Oviedo Lluis ,
Recensione: SALVATORE VECA, Dell'incertezza. Tre meditazioni filosofiche ,
in
Antonianum, 73/1 (1998) p. 164-167
.
Sommario in spagnolo: La «meditación» es uno de los géneros filosóficos con carta de naturaleza moderna, al menos desde Descartes hasta Husserl. No es menos moderno el tema de la certeza, incluso cabría considerarlo «obsesivo» para tantos filósofos desde mediados del siglo pasado: E. Husserl (leído por Kolakowski), J. Dewey o L. Wittgens-tein pueden ser citados en una apresurada lista. Sea por la forma que por el contenido nos encontramos ante un texto de gran actualidad, heredero de la gran tradición filosófica moderna.
Con su nuevo libro, el profesor Veca, docente de filosofía política, nos expone en una síntesis orgánica tres de los temas centrales en toda tradición filosófica: el problema del conocimiento y de la verdad, la cuestión de la justicia y de la ética, y el problema de las emociones y del sentido. Sus fuentes son claramente anglosajonas; se cita repetidamente a D. Hume, M. Dummett, D. Davidson, W.V.O. Quine, R. Nozick, J. Rawls, Th. Nagel y R. Rorty, aunque no faltan referencias a los «continentales» como Kant y Nietzsche. Con todos ellos el autor conversa a su misma altura y utiliza con maestría sus argumentos. Intentaré sintetizar los rasgos más salientes de su exposición.
La primera parte, centrada en los temas cognitivos, hace un repaso por los intentos de comprensión y acceso a la verdad, desde los más escépticos a los más constructivos u optimistas, ofreciendo casi un «status questionis» del tema, al menos en el ambiente angloamericano. Como punto de partida se rechaza una concepción demasiado exclusivista del lenguaje, como algo cerrado y absoluto, para recuperar el sentido del giro lingüístico en un planteamiento capaz de acoger la referencia y la intencionalidad, y cuya capacidad de verdad no puede ignorar el mundo, ni, sobre todo, a los otros. Será esta salida intersubjetiva la más querida por el
autor a la hora de plantear la cuestión de la verdad y del significado en un contexto en el que es inevitable la «partición entre certeza e incerteza».
La segunda parte es la más extensa y se dedica a las cuestiones éticas y de filosofía política, de las que el autor es una autoridad reconocida. El debate es en este caso también amplio, por lo que se hace necesario un esfuerzo de organización, intentando cubrir las cuestiones de la libertad, la justicia y la identidad a través del reconocimiento. Veca pone el énfasis en algunos puntos: la prioridad de suspender el sufrimiento «socialmente evitable», vinculado sobre todo a ciertas formas de soledad inflingida; la dinámica del reconocimiento de los otros como paradigma de la identidad y de la tolerancia; la tensión entre liberalismo y orientación democrática; y el universalismo en la aplicación de la justicia. También en este caso el criterio de lectura procede del contraste entre certeza e incerteza, que aplicado a las teorías de la libertad y de la equidad, pone de relieve la dificultad para establecer formas «definitivas» o seguras de justicia y obligan a cierta provisionalidad y respeto hacia las opciones de cada uno o de cada circunstancia histórica, sobre todo a causa del inevitable conflicto entre valores que el utilitarismo clásico parece ignorar, lo que obliga, por otro lado, a la búsqueda de «consensos por intersección» que impidan los peores conflictos en un mundo «en constante deformación». Para ello la democracia constitucional parece el menos malo de los remedios.
La tercera y última parte se consagra a la cuestión del sentido. Se nos introduce a través del problema que plantean las emociones en relación con la esfera racional de la persona. La filosofía antropológica por la que apuesta Veca deja amplio espacio al área no-racional de la creencia, la motivación y el deseo, en la que se juega también esa típica partición entre certeza e incerteza. La cuestión del significado de la vida se afronta a partir de las ocho acepciones que Nozick da a ese «término». En diálogo con B. Williams y su teoría del «tedio de la inmortalidad», Veca describe sus tesis sobre el «tedio de la certeza» y las condiciones del sentido de la vida (340 s.). Para el autor el «sentido» se decide en el equilibrio inestable entre «certeza e incerteza», en la dinámica del reconocimiento que supera la soledad y en la importancia que adquiere lo que de momento escasea, todo ello en un «mundo en constante deformación» en el que se juega la voluntad de certeza y estabilidad con la voluntad de renovación y riesgo. Ciertamente la máxima incerteza la representa la muerte y a ella se dedican las últimas reflexiones, en compañía de Platón y de E. Severino; su orientación apunta a una «estética de la verdad» y a una voluntad de pensar la muerte siempre «en compañía», sin ilusiones de poder dar una respuesta, de poder anular la incerteza.
El último capítulo de esta tercera parte vale como conclusión e intenta componer una «meditatio vitae», punto de llegada tras el «vagabundeo» al que la búsqueda y la meditación filosófica nos someten, hacia un «equilibrio provisional». La perspectiva es evolutiva, con un peso mayor de contingencia y precariedad de lo humano, pero al mismo tiempo quiere ser ilustrada en el sentido de «universalista, in-clusivista e igualitaria», superando las tendencias al relativismo radical y abriéndose al diálogo con otras tradiciones, como la budista y la confuciana, buscando, de nuevo, «un consenso por intersección», capaz de dar contenido a los «derechos humanos».
