Oviedo lluis ,
Recensione: V.J. Miller, Consuming Religion,
in
Antonianum, 79/2 (2004) p. 383-385
.
Uno de los retos más difíciles que afronta la fe en el presente procede de la difusión de nuevas formas y prácticas culturales, que condicionan inevitablemente la comprensión y vivencia del mensaje cristiano. Entre esos marcos culturales destaca, por su influencia y extensión, la ideología y práctica del “consumismo”, una tendencia amplia que se asocia a las formas individualistas, mercantilistas y a toda una concepción reductiva de las relaciones sociales y de los fines personales. Conocer el impacto de esa configuración cultural en la vivencia cristiana, y responder críticamente al desgaste que pueda provocar, son los objetivos que se fija el nuevo libro de Miller.
La obra ofrece un análisis en profundidad del fenómeno del consumismo, en sus distintas facetas, gracias a los instrumentos que proveen las ciencias sociales y, de forma particular, los Cultural Studies. Con la ayuda de estos métodos el autor lleva la crítica más allá de las habituales denuncias magisteriales católicas y de otras confesiones. El conocimiento en profundidad de las dinámicas propias de la cultura del consumo permite situar mejor las claves que afectan al anuncio y a la recepción de la fe en ese contexto, y que se traducen en una erosión de sus contenidos y en una pérdida de sus significados originales.
La tesis fundamental, que se repite a lo largo del libro, es que el impacto de la cultura del consumo en la experiencia religiosa es mucho más profundo y grave de lo que se piensa, y está condicionando de una manera determinante toda comunicación de fe. En concreto, se reproducen, a escala religiosa, las mismas tendencias que se encuentran en los comportamientos genéricos del consumo: fragmentación de los significados, que dejan de guardar coherencia; abstracción, o desvinculación de los símbolos religiosos respecto de sus raíces propias en comunidades vivas; commodification o reducción a “objeto de consumo” de los mensajes religiosos, que se adecuan a los circuitos y códigos propios de la oferta y la adquisición. Lo religioso es vivido de la misma forma que se vive la relación con los objetos que son deseables, o se vuelven deseables en la dinámica que une las propias necesidades y su fomento publicitario. Una de las consecuencias más llamativas de este desplazamiento es la incoherencia que preside a menudo el “consumo religioso”, que puede nutrirse de elementos incluso muy críticos respecto del capitalismo o el mercado, pero que en realidad lo refuerzan en la práctica. También el disenso se convierte en “objeto de consumo” (18).
La revisión de la cultura del consumo se articula en torno a varios núcleos. Ante todo un análisis pormenorizado, en clave sociológica, de dicha forma cultural. El segundo paso se centra en la comprensión de las varias dimensiones de la “religión del consumo”, un proceso que afecta incluso a las tendencias teológicas recientes, también sometidas al “mercado de las ideas”. En el contexto descrito las realidades religiosas se vuelven “objetos culturales flotantes”, disponibles para cualquier uso o aplicación (84). Esta parte incluye también un análisis de los desplazamientos que sufren los mensajes religiosos, así como sus protagonistas, al entrar en la lógica de los media. El itinerario trazado continua con un capítulo dedicado a la fenomenología del deseo, que está en la base de la cultura consumista y que encuentra también sus paralelos religiosos; una idea básica es la “producción del deseo” a cuenta del sistema productivo, así como la sustitución de la aspiración religiosa o trascendente por parte del deseo mercantilizado en un ambiente secular. Dos pequeños capítulos exponen a continuación las “políticas del consumo” y la relación entre cultura de consumo y religión popular. El primero de ellos recuerda, con la ayuda de autores como M. De Certeau, el protagonismo o agencia que ejercen, a pesar de todo, los consumidores y que resulta en la práctica del “bricolaje”. El capítulo dedicado a la religiosidad popular aprovecha la capacidad de agencia de la gente para resaltar la creatividad de teologías vividas a partir de elementos y tradiciones disponibles.
El libro concluye con una propuesta práctica para afrontar los retos descritos. Las estrategias de resistencia se deducen de la posibilidad de explotar algunas virtualidades que ofrece la misma cultura del consumo, como la “agencia”. El autor expone algunas “tácticas”, cuya función es recuperar el protagonismo de la instancia religiosa como guía vital, y superar su reducción a objeto de consumo sometido a los gustos individuales. Son tres los escenarios de esa contestación: el teológico, el litúrgico y el de los propios medios eclesiales de comunicación y organización. En todos los casos se destaca la necesaria función de “estabilización” que tienen esas realidades eclesiales, en grado de volver a conectar los elementos religiosos a las tradiciones vivas que los originaron, y las doctrinas y símbolos con la práctica. Se trata también de “reforzar la agencia popular” (210) y de buscar nuevas formas de relación entre laicado y clero.
El libro así visto constituye uno de los análisis más acabados de la relación entre cultura del consumo y fe cristiana, con los desafíos que origina, su impacto para la vida eclesial, y una bien argumentada sección “prescriptiva” o terapéutica. Estamos ante una contribución de máximo interés, sea para la teología de la cultura como para la teología práctica. Seguramente sería bueno completarla con investigaciones empíricas, en grado de revelar el nivel de influencia anotado, así como la capacidad de agencia real en ambientes como la religiosidad popular, una tesis que puede suscitar algunas dudas. Otras dificultades se señalan en algunas interpretaciones teológicas y prácticas sobre el papel que en esa crisis puedan jugar algunas propuestas de teólogos, o algunos movimientos teológicos recientes. Un tanto preocupante es el tono excesivamente pesimista que se percibe en los diagnósticos, y que quizás esté ligado a una concepción de la religión como “variable dependiente” de otras dimensiones sociales, una impresión que se confirma cuando el autor se refiere al carácter “parasitario” de algunas formas religiosas y teológicas (171, 173).
Una cosa que parece clara es que la recuperación de la tradición viva y la obediencia al magisterio eclesial son los mejores medios para estabilizar los elementos religiosos o rescatarlos de su mercantilización. Sin embargo en otras ocasiones da la impresión de que el autor quiere salvaguardar cierto nivel de creatividad y autonomía, lo que le hace apostar por soluciones que se sitúan en otro plano, como si quisiera conservar lo mejor de dos mundos distintos. No estoy seguro de que pueda funcionar esa especie de “doble estrategia”, y que quizás haya que optar. Por lo demás, sólo a nivel empírico podremos estar seguros de qué estrategia garantiza mejores resultados en la necesaria resistencia a la cultura del consumo y a su reducción de lo religioso a commodity.
|