Oviedo Lluis ,
Recensione: PHILLIP BLOND (ed.), Post-Secular philosophy: between philosophy and theology ,
in
Antonianum, 75/4 (2000) p. 769-772
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Sumario en espaņol:
La filosofía moderna y contemporánea se ha orientado, en su mayor parte, a partir de un programa secularizador, es decir, se ha sentido obligada –como propuso Kant en su manifiesto ilustrado– a pensarlo todo más allá de los vínculos de tradiciones e ideas anteriores al examen racional. La filosofía del periodo que abre la ilustración (y ya antes) es ante todo una “filosofía secular”, intencionadamente libre de los anclajes en la revelación cristiana, emancipada y emancipadora, como quería Blumenberg. La autonomía de la razón occidental se ha saldado como es sabido con crisis diversas y con un cierto desconcierto; de hecho la “crítica a la modernidad” se ha convertido en una especie de “género” y la reflexividad, característica central del pensamiento moderno, termina por aplicarse a los propios principios que la hacían posible, provocando un sinfín de paradojas y gran perplejidad.
En este panorama la reivindicación de una “filosofía post-secular” en tono militante puede parecer por una parte algo casi descontado, y por otra, una audacia. Lo descontado de esta maniobra intelectual reside en el hecho mismo de la crisis de buena parte del pensamiento filosófico, una debilidad que hace posible espacios para el retorno de la visión cristiana o “post-secular”. Sin embargo no deja de ser sorprendente que un grupo de jóvenes filósofos proponga como modelo superior un pensamiento fuertemente enraizado en la tradición cristiana de la “participación”, en grado de juzgar sin complejos los demás sistemas y propuestas que ha alumbrado la modernidad. De hecho se trata de reivindicar la excelencia de una reflexión surgida de una clave teológica, y en definitiva de abolir los límites entre las dos disciplinas que ya el medioevo había diferenciado: filosofía y teología.
La obra colectiva que comentamos y que dirige Phillip Blond, se pone junto a otra que ha aparecido un año más tarde, Radical Orthodoxy, (ya recensionada en Antonianum 74–3, 1999) en la que también figuran algunos de los nombres que encontramos en Post-secular philosophy. Se trata por tanto de una fase de maduración de lo que ha terminado conviertiéndose en un verdadero movimiento, cuyo referente principal es el joven teólogo inglés John Milbank (que también colabora en el presente volumen con un estudio sobre Kierkegaard). Para quienes aún no estén familiarizados con esta línea de pensamiento, basta decir que se trata del producto más fresco y revolucionario del ambiente teológico anglo–americano, que supone una contestación radical de la línea propia de la teología liberal, predominante aún en la mayor parte de las cátedras de teología en esa área, y que su propuesta se dirige a una superación de los complejos cristianos ante la modernidad y a plantear una alternativa al nihilismo contemporáneo, a partir de una recuperación de ciertos elementos de la gran tradición teológica.
La amplia colección de ensayos que recoge Post-secular philosophy se dirige a replantear en profundidad las relaciones entre el pensamiento moderno y la visión cristiana de la realidad. Se repite como una especie de leit-motiv una idea característica de la nueva línea: la filosofía después de la ilustración, con Descartes y Kant, ha instaurado un modelo de racionalidad autónoma cuyo único destino es el nihilismo y la violencia. Su culpa reside en haber roto los vínculos con la fe, en querer ir más allá de la idea de “analogía”, que hacía participar al conjunto de lo existente en el ser de Dios, el único que puede dar consistencia a lo real. Cuando se abandona ese cimiento nos confrontamos con las aporías que se asocian al intento de pensar lo “sublime” o “indeterminable”, al querer percibir lo invisible o en las distintas maniobras para secularizar lo sagrado o reinstaurar un fundamento a todo. El repaso de los autores fundadores del pensamiento moderno –Descartes, Kant y Hegel– tiene por objeto mostrar las dificultades en la base de sus respectivos proyectos de conciliar subjetividad y objetividad material. El resto de la larga lista, que recorre las grandes aportaciones de Kierkegaard, Nietzsche, Heidegger y Wittgenstein, además de una amplia secuela de neo-fenomenólogos, post-estructuralistas y postmodernos, sirve como cantera crítica a los propósitos de deconstrucción de una razón ya herida y sin mucha esperanza. Allí donde los autores analizados proponen alguna vía de salida o alguna alternativa a la desesperanza actual, el análisis se aplica para mostrar su futilidad o su parcialidad, el imposible cumplimiento de ningún programa moderno que nos salve del nihilismo y la desolación fuera del marco cristiano de la “participación en el ser de Dios”.
