Oviedo Lluis ,
Relationes bibliographicae: La teología de J. Milbank y la "Radical Orthodoxy". J. MILBANK, The Word Made Strange: Theology, Language, Culture; J. MILBANK - C. PICKSTOCK - G. WARD (eds.), Radical Ortodoxy. A New Theology,
in
Antonianum, 74/3 (1999) p. 545-553
.
Summary in Spanish: La reflexión teológica conoce recientemente algunos fermentos en el ámbito anglosajón que suscitan especial interés y animan el debate teológico. Llama la atención que las nuevas corrientes se sitúan en el extremo contrario de las tendencias más liberales que dominaban -y aún dominan- el panorama académico en la mayor parte de las facultades de Divinity. El énfasis se pone no tanto en cómo adecuarse a la nueva cultura sino en cómo ser fieles a la propia tradición. Las nuevas tendencias se preocupan menos de alcanzar una buena simbiosis con la modernidad, y persiguen más bien una conciencia clara de la propia identidad y diferencia. Hay que buscar una parte de la explicación del fenómeno en la sensibilidad postmoderna, que ha abierto nuevos espacios para la teología (aunque quizás haya cerrado simultáneamente otros). Entre las ventajas que ofrece el ambiente actual a la reflexión cristiana se encuentra la posibilidad -no secundaria- de recuperar sin complejos ni mala conciencia lo mejor de su propia historia, del cúmulo de ideas, experiencias y textos que la enriquecen. En el contexto en que nos movemos la teología se siente animada a proponer su propia visión como crítica y correctivo frente a una modernidad in-satisfactoria y decepcionante para muchos, y no simplemente como una operación de "añadir más de lo mismo" (más liberalismo, más socialismo o más ecología).
El esfuerzo renovador lo protagoniza de forma especial el joven teólogo inglés John Milbank, uno de los autores más fecundos y provocativos de la última década. Sus aportaciones, no exentas de ambigüedades, implican una profunda revisión de algunos de los paradigmas sobre los que se ha construido la mayor parte de la teología del siglo que termina. Independientemente del grado de consenso que pueda recoger, es de sumo interés comprender sus razones, seguir sus argumentos y confrontar sus opiniones. Lo que está en juego es el futuro inmediato de la reflexión cristiana y los modos más adecuados de vincular las tradiciones del pasado a las exigencias y sensibilidad del presente.
Las dos obras a comentar están íntimamente relacionadas: la primera es una colección de artículos publicados por Milbank en los últimos diez años, aunque bastante revisados para la presente edición; expresan en el sentir del autor "lo que pienso ahora", su momento intelectual, y plantean, junto a su muy citada Theology and Social Theory, una revisión en profundidad de la relación entre fe y mundo moderno. El segundo libro es una obra colectiva editada y encabezada por Milbank, que -a modo de manifiesto- presenta el movimiento teológico o la "nueva teología" surgida de una reinterpretación postmoderna de la tradición cristiana (o al menos de una parte sustancial de la misma).
The Word Made Strange contiene ensayos de alta erudición en los que Milbank promueve un diálogo tenaz y fecundo con muchos de los protagonistas del pensamiento moderno. No ha sido fácil darles una unidad, para lo que el autor recurre a la clave fundamental del lenguaje de la fe. La organización de los artículos se vale de términos griegos altamente evocadores: Arche, Logos, Christos, Pneuma, Ethos, Polis, casi el entero espectro de la reflexión teológica, y de hecho tocan amplitud de temas, desde los epistemológicos o de teología fundamental hasta los más dogmáticos, sin descuidar la moral y la teología práctica. Lo más importante es de todos modos la intención de fondo que motiva el conjunto de los ensayos y les confiere un cierto "común denominador". El autor hace explícita dicha intención en la introducción: que "el logos cristiano pueda resonar de nuevo en toda su frescura" (1), que el mensaje cristiano pueda recuperar su extrañeza, es decir su carácter sorprendente y novedoso, precisamente al reproponer lo mejor de su tradición, de su memoria histórica.
