Oviedo Lluis ,
Recensione: ANDREA VACCARO, Perché rinunziare all’anima? La questione dell’anima nella filosofia della mente e nella teologia ,
in
Antonianum, 77/2 (2002) p. 372-374
.
La cuestión del alma, su existencia y el modo de concebirla están en el centro de un amplio debate que se prolonga durante más de veinte años. Puede afirmarse que se trata de una especie de “piedra de toque” de las diversas sensibilidades antropológicas que coexisten en el ambiente filosófico actual. Es justo que la antropología cristiana se interese de la discusión, y que se sienta llamada a participar como parte implicada en la misma. Así lo entiende Andrea Vaccaro, quien nos ofrece una buena síntesis del debate en curso y un intento de respuesta teológica bien articulado.
El título puede suscitar falsas expectativas; el autor no plantea una recuperación acrítica de la concepción cristiana tradicional del alma, y, ni mucho menos, una apología en favor de la idea de alma sustancial y “separable”. El programa desarrollado va en otra dirección: repensar la idea de alma tras la reelaboración a que ha sido sometida por parte de la “filosofía de la mente” – primero – y de la revisión exegética y teológica del último siglo – después. Para ello se exponen las ideas de los principales representantes de la ciencia cognitiva, los extremos ya clásicos del debate entre reduccionistas materialistas, emergentistas o no materialistas, y un grupo que cabría denominar “escépticos” o “apofáticos”, en cuanto reconocen el carácter misterioso e insondable de algunos aspectos centrales de la mente humana, como la conciencia.
La segunda parte es un recorrido a través de la exégesis bíblica, la patrística, y la historia de la teología, hasta las posiciones del magisterio y de algunos teólogos del siglo XX en torno a la cualificación del alma humana. La conclusión es decidida: todo apunta – a pesar de algunas resistencias en ámbito magisterial – a que la concepción bíblica (que se sirve sobre todo del término nefes) no autoriza una antropología dualista, donde el alma pueda pensarse de forma autónoma y separada del cuerpo; la misma conclusión cabe extraer de la lectura de la formulación tomista, donde el alma es la “forma” de lo humano, y por consiguiente una dimensión no escindible de la identidad personal. Por supuesto una serie de teólogos contemporáneos, tanto de ámbito protestante como católico, corroboran esta lectura más “holista” y cuestionan la concepción que cabe denominar “platónica” y “cartesiana” del alma separada.
La historia no es pacífica, claro está. Para empezar el magisterio católico se ha inclinado hacia una interpretación más orientada por las ideas griegas, sobre todo a causa de las exigencias de supervivencia escatológica y de la pensabilidad del “estado intermedio”. Ratzinger ha reivindicado en los últimos años de forma polémica la actualidad y validez de esta lectura.
Parece que nos encontramos ante un dilema difícil: por una parte una teología atenta a los progresos en el campo de las ciencias cognitivas se siente llamada a restaurar las visiones holistas y unitarias del ser personal, sin negar la existencia del alma, pero sin disociarla de su realidad física. Por otro lado las exigencias que derivan del anuncio escatológico, entre otras, reclaman una idea de alma más explícita y concreta, cuya existencia se proyecta más allá de la descomposición del cuerpo físico. No es el único argumento que proponen los defensores de la línea más “realista”: el alma debe ser afirmada también como núcleo inalienable de la dignidad personal; parece que si disminuye su estatuto ontológico se arriesgue demasiado a nivel moral y de respeto a la persona.
La cuestión sigue abierta, y es bueno contar con posiciones explícitas que se arriesgan en un debate no fácil. Vaccaro apuesta decididamente por la superación del modelo dualista, y lo hace de forma sencilla y amena, con un estilo ágil, en medio de una discusión bastante compleja. De hecho, si hay que apuntar alguna crítica, habrá que recordar la extrema complejidad del tema, en el que entran en juego varios niveles.
En principio las investigaciones recientes en el campo cognitivo hacen pensar que la causa de los reductivistas no prospera, por ejemplo ante los reiterados fracasos del llamado “test de Turing” o prueba en la que una máquina consigue confundir a un interlocutor sobre su identidad. Por otro lado, es cierto que algunos teólogos del área angloamericana se suman a la línea apuntada por Vaccaro; seguramente es Nancy Murphy la más destacada, con su tesis de un “fisicalismo no-reductivista”. Pero al mismo tiempo, las intervenciones de filósofos de la religión como Swinburne y Spaemann en torno al tema del alma, abren perspectivas alternativas. No por último, el imaginario cultural popular se ha poblado en los últimos tiempos demasiado de imágenes animistas y de hipotéticas formas de existencia de la mente separada, como para afirmar que el modelo de “subsistencia del alma” esté superado.
Son muchos los elementos que entran en la discusión. Esperamos que Vaccaro se sirva de su estupendo estilo para regalarnos una prolongación más ambiciosa de su pequeño ensayo, visto que es uno de los pocos en el área mediterránea con la competencia para profundizar ese indispensable diálogo interdisciplinar.
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