Oviedo Lluis ,
Recensione: RICHARD H. ROBERTS, Religion, Theology and the Human Sciences ,
in
Antonianum, 77/3 (2002) p. 591-593
.
Sumario en espaņol:
Interesa en el ámbito teológico todo lo relativo a las ciencias humanas y sociales. Tenemos la impresión de jugarnos mucho en esa interacción. Por un lado están las cuestiones metodológicas, que no dejan de influirnos: nuevos métodos pesan decisivamente la forma de hacer teología. Por otro lado están las cuestiones de contenido y prácticas: nos afectan las percepciones e ideas que ofrecen esos saberes, tanto de la sociedad como de la persona, sus análisis y diagnósticos. De ahí que deba ser bienvenido en principio todo estudio que profundice en esas relaciones o que eleve el nivel reflexivo en ese campo.
El libro de Roberts que presentamos consiste en una colección de artículos publicados en los últimos años que analizan aspectos de la actualidad social y de la elaboración teológica. El autor desarrolla un diálogo en profundidad con otros autores, obras e iniciativas, dentro del género del article review, es decir, de la recensión extensa o de la relectura en profundidad de libros u otros textos. Estamos ante un maestro de ese género que da densidad y significado a la teología como tarea dialógica, como lo ha sido desde la antigüedad, y como no debiera dejar de ser.
El libro se compone de tres grandes partes. La primera se titula “Espíritus del capitalismo y la comercialización (commodification) del alma”. En ella se recogen cuatro grandes artículos: un comentario del libro de Fukuyama sobre el “fin de la historia”; el papel de la religión en la cultura empresarial británica; una crítica a la nueva ideología de la “gestión”, o ,managerialism, con inevitables caídas pseudo-religiosas; y una crítica a los proyectos ingleses de reforma universitaria, orientados de nuevo por el espíritu de la gestión eficiente, y no por la búsqueda de la verdad en medio del diálogo.
La segunda parte es más propiamente teológica y contiene tres largas recensiones: la primera a las obras de S.W. Sykes, representativas de una búsqueda de la identidad cristiana y eclesial en tiempos de crisis; la segunda, de algunas directivas y propuestas en el seno de la Iglesia de Inglaterra, que intentan adaptar la organización eclesial a los criterios de la gestión moderna; y la tercera hace un repaso tipológico de intentos modernos de correlación entre teología y ciencias sociales, para detenerse en la crítica al proyecto radical de Milbank.
La tercera parte recoge tres análisis de las transformaciones que se perciben en el ambiente religioso contemporáneo, a causa de la globalización, las nuevas exigencias en el campo de la definición de las identidades, o de los desplazamientos en el campo de los géneros (sexuales).
Aventurando una síntesis de las ideas o de las líneas de fuerza de este libro – un tanto dispersivo, pero al mismo tiempo reiterativo – se puede decir que el autor reivindica el papel de la religión, y más en concreto de la teología cristiana, en la apropiación de la identidad personal y social, un proceso amenazado claramente por las tendencias de la gestión empresarial y del mercado, que se imponen en todos los ámbitos y se van globalizando para contagiar incluso a la universidad y a las iglesias. El papel de la fe cristiana se reafirma de este modo en clave de una crítica de tendencias sociales despersonalizadoras o alienantes. No en vano es la dialéctica hegeliana del amo y del esclavo la que más ayuda a desenmascarar dichas tendencias y a mostrar su perversión. La teología muestra su virtualidad y prestación en cuanto provee un instrumento de análisis refinado capaz de observar fenómenos y pautas en el ambiente sociocultural que escapan a otros modos de observación. En positivo, Roberts está convencido de que, además de esa dimensión crítica, la teología puede contribuir a reconstruir identidades en fase de redefinición a causa de las transformaciones en curso. De hecho se percibe una descomposición de los referentes tradicionales, incapaces de seguir prestando su función, y una crisis de los principios modernos que aboca a la postmodernidad, con todas sus incertidumbres. De este modo la fe y su discurso reflexivo, la teología, recuperan un papel esencial que parecía negársele desde otras instancias.
Los problemas surgen cuando se intenta actuar dicho proyecto de rehabilitación teológica en las claves culturales y críticas contemporáneas, y cuando se desciende a los detalles. Básicamente no se puede estar en desacuerdo con la propuesta del autor de recuperar el papel desalienante de la fe, así como su comprensión de la salvación cristiana como una fuerza de reconstrucción de identidades amenazadas y socavadas. No obstante, la aplicación práctica de dicho programa en sociedades altamente secularizadas, como la inglesa, da la impresión de reactivar los proyectos de la teología liberal, que buscaban su relevancia en función de exigencias sociales y culturales.
Un par de casos concretos que merecen un comentario más detenido se encuentran en el debate con Sykes y en la tipología propuesta de las relaciones entre teología y ciencias sociales. En el primer caso estamos ante un magistral diálogo en torno a temas centrales de la existencia eclesial: su identidad y su organización. Sin embargo, sin haber leído a Sykes, esas páginas despiertan en ocasiones nuestra simpatía hacia las posiciones del criticado, quien se esfuerza en legitimar el ejercicio de la autoridad eclesial en un contexto amenazado de desintegración. Se trata de un tema de largo alcance, pero no parece que la dialéctica hegeliana del amo y el esclavo, ni la crítica de Foucault sean los instrumentos más realistas y eficaces para afrontar una cuestión tan compleja, y para la que se requiere el auxilio concreto de ciencias sociales como la teoría de la organización. En segundo lugar, la cuestión de la teología y las ciencias sociales parece ignorar – como ha hecho en general la tradición liberal – una de las dimensiones más necesarias de esa relación; me refiero al papel de aviso y de correctivo que esas ciencias pueden desempeñar frente a desvaríos en el campo teológico. El caso de la secularización es paradigmático en ese sentido. De todos modos no deja de ser sintomático en ese mismo capítulo que el autor haya sentido la necesidad, como otros muchos, de tomarse en serio la propuesta de Milbank y de revisarla. Por último, resulta difícil conciliar la exigencia de la fe como fuente de reconstrucción de la identidad personal, sin afirmar al mismo tiempo una autoridad capaz de comunicar certeza y seguridad.
Parece que al recensor no le queda otro papel que levantar acta de la persistencia de formas de teología liberal y trazar su colocación dentro del amplio espectro que configura un panorama teológico plural y diversificado. Sin embargo, cabe preguntarse si la existencia de dicha teología es un hecho meramente académico, bibliográfico, o intra-teológico o si todavía tiene un lugar en las iglesias reales, como han advertido sociólogos de la talla de R. Stark. De hecho los datos empíricos parecen mostrar claramente su declive e incluso su auto-destrucción. En tal caso, las ciencias sociales cumplen un papel de desautorización práctica de ciertas propuestas teológicas, paradójicamente de algunas de las que más apuestan por la colaboración entre ambas esferas de saber. Lo que se echa en falta es una propuesta más decididamente “religiosa”, en la que se recupere sin ambages la dimensión trascendente y fiducial de la fe cristiana, aquello que verdaderamente puede devolver al cristianismo un papel esencial en el actual contexto cultural y contribuir a la efectiva des-alienación de muchos.
|