La línea fundamental que comparten la mayoría de los ensayos puede ser resumida en términos de revisión histórica y de recuperación del impulso original cristiano. En opinión de Milbank, el tardo medioevo conoce una fractura fundamental en la visión cristiana de lo real, a causa del nuevo método que introducen Escoto y Ockham, que produce una brecha entre Dios y el mundo creado. El pensamiento moderno no hace más que profundizar y dar cumplimiento a dicha escisión, excepto pocos autores inclinados a renovar el esquema de integración original. En la condición actual compete sobre todo a la teología superar la crisis plurisecular que se vive desde entonces, reivindicar la visión de unidad e implicación mutua entre la dimensión finita e infinita y articular un discurso global que, al proveer de nuevo un verdadero fundamento a lo real, evite las recaídas en el nihilismo, destino inevitable de la racionalidad autónoma. Todo ello tiene claras implicaciones éticas y políticas en el sentido de instaurar un ethos y una polis que no se fundan en el presupuesto de la violencia entre individuos, sino en el principio de integración y del bien común. Comentaré algunos de los artículos para recoger detalles de interés de cara al posterior diálogo.
El primero de los estudios, "Crítica de la teología del derecho" (A Critique ofthe Theology ofRight) plantea un ambicioso diálogo a varias bandas, a partir de la contraposición entre Kant y Tomás de Aquino. La cuestión es que la divinidad que prefigura el corpus kantiano tiene un carácter agnóstico, funciona simplemente como una estructura de legitimación y presenta rasgos no menos dogmáticos que la metafísica medieval que el filósofo alemán había tratado de superar. Para Milbank es fundamental superar la trampa del trascendentalismo y su influjo teológico. Para ello se trata de recuperar a Tomás más allá de Escoto y de su particular "gramática": con el Angélico se da una fundación estrictamente teológica del ser y de lo humano; la antropología es esencialmente teológica, y no puede ser de otro modo, pues la única trascendentalidad es dada por la referencia e imitación de Dios, no por una "estructura antropológica" de corte rahneriano. Hablar de la esencia de lo humano ya es hacer teología (15).
Milbank concluye la confrontación afirmando que mientras en Kant el conocimiento de Dios es la confirmación del mundo actual y de su orden, para Tomás ese conocimiento significa cambio en un proceso de desarrollo teleológico. De ahí surgen seguramente éticas y políticas diferentes.
Peukert y MacKinnon son los sujetos del subsiguiente análisis, destinado a mostrar su carácter de una "teología liberal de los derechos". Sólo un discurso que promueve la recuperación de la participación -en lo divino- puede superar las ambigüedades características de la teología moderna.
El título del segundo artículo expone todo un programa "Sólo la teología supera a la metafísica". Es una crítica a los esfuerzos de J.L. Marión por superar la ontoteo-logía a partir de una fenomenología de la pura donación, por la que Dios puede ser recibido en su revelación sin necesidad de caer en las trampas de la metafísica. Para Mil-bank las cosas se plantean de otro modo: a partir de un retorno a la teología previa a Escoto, en especial a Tomás y a su capacidad de evacuar la metafísica, al mantener la preeminencia de Dios sobre el ser. En realidad el problema para Milbank es Escoto y su filosofía del ser unívoco, así como la escisión que opera el maestro franciscano entre el dominio de la teología y el de la filosofía. Este es un leit-motiv en las dos obras objeto de recensión. El autor usa términos bastante duros a ese respecto: "Scotist ido-latry", "conceptual idolatry" (45) refiriéndose a las maniobras que anteponen el "ser" como categoría omniabarcante y unificante a lo divino y a cada ente. Sólo Eckhart "contra los franciscanos" restableció la tradición de la precedencia de Dios. En resumen, Milbank reprocha a Marión el haberse situado -de forma quizás inconsciente- en el panorama post-escotista, con lo que su fenomenología, por muy buena intención que demuestre, sigue atrapada en la metafísica y es incapaz de captar lo divino y su sentido propiamente "teológico". Si la teología quiere seguir hablando de Dios y de su amor de forma significativa debe "evacuar enteramente la filosofía" (50).
El cuarto ensayo, "El giro lingüístico como giro teológico" insiste en la línea ya expuesta: es necesario recuperar el sentido místico del lenguaje, para lo que la contribución de Berkeley es preciosa, y la semiosis cristiana, la única que puede des-sus-tancializar el lenguaje y rescatarlo de la violencia con que se impone.
La reivindicación de una "poética" en grado de replantear el sentido de nuestro encuentro con Cristo es el objeto del quinto capítulo. El sexto capítulo, de carácter también cristológico, reivindica de forma -una vez más- polémica el "nombre de Jesús" y la precedencia de la cristología sobre la eclesiología.
