos mentalidades eclesiales" al juzgar los "signos de los tiempos". Abunda en esta obra una línea de recepción que cabría denominar "idealista", y que se corresponde con el grupo que lamenta las "esperanzas truncadas" tras varias décadas de post-concilio. Está menos presente la otra narración, la que cabría designar "realista", y que quizás se refleja en parte en la introducción de K. Lehmann. Para este segundo grupo el Concilio sigue siendo una fuerte inspiración, y el tema de los "signos de los tiempos" invita más bien a la autocrítica y a asumir retos urgentes para la supervivencia de la fe cristiana en la zona occidental: en especial ante la secularización y la descristianización, que convocan más bien a un renovado empeño apologético — en la teología — y a la nueva evangelización - en lo práctico. Da la impresión de que se ignora esta segunda línea y que persisten enfoques y una sensibilidad que pertenece a unas generaciones y a una cultu­ra cuyo programa todavía no logra reactivar o revitalizar el ambiente eclesial y teológico.

Desde mi punto de vista, falta una lectura de los signos de los tiempos en clave pragmática, en un sentido más "americano". La teología - protes­tante — de aquella zona nos invita a orientar la producción teológica a partir de su capacidad para dinamizar y hacer crecer a las comunidades eclesiales (G. Lindbeck, N. Murphy). Esta lección parece ausente en las teologías pro­puestas; más bien habría que aprender a leer los signos de los tiempos como indicaciones empíricas sobre la capacidad de una propuesta o estilo teológico de reactivar un panorama eclesíal más bien decaído. Los signos de los tiem­pos pueden funcionar como "instancias de verificación empírica" y mapas que orienten las teologías hacia las opciones con más futuro. A ello deben contribuir instrumentos de observación empírica, sobre todo con el auxilio de las ciencias sociales.

La tarea pendiente, cuando se quiere actualizar la doctrina de los signos de los tiempos, es ciertamente devolverles su vigencia más allá de lo que fue­ron los signos coyunturales de los años sesenta. Han pasado más de cuatro décadas desde entonces, y seguramente son otros los signos, otros los retos y las soluciones que se requieren, si no queremos seguir anclando la teología de forma anacrónica en los estilos de otras décadas y en respuestas que ya no funcionan, por motivos relativamente fáciles de comprender cuando se conoce la sociología de la religión contemporánea.


 



 
 
 
 
 
 
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