Oviedo Lluis ,
Recensione: ALEJANDRO DE VILLALMONTE, Cristianismo sin pecado original,
in
Antonianum, 75/1 (2000) p. 166-169
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Sumario en espaņol:
La teología del pecado original es objeto en los últimos años de una saludable revisión. Confluyen en el esfuerzo crítico el interés por acoger los resultados de las ciencias empíricas, la percepción de la insuperable persistencia del mal en sus múltiples dimensiones, la insidia de la “cuestión de la teodicea” y la voluntad de actualizar un paradigma del pensamiento cristiano que muchos siguen considerando necesario. Las nuevas aproximaciones al tema configuran un amplio panorama que se extiende entre las posiciones más pesimistas y las visiones más positivas y quizás “revisionistas” de esa doctrina antropológico-teológica.
El libro de Villalmonte objeto de nuestro comentario se sitúa decididamente en este último grupo. Tras una maduración reflexiva de varias décadas, el autor concluye un itinerario en favor de la superación de la doctrina del pecado original y formula de forma madura y consecuente una apuesta en favor de una concepción distinta de los orígenes humanos y del problema del mal. Por tanto nos encontramos ante una obra conscientemente polémica y ante una propuesta sistemática que, al menos, tiene el mérito de plantear los términos del problema con toda claridad, de exponer los extremos a los que conducen algunos de los planteamientos asumidos de forma irrefleja, y de proponer alternativas que de todos modos impidan la descomposición del sistema dogmático cristiano, en el que –como en todo sistema– la desaparición de una pieza provoca una desestructuración del conjunto y amenaza con una crisis de amplias proporciones.
El autor concibe su obra como el resultado de investigaciones anteriores más pormenorizadas en las que se profundizaron aspectos esenciales de la doctrina, como su fundamentación bíblica, sus puntos de apoyo en la teología patrística y medieval, el sentido de las declaraciones magisteriales y los nuevos enfoques de la teología reciente. A lo largo de diecisiete capítulos se exponen de forma clara y sintética datos que han sido apropiados en un proceso riguroso de reflexión. Puede afirmarse que el tratamiento es bastante exhaustivo: no hay prácticamente ningún aspecto o cuestión que no hayan sido pasados por el tamiz crítico de una investigación rigurosa: desde los motivos más dogmático-teológicos a los morales y prácticos, desfila en el libro el amplio espectro de temas implicados en la noción cristiana de “pecado original”. Villalmonte no ignora de hecho las “vastas implicaciones” de dicha doctrina.
La tesis central del libro puede ser sintetizada brevemente: la eliminación del paradigma del “pecado original” (al menos en su forma tradicional) no afecta necesariamente a la economía de la salvación operada por Cristo. Según Villalmote no por “menos pecado original” queda relegada la actuación cristológica y pierde fuelle el esfuerzo salvífico ni el énfasis redentor.
Los argumentos que despliega el autor en favor de su tesis son múltiples: de tipo “psicológico”, en el sentido de una crítica al tema anacrónico de la “culpa de los infantes”; de tipo “cognitivo”, evidenciando los supuestos míticos que lo acompañan; el argumento teológico contra la “neutralidad” del estado de naturaleza, así como la no-simetría entre “pecado” y “gracia” (o la dificultad de mantener el paralelismo entre Adán y Cristo); también interviene el argumento filológico-histórico, que deconstruye el proceso por el que se llega a formular el dogma, o muestra su carácter subsidiario respecto de otros intereses o problemas teológicos (especialmente por parte de Agustín y de Trento); e incluso se presentan argumentos de “crítica histórico-ideológica” en el sentido de evidenciar la no pertinencia de la doctrina del pecado original en los tiempos modernos o en el nuevo contexto cultural.
El discurso de Villalmonte no es sólo crítico, sino que formula también una propuesta en clave positiva: la idea de “gracia original” que acompañaría desde el primer momento de su existencia a cada ser humano, compartiendo el privilegio que se reservaba sólo a la “Inmaculada Concepción”, como consecuencia y fruto de la “sobreabundancia de la acción salvadora de Cristo” (126). ¿Dónde queda entonces el hecho incontestable de la presencia del pecado en el mundo? Sólo se puede explicar desde la libertad humana. De este modo se aclara el tema de la “impotencia soteriológica del hombre”, que no es tanto causa del pecado, como de su diferencia o distancia respecto de la dimensión sobrenatural, distancia que los pecados actuales acentúan.
La obra de Villalmonte prosigue mostrando la incidencia de la doctrina estudiada en el “sistema cristiano de creencias”, desde el “concepto de Dios” hasta la eclesiología y la escatología. Las cuestiones morales y el tema tradicional de las “consecuencias del pecado original” también son objeto de diligente revisión. Son capítulos más originales y de cierto interés los que repasan las influencias de dicha doctrina en la filosofía, la cultura y la política occidental; se trata de temas bastante complejos que merecen profundización y discusión.