Es significativo el capítulo noveno, dedicado a la ética, con el título interrogativo "¿Puede ser cristiana la moralidad?". La respuesta es negativa y se desarrolla a través de una exasperación de todas las aporías que presiden el intento de una moral humanista. Nietzsche deviene el lógico aliado en esa tarea que denuncia el carácter reactivo de la ética, su exigencia de sacrificio, la complicidad con la muerte, y las marcas de escasez y generalización que la estigmatizan. Las mismas propuestas de Nietzsche recaen en el movimiento reactivo que con tanto ahinco denunciaba. Frente a ese desesperado esfuerzo Milbank despliega el potencial cristiano que encierran los conceptos de don, fin del sacrificio, resurrección, plenitud y confianza. Se trata de un buen test sobre el sentido práctico de las propuestas del teólogo inglés.
Los últimos capítulos, sobre política, en abierto contraste con algunas de las orientaciones más divulgadas del pensamiento teológico actual, replantean las relaciones entre fe cristiana y mundo moderno en términos que cabe describir como "neo-agustinianos". Se reafirma la línea ampliamente expuesta en su obra seminal Theology and Social Theory para revalidar la única praxis que puede evitar el escollo de la violencia sobre el que se funda la ciudad de este mundo.
Radical Orthodoxy es casi un punto de llegada o maduración, el acta de fundación de un movimiento con una misión y unos objetivos bastante claros, al que adhieren un grupo de teólogos provistos de un "nuevo paradigma". La obra recoge aportaciones de doce autores que intentan -leemos en la introducción de los editores- recuperar un discurso cristiano de realidades sometidas desde hace siglos al monopolio del pensamiento secular, como la estética, la política, el cuerpo, la sexualidad, el espacio y la visibilidad. Todos esos temas adquieren un nuevo sentido cuando son "resituados dentro de un punto de vista cristiano", es decir, son comprendidos a la luz de la Trinidad, la cristología, la Iglesia y la eucaristía. La voluntad de todos los que participan en este proyecto es "recuperar y extender una ontología plenamente cristianizada y una filosofía práctica en consonancia con una teología auténticamente cristiana" (2).
La "ortodoxia radical" se plantea como una reivindicación del pensamiento cristiano pre-escotista, en especial de la categoría de "participación", que expresa la sustancial inclusión de la realidad en lo divino y de lo divino en lo real. La radicali-dad reside en no conceder ninguna autoridad a la razón moderna, en proponer el propio paradigma como alternativa a la luz del rotundo fracaso que perciben los teólogos en el proyecto ilustrado. Se trata además de superar muchas de las diferencias que, según los autores, han arruinado la genuina comprensión cristiana de la vida y de la historia, como la distinción entre razón y revelación, algo que hay que atribuir a las tendencias que se afirman a partir del último tramo de la Edad Media. El empeño de esta "nueva teología" se constituye, por tanto, sobre el programa de Mil-bank: recomponer la unidad resquebrajada desde Escoto y la modernidad, mostrando el destino inevitablemente nihilista del pensamiento y la ciencia modernos y la inadecuación de una teología fundada sobre los presupuestos de la separación entre los ámbitos sagrado y profano.
El primer estudio que abre la colección de ensayos presentados es de John Mil-bank. En un breve pero sugerente artículo traza el semblante filosófico y teológico de dos figuras -Jacobi y Hamman- que en el ámbito de la Ilustración y del pre-romanticismo protagonizaron la resistencia contra el proceso de degeneración descrito. Mil-bank inicia con una crítica a Karl Barth por considerar que su reivindicación de una nueva ortodoxia está minada por las categorías desde las que construye su propuesta de fe kerigmática: el vicio parte del uso inconsciente de una filosofía de la diferencia. Desde esa perspectiva la crítica intuye una peligrosa "recaída" liberal, aunque no intencionada. El problema se plantea en la reconstrucción de la genealogía que lleva a los criterios modernos de juicio: hay que buscar los orígenes de la crisis en el maestro franciscano Duns Escoto, quien aplica un método de separación rigurosa entre filosofía y teología, así como a su ontología, concebida más allá de toda consideración teológica (23). Jacobi y Hamann proponen por su parte una epistemología que disuade todo intento de conocimiento "puramente racional" o autónomo: lo real debe ser comprendido en su conexión con lo infinito, o de lo contrario se aboca al nihilismo. La nueva estrategia que ponen en marcha estos filósofos ilustrados media entre el pensamiento cristiano clásico y la postmodernidad, obviando las "desviaciones escotistas" (25). La razón converge de este modo con la fe y se supera la inquietante ilusión de una filosofía fundada en sí misma, o bien en la pura objetividad de lo real. Milbank plantea al final de su artículo un claro aut-aut: o filosofía autónoma (en el sentido moderno) o teología (como reflexión integral); la primera opción es autodestrcutiva.
