Oviedo Lluis ,
Recensione: Günter Bader, Melancholie und Metapher ,
in
Antonianum, 71/1 (1996) p. 126-128
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Sumario en español:
El estudio de Bader es un intento de especificar el significado de los términos que le dan título desde una perspectiva filológica e histórica de gran erudición y sorprendente profundidad. Se dan cita además, de forma interdisciplinar, la reflexión fenomenológica y trascendental, junto a la psiquiatría, que aporta un saber específico respecto de las formas patológicas de la melancolía, y la estética que revela su significación literaria.
El contenido de la obra se divide en tres partes:
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La Primera se titula « Melancolía y acedía »; reconstruye los orígenes de ambos términos: el primero asociado a la tradición monástica oriental designa una especie de tentación que insidia al monje, especialmente en la hora meridiana; la melancolía refleja un campo semántico médico-hipocrático, pero también, y de ahí su ambivalencia, mítico-extático. Dicha ambivalencia permite presentir la « metáfora ».
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La segunda parte, « Melancolía y experiencia » recoge una teoría trascen-dental-fenomenológica del conocimiento como « capacidad de experimentar la experiencia », de la que se deduce una teoría de la melanolía como frustración de dicha habilidad, como una suspensión de la experiencia, que se vuelve « ilegible » o «inimpresionable ».
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El último capítulo « Melancolía y lenguaje », aporta una teoría estética sobre la alegoría medieval y en el teatro barroco, así como cosideraciones conclusivas sobre el carácter o no metafórico de la melancolía que desembocan en una propuesta que relee el sentido trascendental de la experiencia en términos de « capacidad de metáfora », cuya clave es el « nombre de Dios ».
La recensión del ensayo de Bader debe hacer las cuentas con la intención del autor. Nos encontramos ante un escrito relativamente corto, que no obstante consigue acumular una cantidad impresionante de material reflexivo, que recorre en distintas idas y retornos la historia del pensamiento occidental, desde Platón a W. Benjamín, desde Evagrius Ponticus a Nietzsche, y que es capaz de poner en diálogo, de una forma admirablemente ordenada, autores y tradiciones de pensamiento distantes en el tiempo y en la orientación intelectual. Al menos por la lista de autores más citados, no resulta fácil recomponer un modelo unívoco de su discurso teórico: junto a una apubullante presencia de los antiguos, y algo menos de los medievales, destacan entre los modernos y contemporáneos: Hegel, Nietzsche, y, sobre todo, H. Tellenbach, L. Binswanger, W. Benjamín, H. Blumenberg, R. Scháffler y P. Ricoeur.
Con todo este bagaje conceptual y filológico, ¿cuál es el saldo especulativo, y dónde encuadrarlo? Empiezo por la segunda parte de la cuestión: el escrito es declaradamente teológico, al menos en palabras del autor en su introducción, aunque en él encontremos mucho más que teología. Si queremos precisar más aún, se inscribiría en la tradición del pensamiento trascendental, al que R. Scháffler ha dado un contenido mucho más preciso y rico de lo que fuera en la generación anterior; sin embargo no puede excluirse una referencia también explicitada a P. Ricoeur, y a su Metáfora viva, al menos en el sentido de una hermenéutica particular, cuya función es trascender el nivel de la significación inmediata.
En cuanto al saldo teórico del ensayo, aparece la habilidad del autor para recorrer un camino y desarrollar un proyecto complejo y difícil: mostrar la relevancia teológica de los conceptos de melancolía-acedia y de la metáfora, precisamente en su relación mutua, lo que no puede considerarse como algo descontado. Ciertamente la acedia pertenece a la semántica de las admoniciones en la vida consagrada; la metáfora ya está sobradamente integrada en la teología de los signos. Sin embargo, Bader tiene el mérito de mostrar el elemento de crisis que implica la melaneolia, como una especie de « suspensión de juicio » sobre el mundo y la realidad, a la que sigue la metáfora como mecanismo de re-significación o de re-lectura del mundo, cuya clave es el nombre de « Dios »; de ahí la íntima relación de una a la otra, entre crisis y recreación del mundo como experiencia, que puede rastrearse en más detalles a través de una historia rica de referencias.
El método trascendental se enriquece de esta forma con elementos nuevos y sugestivos: las ciencias humanas, la filología, la estética y la capacidad hermenéutica que puede rastrear conexiones y modelos de pensamiento latentes pero de gran poder sugestivo en el ámbito de la conciencia creyente, o simplemente de la « experiencia » en el sentido de una antropología trascendental. De este modo se enriquece también una parte de la teología que amenaza con verse demasiado seducida por el atajo fideista: es de celebrar esta aproximación desde el ámbito protestante (al que pertenece el autor) a una tradición que parecía más bien católica (desde Rahner a Scháffler), y que permite concebir una especie de « partido teológico transversal » que reúne miembros de distintas confesiones, y que, sin duda alguna, hace presentir una renovación de la « apologética » o, simplemente de una « teología fundamental ».
No obstante no deben dejar de considerarse algunas dudas respecto de la entidad general del proyecto que Bader representa: la limitación de dicha forma de reflexión sigue siendo su carácter idealista, del que no consigue despegarse. Naturalmente este no puede ser interpretado como un ataque a su legitimidad, pero habría que preguntarse si el esfuerzo de erudición y abstracción desplegado no termina siendo demasiado « metafórico » también, en el sentido de « retórico ». Impresiona el diagnóstico que Bader hace sobre la existencia de una « melancolía pura » que requeriría una gestión no tanto psicológica-psiquiátrica, sino reflexiva de mayor respiro (una especie de « ciencia pura », p. 53), a lo que seguramente responde su intento. Surge entonces la duda de si dicho intento no se conecta con la sensibilidad psico-terapéutica que invade el ambiente eclesial centro-europeo, y muestra una especie de « tercera vía » en la que la teología podría hacer valer sus credenciales. Si así es y lo consigue, habrá que felicitarse de ello; de lo contrario, la teología deberá probar, ante los problemas concretos de la increencia (o de la « credulidad », cf. P.L. Berger, A far glory) actual, vías alternativas que consientan también superar cierta « melancolía teológica », en el sentido de « atonía ».
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