Oviedo Lluis ,
Recensione: DAVID SLOAN WILSON, Darwin’s Cathedral: Evolution, Religion and the Nature of Society ,
in
Antonianum, 78/1 (2003) p. 180-182
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Sumario en español:
Los fenómenos religiosos pueden ser observados desde muchos puntos de vista. Los últimos años han conocido algunas nuevas propuestas; sobre todo están de moda las lecturas cognitivas y las biológicas. Estas últimas no habían sido aún plenamente desarrolladas, y sobre todo tenían un carácter marcadamente reductivista, como en el caso de los sociobiólogos. Se habían intentado aproximaciones en clave “ecológica”, que en realidad se insertaban dentro del amplio programa de los estudios antropológicos y etnológicos. Por cuanto me alcanzan mis conocimientos bibliográficos, el libro de David Wilson (¡atención! no confundir con Edward O. Wilson, el padre de la sociobiología) es hasta ahora el intento más orgánico y sistemático de ofrecer una visión de la religión a partir del criterio evolucionista, que es la clave suprema de la comprensión biológica de lo real.
La argumentación de Wilson es bastante sencilla y al mismo tiempo polémica, sobre todo frente a la ortodoxia evolucionista, las corrientes más importantes de sociología de la religión, y seguramente frente a diversas formas de los estudios religiosos. En grandes líneas se trata de mostrar cómo la religión constituye un factor evolutivo que contribuye a una mejor adaptación de poblaciones cuando se la considera desde la perspectiva de la “evolución grupal” o a varios niveles (multilevel). La premisa de considerar la evolución como un proceso que favorece no sólo a los individuos, ni tampoco sólo a los genes, sino a enteros grupos como unidades de selección choca con la visión de muchos otros exponentes de la teoría evolutiva. David Wilson hace un caso de ello y dedica bastantes páginas a justificar, con la ayuda de datos, su propuesta.
La otra parte de la argumentación consiste en demostrar que ese mecanismo selectivo, que favorece a grupos, es determinado en ocasiones por las creencias y las prácticas religiosas, que aventajan a ciertas poblaciones y castigan a otras. Aquí el debate se desplaza al campo sociológico, donde el autor tiene que defender su caso frente a los teóricos de la “opción racional” o simplemente de quienes enfatizan más la dimensión de la acción, en la línea weberiana, frente a los funcionalistas o los herederos de Durkheim, con quienes se alinea nuestro biólogo. De hecho se trata de una tensión entre explicaciones “macro” y “micro” en los análisis de los fenómenos sociales, de la plausibilidad de las mismas, y de su conjugación, a pesar de su axiomática opuesta.
Wilson demuestra posteriormente a partir de varios casos de estudio cómo la religión determina la buena adaptación y los niveles de supervivencia de diversas comunidades: una comunidad rural budista en Bali, las primeras comunidades cristianas, numerosos grupos judíos de la diáspora, confesiones religiosas étnicas de recién inmigrados en USA. No es difícil proveer ejemplos en los que se verifica la hipótesis del autor: que las creencias religiosas juegan un papel importante en los mecanismos de supervivencia de enteros grupos sociales, proveyendo un amplio abanico de “ventajas materiales”, aparte del consuelo espiritual, de la esperanza o de otros bienes específicamente religiosos. También en este caso Wilson defiende su método y la posibilidad de verificar ampliamente su teoría más allá de casos particulares
En este último campo el autor entra de nuevo en polémica con los sociólogos de la “opción racional” (Stark, Iannaccone), a los que reprocha su incapacidad de especificar mejor el tipo de bienes que provee una religión, y que pueden justificar su éxito. Se trata seguramente de la parte más interesante del libro, pues ese debate aporta interpretaciones muy iluminadoras de cara al futuro estudio de la religión. De hecho el autor aprecia en gran medida la obra de los sociólogos que también son conocidos como del “Nuevo paradigma”, pero corrige algunas de sus percepciones y enriquece el análisis con la ayuda de la axiomática evolucionista. Desde ese punto de vista la religión puede aportar beneficios materiales para los grupos en que se practica, siempre que se resuelva el problema del “aprovechado”, o de quien trata de obtener ventajas sólo individuales, un proceso que explicaría algunas dinámicas de los grupos religiosos, en la continua tensión y sucesión entre las formas de iglesia y de secta. Hasta el mandato del perdón encuentra una explicación evolutiva en el análisis del autor, quien dedica un entero capítulo a ilustrar la capacidad adaptativa de los mecanismos de reconciliación.
El último capítulo propone una “teoría general de los sistemas de unifica-ción”, es decir, los mecanismos que coordinan grupos biológicos o humanos, contribuyendo a su mejor adaptación. Las reflexiones que realiza en torno a la religión y su adscripción a un “realismo práctico” (frente al “factual” o científico) tienen un sabor demasiado neo-ilustrado y parecen apuntar a un esquema de “superación de la religión” a partir del conocimiento biológico.
Desde mi punto de vista la obra de David Wilson puede aportar un sano complemento al “Nuevo paradigma” en los estudios sociales de la religión, que sufre en los últimos años de intensas revisiones, nuevas propuestas y un debate indefinido; y en general añade una casilla más al amplio repertorio de instrumentos metodológicos a nuestro alcance para el análisis del hecho religioso. De todos modos hay que señalar que el libro en sí ha provocado bastante contestación desde su reciente publicación por una de las más prestigiosas editoriales universitarias; y es lógico, pues su autor abre tres frentes a la vez, y en los tres se muestra igualmente determinado. Ante todo hay que reconocer una cierta legitimidad a su método, que puede enriquecer sin duda los estudios sobre la religión. Además, no estamos ante un caso aislado: Hace poco una ilustre revista antropológica internacional ha publicado un estudio sobre el celibato religioso a partir de sus implicaciones biológicas y evolutivas, tratando de resolver uno de los enigmas que se planteaban al modelo sociobiológico aplicado a los humanos: porqué se dan tantas opciones que parecen contradecir en principio la norma de la “ventaja reproductiva”.
En fin, habrá que ir acostumbrándose a estos otros tipos de accesos a la religión, tan distantes de los más confesionales y teológicos. Pero no obsta para advertir que la nueva propuesta comparte todas las peligrosas ambigüedades de la orientación funcionalista, en particular su paradójica justificación de la actividad religiosa, que al tiempo que es iluminada, es deconstruida o desenmascarada, y finalmente es reducida a “otra cosa”: a ventajas evolutivas, a estrategias de supervivencia grupal o a ayudas de diversa índole, también de tipo cognitivo. Claro que la religión no es sólo eso, y que los análisis propuestos no agotan la sustancia de lo religioso. El problema seguirá siendo mantener abierta la conversación con esas diversas aportaciones, que por una parte tienen derecho a hacer oír su voz, pero por otra pueden derivar en una incomprensible cacofonía y en un diálogo de sordos. Nuestro desafío seguirá siendo poder aprovechar sus inputs sin quedar arrollados por sus reducciones.
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