El segundo artículo se ocupa de la revelación y lo firma John Montag. Es otro alegato en favor de la línea de interpretación señalada. Sirviéndose del contraste entre Tomás y Suárez respecto de ese tema, muestra el proceso de degeneración que introdujo el método escotista y su resultado en la revisión suareziana: la revelación deja de ser una profundizacion en la verdad que todos poseemos, y se convierte en un contenido hasta entonces escondido y formalmente distinto de las otras realidades conocidas. Todavía hoy es frecuente un acceso teológico a la revelación motivado más por las exigencias de la apologética anti-deísta de los siglos XVII y XVIII que por el respeto a la tradición original, en la que no se planteaba el contraste entre conocimiento natural y conocimiento revelado de Dios. En un modo que recuerda bastante la posición de De Lubac, el autor reivindica la presencia de lo sobrenatural en la naturaleza creada para apuntar a la profecía como figura de la revelación en el sentido de recognition de algo dado (46). Según Montag es la intervención del escotis-mo y de su distinción entre "inteligibilidad" (percepción natural) y "autoridad" (iluminación divina) como fuentes de conocimiento, lo que arruina la representación tomista, mucho más integrada y orgánica (47 s.); del mismo modo la "des-ontologiza-ción" del lenguaje y la univocación del ser inclusivo conlleva necesariamente una separación de ámbitos de saber que conduce al divorcio entre Dios y la creación. Suárez llevó a término la aplicación de la metodología escotista de la distinción, con el fin de "racionalizar" la teología, con consecuencias que todavía estamos pagando.
El "proceso a Escoto" continúa con una alusión en el cuarto capítulo, dedicado al nihilismo y Heidegger, firmado por Laurence Paul Hemming. También en este caso se formula un ataque a la doctrina de la univocación, que exige la distinción subsiguiente entre Dios y la persona humana y la postulación de un acceso metafísico a Dios (93).
El resto de los capítulos profundizan desde distintas perspectivas o en diálogo con pensadores significativos de la modernidad algunos de los temas preferidos por esta corriente. El capítulo tercero, por ejemplo, emprende un interesante debate crítico con Wittgenstein (C. Cunningham), que reivindica la "observación teológica" de la filosofía, o bien una especie de "teología del pensamiento filosófico", invirtiendo la dinámica característica de la "filosofía de la religión".
Las cuestiones en torno al "deseo", la "amistad", lo "erótico", los "cuerpos", la "ciudad", así como los tres últimos capítulos de tono estético, completan la obra y muestran la gran fecundidad del nuevo método a la hora de replantear cuestiones de siempre o de recuperar el sentido de una "cultura cristiana" o al menos de una visión cristiana de la persona, de la belleza y de la convivencia, una mirada mucho más ventajosa que la de una modernidad autónoma y escindida de todo origen divino, cuyo único destino es la autonegación nihilista.
La perspectiva que abren The Word Made Strange y Radical Orthodoxy es sumamente prometedora, en especial a la hora de reforzar la débil autoestima que se vive en muchos ambientes teológicos, para los que la modernidad en sus distintas manifestaciones continúa siendo uno de los principales referentes o la instancia que marca el orden del día. Se requiere audacia para asumir una posición de contraste con la modernidad que no deba ser tachada necesariamente de reaccionaria. Aunque ya es conocida desde hace algunos años la interesante y polémica producción de Mil-bank, satisface comprobar que no se trata de un caso aislado, sino que ha hecho escuela y que podemos contar con toda una corriente que enriquece el panorama teológico e incrementa el pluralismo de las opciones, amenzado -en algunos contextos-por la masiva presencia de las formas más liberales.