La larga introducción del editor Blond da la clave de su programa y recorre uno a uno los autores tratados para evidenciar sus aportaciones y límites, siempre a la luz del nuevo-viejo paradigma. Más que una guía de lectura costituye todo un ensayo en el que se ofrecen todos los lugares comunes del movimiento en el que se inscribe. De hecho no falta la atribución de las culpas históricas, siguiendo el guión que desde hace algunos años propone Milbank. De nuevo es Duns Escoto quien carga con la acusación de haber propiciado la separación entre Dios y las criaturas, y de haber instaurado una razón por encima del ser divino, una especie de “tercer elemento”, un “término” entre los humanos y Dios con el fin de ayudarnos a comprender mejor, pero traicionando la herencia agustiniana de la superioridad única de lo divino (8 s.). La posterior profundización en esa línea, especialmente a partir del nominalismo, tiene según Blond, efectos catastróficos y explica la deriva moderna en torno a los intentos de constituir una metafísica autónoma, de superar la onto-teología, o de reconciliar el sujeto con su realidad. Todo encuentra una solución o una recomposición cuando se recupera la visión integradora original y se devuelve el alma cristiana a un pensamiento que nunco tuvo que dejar de ser teológico.
Aunque la crítica a esta nueva generación de críticos es tan amplia que se arriesga la redundancia, vale la pena detenerse en algunos aspectos del programa señalado, a la espera de una profundización (la revista Antonianum prepara un próximo número dedicado a la cuestión historiográfica en torno a Escoto). De hecho, aparte de una reconstrucción más ajustada de la historia que lleva a la diferenciación entre dos formas del razonamiento humano: el filosófico y el teológico (que seguramente cabe remontar al menos a Anselmo y a Abelardo), sigue viva la impresión de que Milbank y sus seguidores cuentan sólo una parte de la historia de la modernidad: la más negativa, y que siguen en el aire cuestiones de gran alcance y que parecen francamente irresueltas. Ya que se trata de filosofía, pongámoslo en esos términos: el problema que enfrenta desde los orígenes del pensamiento cristiano una visión más monista a otra más dualista, no se resuelve sólo con la idea de participación y el recurso tomista a la analogía. Algunos tememos que este nuevo programa recaiga en los defectos de un excesivo monismo, en el que se llega a ignorar la radicalidad del problema del mal. Asímismo, de nuevo en términos filosóficos, la visión propuesta por los post-seculares adolece seguramente de un exceso de idealismo, por mucho que reivindiquen en algunas de sus intervenciones un sentido pleno de lo real. La fidelidad a lo real exige otros métodos y obliga a posiciones de compromiso, que pueden soslayarse mientras permanecemos en un análisis desencarnado de lo ocurre, de nuestras crisis.
De forma puntual, no se comprende muy bien como un autor, J.L. Marion, es a la vez analista-crítico (de la obra de Descartes) y objeto de crítica (por parte de Blond y G. Ward). Tampoco es claro al recensor qué hace en ese conjunto de autores R. Schwartz (con un estudio sobre el “Dios de Freud”), cuando se ha dado a conocer con una obra de dura crítica al monoteísmo judeo-cristiano y a sus violencias (The Curse of Cain).
Sin embargo, a pesar de todo, no podemos dejar de recibir como una saludable provocación las aportaciones de estos autores, que están refrescando un panorama teológico demasiado ensimismado y paralizado. Seguramente el movimiento debe madurar aún y confrontarse con su propia evolución y con la recepción que suscita. De todos modos da que pensar el hecho de que muchos filósofos se dediquen a hacer teología, mientras tantos teólogos desertan a menudo su propia tarea y misión. Su postura decididamente revisionista anima a replantear sin complejos ni servilismos las relaciones con la modernidad secular, que deja de ser el único referente o el “patrón de casa”. El estímulo que de ahí procede es grande y nos auguramos que sus contribuciones sirvan para profundizar un debate necesario en torno al sentido de la fe en los tiempos actuales y –sobre todo– a animar el anuncio cristiano ante el desafío de un ambiente secular. Es en ese ámbito sobre todo en el que se decidirá la calidad y pertinencia de la nueva filosofía–teología
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