El libro de Veca es una obra filosófica en el sentido más pleno del término, y también un escrito «moderno» o incluso «ilustrado», como profesión de fe en la razón y en sus virtualidades, sin ignorar sus límites. La «meditación» parece confundirse en algunos momentos con la exhortación o bien con el escrito de «confortación» y aliento ante una generación bastante perpleja y que en muchos casos ha perdido la fe en la razón como instrumento que permite la búsqueda del «sentido», en suma: una especie de nueva Consolatione philosophiae.
Deseo aprovechar el paradigma dialógico que propone Veca y su amable elogio de la «filosofía hospitalaria» de la última página de su ensayo para prolongar la reflexión a partir de otros datos, de otras experiencias.
El recensor no puede hacer abstracción de su propia «perspectiva» (somos «animali prospettici» afirma Veca en p. 258), en este caso teológica, a la hora de acompañar la reflexión del autor. Ante todo la reivindicación de la «incerteza» o «incertidumbre» en los tres grandes ámbitos estudiados es de gran interés, y muy pertinente en el tratamiento de infinidad de problemas teológicos y antropológicos (como, por ejemplo, la cuestión de la fe religiosa). Esa fue ya en su tiempo «la cuestión», al menos para Lutero y su voluntad de certeza sobre la salvación, problema al que dio una solución genial; y para la reflexión del barroco, como es el caso de la pieza de Tirso de Molina, El condenado por desconfiado.
Sin embargo resulta sorprendente la ausencia de referencias religiosas en toda la segunda parte, es decir al tratar las cuestiones de la identidad, de la libertad y sobre todo de la justicia en una sociedad muy compleja. Parece como si la meditación se alejara del dato empírico e ignorara las profundas dificultades que hoy se registran en el campo de la teoría de la sociedad a la hora de pensar el orden, la seguridad ante el caos y el riesgo o la motivación moral ante la continua degeneración que se vive en ese medio. La religión parece no desempeñar ningún papel en ese amplio contexto de la sociedad justa, aun cuando desde muchos y variados ambientes intelectuales se insiste hoy en su carácter imprescindible.
Las cuestiones más críticas se plantean en el ámbito antropológico, donde el autor despliega una teoría que se colega más a las formas de la sabiduría laica de todos los tiempos a la hora de afrontar la vida y sus fatigas con dignidad. Como se sabe, la cuestión del sentido ha sido en toda la modernidad un campo de encuentro entre la reflexión filosófica y la teológica, e incluso una de las zonas más duras del debate entre teístas y ateos, cuando se reivindica el único sentido posible como divino o cuando se reprocha a los teístas el sinsentido del sufrimiento injusto. Me parece que la perspectiva de Veca, apoyándose en Nozick, resulta bastante reductivis-ta al excluir una de las hipótesis que abren la existencia humana a la experiencia del sentido, es decir, la hipótesis teológica; es como si la modernidad filosófica pudiera prescindir o a lo sumo secularizar esos temas (como parece hacer en p. 366), ignorando las ansias religiosas de muchos contemporáneos, que manifiestan no sólo insatisfacción, sino una orientación concreta de la propia búsqueda de sentido. La fe religiosa ha sido siempre una mediación adecuada cuando se trata de acarrear la difícil tensión entre certeza e incerteza, un problema que el hombre religioso también vive de forma incluso dramática.
Por otro lado, el modo de afrontar el sin-sentido de la muerte en referencia a una dimensión veritativa y estética evoca vías ya recorridas desde Schopenhauer hasta algunos exponentes de la Escuela de Frankfurt, una alternativa que no resiste a la evaluación crítica, como ha evidenciado la filosofía posterior.
En el fondo da la impresión de que él paradigma de modernidad ilustrada o de cultura occidental con el que trabaja el autor, es de carácter declaradamente laico, o al menos se orienta desde una opción de ese tipo. Pero ese es otro de los casos más discutibles, incluso desde el punto de vista historiográfico: si la modernidad de los derechos humanos y del respeto se constituye gracias a la tradición cristiana o como superación de la misma. El problema no es sólo historiográfico o teórico, sino práctico: lo que en definitiva se juega en esta cuestión es la posibilidad de que el ser humano pueda sobrevivir en un medio sin referencias trascendentes o, más en concreto, sin la tradición cristiana. El riesgo ante la apuesta es tal que requiere mucho más que «tres meditaciones».
Es necesario reconocer a Veca el mérito de afrontar el problema del relativismo y de reivindicar la validez de verdades, valores y expectativas que pueden ser ampliamente compartidas. Con ello contamos con un interlocutor leal con quien los cristianos compartimos mucho más que con otros intelectuales del momento. Sin embargo conviene objetar que ciertas formas especulativas corren el peligro de alejar la filosofía de la realidad social y cultural, haciendo de ésta una reflexión demasiado elitista, al eludir datos que proceden del nivel empírico.
Ciertamente la voluntad de proseguir el diálogo entre creyentes y no creyentes, tan en boga en Italia en estos tiempos de recomposición de los antiguos frentes culturales, nos obliga a tomar muy en serio las reflexiones maduras de un filósofo con buen curriculum, cuyas meditaciones nos ayudan a entender un poco más una parte de la cultura y la sensibilidad en que vivimos.
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