La aplicación consciente y conspicua de la reflexividad crítica y postmoderna arroja resultados interesantes y no exentos de ironía en relación con el destino de algunos autores y tópicos de la modernidad: que el mismo Kant resulte más dogmático que las metafísicas que critica, que Nietzsche sea tan o más reactivo que las víctimas de su mordaz denuncia, o que Wittgenstein pueda ser revisado desde la teología, significa una inversión de tendencia y expresa una voluntad de "deconstrucción teológica" de la filosofía y la ética. La prioridad afirmada por Milbank y sus colegas de la teología sobre la metafísica, la ética, la sociología o la antropología, e incluso sobre toda "gramática", sugiere otra forma de leer las atormentadas relaciones entre la fe cristiana y la modernidad, un contrapunto a tendencias demasiado derrotistas.
Sin embargo no cabe disimular algunos elementos de disenso por parte del recensor e incluso de sana preocupación. El "absolutismo teológico" que inauguran los autores citados tiene sus ventajas, en cuanto reivindica la legitimidad de la visión teológica independientemente de otras formas de observar lo real. De todos modos la "mirada teológica" no se reduce necesariamente a una "mirada tomista" o a una "mirada agustiniana", sino que es seguramente mucho más amplia y rica, como habrá ocasión de comprobar.
Son muchísimas las cuestiones y los campos tratados en ambos libros; es obligado limitarse en el diálogo a algunos aspectos, quizás los que más reflejan los motivos del recensor.
En primer lugar emerge una cuestión historiográfica, o al menos de historia de las ideas, que merecería mucha más atención y no simplemente unos apuntes que abundan en ciertos lugares comunes y que han sido poco matizados. Me refiero claro está al proceso contra Escoto y a la adjudicación de culpas ante lo que se presenta como una degeneración o "desviación" del pensamiento cristiano antiguo y medieval más integrador, una teoría que no es nueva ni original (Von Balthasar también promovió un juicio similar).
A la espera de un estudio más particularizado, cabe señalar de momento algunos extremos problemáticos en la línea hermenéutica utilizada. Ante todo surge la cuestión del mérito o del demérito de Escoto. Son muchos los que le reconocen el valor de introducir distinciones que ayudaron a demoler el edificio de los universales y a plantear los derechos metafísicos del individuo, base de sus derechos fundamentales o jurídicos, algo que Milbank sitúa en la esfera de la "violencia institucionalizada". Hasta qué punto dicha operación pudo plantear ventajas y hasta qué punto inconvenientes me parece que queda en lo relativo de los criterios desde los que se juzga la historia, o bien en los juegos de la "historia hipotética" o "historia ficción" (¿qué hubiera pasado si hubiera triunfado el paradigma tomista?).
Por otro lado hemos aprendido con Popper a ser cautos con las "teorías de la conspiración histórica", cuya obsesión es encontrar culpables y atribuir las responsabilidades de los daños que sufre la humanidad. Muy a menudo los efectos no responden a las intenciones y los juicios generales traicionan y simplifican procesos mucho más complejos y difíciles (lo que vale tanto para Escoto como para Tomás). Milbank y sus colegas nos tendrían en todo caso que facilitar una teoría hipotética sobre el "mundo perfecto" que habría resultado de una profundización de la visión tomista ¿seguiríamos viviendo en estructuras feudales? ¿Continuarían negándose los derechos individuales? ¿Habría ciencia y técnica, o bien medicina tal como las conocemos?
Hay otro hecho que es necesario recordar: se falsifica a Escoto cuando se lo presenta en esa generalidad y no se detiene en una lectura particularizada de sus escritos. En varios puntos de su producción se descubre una orientación inversa a la que le acusan sus críticos de última hora, que se suman a una tradición que en casa católica llegó a prohibir -no hace mucho- la enseñanza de su pensamiento. Por ejemplo las inteipretaciones muy distintas que admite la teoría de la "univocación"; el sentido supererogatorio de la redención, o bien la teología de la caridad, que sitúa a Escoto entre los autores que más asumen la línea agustiniana de la subordinación del amor humano al divino. Al menos a ese nivel es impensable un "amor humano autónomo". El problema es sobre todo hermenéutico: no es justo simplificar del modo que hacen sus críticos ingleses una obra mucho más rica y plural. De todos modos conviene recoger el desafío que lanzan estos autores de cara a una respuesta más específica y en grado de afrontar la "revisión" propuesta.