Es de reseñar por último un capítulo dedicado a la “influencia benéfica” del pecado original en la cultura occidental; dicho “beneficio” se refiere a la revisión antropológica que ha promovido, y que lo convierte en una especie de “cifra” de nuestra “incapacidad soteriológica” y de exigencia de la acción salvífica de Cristo.
Unas breves páginas dedicadas a las “cuestiones abiertas” cierra esta obra de tono revisionista y reivindicativo.
La obra de Villalmonte tiene varios méritos, entre los que se encuentra suscitar y proseguir un sano debate en torno a un punto que, personalmente, no retengo tan “secundario”. Es incisivo en sus argumentos y debe ser tomado en serio en varios de los desarrollos expuestos; ignorar sus objeciones haría un flaco servicio a la investigación teológica.
Ciertamente hay motivos que justifican la posición que defiende esta obra: la tradición que asumió y defendió de forma especial el maestro franciscano Duns Escoto, sobre la no dependencia del encuentro de Cristo con la humanidad respecto del pecado original, abre una vía que permite pensar una actuación salvífica no vinculada exclusivamente a una culpa primitiva, sino a un proyecto de perfeccionamiento humano que acompañaba la obra creadora. A ello hay que añadir el necesario realismo al que invita la percepción paleo-antropológica de los orígenes humanos, que obligan a redimensionar la idea de “perfección” prelapsaria. Todo apunta a una situación de “inocencia original” lejana de las representaciones más “míticas” y a la necesidad de pensar la obra creadora divina en clave de proyecto de continuo perfeccionamiento humano y de la sociedad, lo que justificaría la acción salvadora o la intervención de Cristo incluso en ausencia de un pecado determinante de forma universal.
Sin embargo el problema que Villalmonte reconoce ligado al paradigma del pecado original, es decir la cuestión del unde malum, así como el problema de la teodicia que de ahí deriva, no parece que puedan resolverse de forma satisfactoria con la alusión sólo a los pecados actuales, en especiel porque persisten muchas formas de mal que no pueden ser vinculadas a dichos pecados, es decir, al pecado cometido en condiciones de libertad de acción y conciencia clara.
La aplicación de los métodos histórico-críticos y de otros ejercicios de la crítica moderna debiera estar mucho más atenta a las tendencias intelectuales recientes que plantean una “crítica de la crítica” y desmontan las pretensiones de quien piensa tener un observatorio privilegiado desde el que escrutar la historia o los procesos ideológicos. No hay ningún criterio seguro que nos permita decidir racionalmente si la doctrina del pecado original se ajusta más o menos a las exigencias de la sensibilidad contemporánea, o hasta qué punto responde mejor que otras teorías al problema del mal.
La cuestión central se plantea a un nivel más empírico, y aquí es donde encuentro una de las principales dificultades en la propuesta de Villalmonte: ¿cómo puede demostrarse que la descarga del “teologúmeno” (como dice el autor) del pecado original ayude a un mejor anuncio y comprensión de la fe cristiana? Si atendemos a los estudios empíricos más recientes parece que más bien se da el caso contrario: los grupos y corrientes cristianos más vigorosos insisten en la fidelidad al cuerpo tradicional de creencias y ofrecen un nivel de certeza que sólo se consigue conservando la integridad del depositum fidei.
Por consiguiente habría que probar la “bondad” del nuevo modelo de la “gracia original” a nivel práctico. Por ahora lo que preveo es sólo que nos sentiríamos mucho más desprovistos a la hora de dar una respuesta al problema del mal en el mundo y que cargaríamos en Dios la culpa de las miserias de la condición humana, es decir, nos veríamos obligados a dejar de hacer teología.
Con ello no quiero decir que el desafío que plantea a la teología y al fiálogo apologético el tema del pecado original haya sido resuelto. Al contrario: no podemos ignorar en absoluto la incidencia que ejrce en el mismo la nueva representación de los orígenes humanos que aportan las ciencias antropológicas; tampoco se puede eludir la cuestión de la “bondad natural” que deriva de la percepción y persistencia de comportamientos altruistas, que, al menos, obligan a redimensionar la cuestión del alcance de dicho pecado (en especial frente al maximalismo protestante). Sin embargo la existencia del mal y su pertinaz extensión y crecimiento, a pesar de la evolución social e histórica sigue planteando un reto más allá de las corrientes filosóficas optimistas, es decir, aquellas que confían en las virtualidades evolutivas de la especie humana. El pecado original sigue siendo en ese caso parte de la “distinción teológica” desde la que observamos lo real.
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