Por otro lado las obras reseñadas abundan en una clave de lectura historiográ-fica cuanto menos discutible: el paradigma de la degeneración histórica. De hecho se trata de una visión bastante "moderna", que asume también cierta visión cristiana de tono anti-historicista; algo que seguramente comprenden los autores que se han dado cita en torno a Milbank. Este es un tópico que cuenta con distintas versiones, la más notoria es la que opone los orígenes puros del cristianismo (apostólico, de las "catacumbas"...) a la decadencia posterior. En el caso comentado el paradigma se amplía, pues la "época dorada" se extiende esta vez hasta Tomás de Aquino; después sólo se reconoce -salvo escasas excepciones- la desviación o la falsificación de la idea original. Milbank ha evolucionado seguramente, pues en las últimas páginas de Theology and Social Theory esa línea separaba a Agustín de Tomás; el Angélico reconocía una autonomía a la sociedad civil que ya introduce una "división" dañina. Valorar la historia en su riqueza y multiplicidad es tarea que requiere un sentido mucho más "católico" de la fe y de sus realizaciones.
Los problemas más graves siguen planteándose en la relación entre fe cristiana y modernidad, una tensión que arrastramos y que no deja tranquila a la reflexión teológica (quizás ese sea un destino inevitable y no tan negativo). Como ya se ha apuntado antes, la reivindicación de la idea de participación supone una cierta superación de los procesos de diferenciación, base para muchos de la configuración moderna, no sólo intelectual. Esa inversión de ruta evoca los esfuerzos de los románticos por recomponer la "unidad perdida" en todos los campos de lo humano, un anhelo legítimo pero que debe ser necesariamente contextualizado. También en este caso una teoría de la "perversidad" de dicha evolución plantea cuestiones a varios niveles: de fundación de la teología, de concepción de las relaciones entre la fe y el mundo, y en torno al idealismo teológico.
En cuanto a la fundación de la teología como discurso riguroso, la cuestión puede resultar ya en principio mal planteada, si se sigue la línea de Milbank, pues el discurso de la fe no requiere el apoyo o la base de una filosofía fundacionalista. Lind-beck mostró la dificultad de tal empresa en la situación actual del pensamiento y la escasez de bases fundativas. Para Milbank las cosas se plantean en todo caso al re^ vés: la filosofía es la que necesita una fundación que sólo la fe puede prestar. Sin embargo de esa forma el problema sólo se aplaza y no se resuelve: para muchos de nosotros la teología todavía requiere unas credenciales que le permitan reivindicar su propia voz en un contexto muy plural y donde la verdad es buscada desde muchas metodologías y presentada bajo varias formas, con preeminencia de la voz científica. Una crítica ya formulada antes (J. Reader, Beyond All Reason) reprocha a Mil-bank y a otros "teólogos postmodernos" el haber eludido la tarea apologética de hacer comprensible el mensaje cristiano en una sana confrontación con la razón contemporánea.
De la propuesta de Milbank se infiere una visión de la teología más ocupada en vincular, integrar, mostrar la presencia de lo divino en todas las dimensiones de lo real, que participan de una bondad originaria e increada; ese sería el sentido de la tarea teológica. Sin embargo me parece que él y sus compañeros no son del todo conscientes de que al reivindicar la validez de la visión teológica, con toda su capacidad de ver las cosas como "participación" de lo divino, plantean al mismo tiempo una diferencia clara respecto de otros discursos humanos: la economía, la política, la ciencia, el arte... Es decir: la reivindicación de la propia perspectiva teológica no significa -imagino- una anulación de los discursos -pongamos- de la ciencia o de la economía, sino en todo caso significa la voluntad de afirmar una visión necesaria de lo real, pero destinada a convivir junto a otras visiones. La cuestión central es por tanto si se puede volver atrás respecto de la diferenciación y sus dinámicas, y, de forma similar, si es o no positivo (o al menos "útil") mantener una cierta "diferencia" entre el discurso de la fe y el de la "técnica" o el de la "medicina". Desde mi punto de vista, como ya vio Luhmann, cuanto más se intenta superar la diferenciación más se la profundiza, más se afirma una visión específicamente cristiana en una realidad plural, no sólo desde el punto de vista ideológico, sino estructural.
Por otro lado no hay que olvidar que el mismo Milbank y los otros autores reseñados proponen también distinciones y operan exclusiones, en especial cuando tratan de superar las claves del pensamiento moderno y dejar atrás sus realizaciones "nihilistas". El capítulo sobre la moralidad por ejemplo marca con vigor las distancias entre sensibilidad moral moderna y experiencia cristiana; una teología más in-tegradora habría reconocido en el altruismo humano el misterio de la caridad cristiana y de su referencia inevitablemente divina. La orientación de Milbank en este y otros muchos casos no puede dejar de ser "diferenciadora", en contraste con su paradigma original de la "participación", lo que lleva a extrañas paradojas.
La teología, se quiera o no, surge también de un proceso de diferenciación y se ocupa de distinciones, como por lo demás hacen todos los discursos humanos, de la ciencia, de la economía, o de los afectos. La tensión entre monismo y dualismo conoce a este nivel expresiones particulares. La teología juega entre su voluntad de integrar, de señalar la presencia de lo divino, y al mismo tiempo la necesidad de separar, de advertir, de distinguir, por ejemplo entre lo que salva y lo que condena a la persona.
En la misma línea pienso que la relación entre filosofía y teología plantea cuestiones mucho más complejas, en especial para quienes creemos en la fecundidad del diálogo entre fe y razón, entre teología y filosofía o ciencias; diálogo que requiere la división o separación de ámbitos. Una evidente questio disputata que emplaza en estos años tanto a teólogos fundamentales como a filósofos de la religión.
En relación con el problema de las relaciones entre fe cristiana y mundo moderno se percibe una clara inversión de uno de los paradigmas más dominantes en las últimas décadas: el que propuso la "teología de la secularización" o también la "teología del mundo", fundamentalmente una visión que reconocía y legitimaba teológicamente la autonomía de las realidades mundanas. Gogarten fue uno de sus ar-téfices, pero también Tillich, Rahner y Schillebeeckx hicieron sus aportaciones. La perspectiva ahora propuesta reivindica por el contrario la reintegración de todos los ámbitos humanos y sociales en aquella dimensión de la que nunca debieron separarse: la divina o la cristiana. Ciertamente la perspectiva anterior era parcial y seguramente poco atenta a los problemas reales del ambiente secular. Sin embargo la alternativa propuesta por los ingleses parece poco realista, sobre todo si se tienen en cuenta los procesos históricos y la constitución de la sociedad actual, con sus ventajas y sus desventajas.
Al final del diálogo crítico hay que preguntarse si uno de los problemas de la orientación que propone Milbank y en general la Radical Orthodoxy no es su excesivo idealismo. De hecho da la impresión de que esta "nueva teología" tiene su fuerza en el impresionante panorama de revisión intelectual que aporta, en su intachable construcción teórica y crítica. Pero tiene su debilidad en la lejanía del mundo real, de la sociedad y de las situaciones concretas de los individuos de nuestro tiempo, de lo inevitable de tener que hacer las cuentas con el "mal" o el "pecado", lejos de todo "purismo". Ciertamente los autores citados se autodeclaran herederos de la tradición de los platónicos cantabrigenses, lo que seguramente los honra, pero al mismo tiempo los sitúa en un ámbito concreto, neo-idealista, con todos los lastres que ello supone, entre los que se encuentra la dificultad para hacer las cuentas con la realidad fáctica, social o cultural.
La cuestión fundamental -desde mi punto de vista- no es donde erró la teología y donde hay que corregir, sino qué representación o representaciones de la fe están en condiciones de sobrevivir mejor en el ambiente contemporáneo, sin necesidad de negar los múltiples beneficios de la modernidad, entre los que se encuentra la rápida recepción que podemos hacer de sus críticos teológicos. Puede ser que la contribución de Milbank y sus compañeros sea positiva desde este punto de vista, o al menos así nos lo auguramos, en especial si consiguen frenar el proceso de secularización teológica que había llevado -precisamente en el mismo Cambridge de donde proceden estos nuevos teólogos- a la elaboración de teologías entre las más alejadas de la fe en la trascendencia divina. El contrapunto que plantean debe ser bienvenido cuando se coteja la "nueva teología" con otras "teologías radicales" mucho más peligrosas para la vida de la fe.
Seguramente sólo se puede hacer justicia al nuevo movimiento si se lo sitúa en el contexto anglo-americano, con sus dificultades propias y con los debates en marcha. En ese sentido ayudará a una comprensión de las aportaciones de Milbank y los otros el situarlos junto a los esfuerzos de los llamados "comunitaristas teológicos" en su tensión contra los "liberales". Es sintomático que Stanley Hauerwas, uno de los líderes de dicho movimiento, inscriba una de sus últimas obras en una serie cuyo título es Radical Traditions, cuyas resonancias respecto de la Radical Orthodoxy no exigen comentario.
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